VI

El vehículo con patas articuladas ajustado a la nariz de la nave parecía controlar la operación. Cuando el proyectil en sí era introducido dentro de la boca del cañón, noté dos cosas más o menos al mismo tiempo. La primera fue que la temperatura dentro de la nave descendía de inmediato, como si de algún modo enfriaran artificialmente el metal del tubo, y absorbieran de ese modo el calor del proyectil; la segunda fue que en el panel que enfocaba al frente vi grandes cantidades de agua rociadas desde el vehículo de control. El aro que arrojaba el agua rotaba en torno al cuerpo principal del vehículo, pues los chorros de agua giraban. Hasta aquí pude ver mientras entrábamos en el tubo, pero pocos segundos después habíamos avanzado tanto que el propio vehículo de control entró en el tubo y bloqueó así la luz del sol.

Ahora, si bien había algunos focos eléctricos fijados en las paredes del cañón, se podía ver muy poco en los paneles. Aun así, a través del casco de metal del proyectil, podía oír apenas el sonido sibilante del agua a nuestro alrededor.

La temperatura dentro del proyectil continuó decreciendo. Pronto me pareció que hacía tanto frío como la primera noche que Amelia y yo pasamos en el desierto, y de no haber estado acostumbrado desde hacía rato a este mundo helado y hostil, habría creído que iba a morir congelado. Me empezaron a castañetear los dientes cuando oí un sonido que había aprendido a temer: la voz áspera y ronca de los monstruos, que salía de un enrejado en la cabina de control. Poco después vi que uno de los hombres encargados de la nave tiraba de una palanca, y en seguida una corriente de aire tibio se esparció por el compartimiento.

De modo que continuó nuestro largo trayecto hacia abajo por el tubo del cañón. Luego de los primeros momentos, en que los hombres en la cabina de control trabajaron intensamente, no quedó mucho que hacer para nadie salvo esperar a que la operación hubiera terminado. Yo pasé el rato observando a los monstruos en la bodega: el que estaba más cerca de mí, en la pantalla, parecía mirar directamente hacia mí, con sus fríos ojos sin expresión.

Cuando finalizó la operación no hubo ninguna ceremonia. Simplemente llegamos a lo más profundo del tubo —donde ya habían colocado un sólido trozo de hielo, bloqueando el camino— y esperamos a que el vehículo de control terminara su operación de rociado. Miré el panel que mostraba la parte posterior de la nave, y vi que el proyectil había quedado a pocos centímetros del trozo de hielo.

De aquí en adelante, el resto de la operación se llevó a cabo con rapidez y sin dificultades. El vehículo de control se separó del proyectil, y salió velozmente del tubo. Sin la carga de la nave el vehículo viajaba mucho más rápido, y a los pocos minutos había dejado libre la boca del cañón.

En la pantalla del frente podía ver todo a lo largo del tubo, hasta un pequeño punto de luz bien en el extremo. El tubo entre nosotros y la luz del día había sido revestido de una gruesa capa de hielo.