No sé cuánto tiempo estuve paralizado, aunque debieron ser varias horas. No puedo recordar mucho de esa experiencia, pues se caracterizó por una agonía física y un tormento mental inmensos, unidos a una impotencia tal que el solo pensar por un instante en el probable destino de Amelia bastaba para convertir mi mente en una vorágine de furia y frustración.
Sólo un recuerdo permanece claro y nítido, y se refiere a unos despojos que estaban por casualidad justo delante de mi vista. No lo noté al principio, tan frenético y enceguecido estaba, pero luego pareció inundar toda mi visión. Tendido en medio de la maraña de metal destrozado estaba el cuerpo de uno de esos monstruos destructivos. Había quedado aplastado por la explosión que destrozó el vehículo, y la parte que yo podía ver mostraba una masa desagradable de sangre y contusiones. También me era posible ver dos o tres de sus tentáculos, enrollados sin vida.
A pesar de mi muda sensación de asco y repugnancia, me complacía comprobar que seres tan crueles y poderosos eran también mortales.
Al rato mi cuerpo experimentó las primeras sensaciones que volvían; primero en los dedos de las manos, luego en los pies. Más tarde los brazos y las piernas me empezaron a doler, y comprendí que el control sobre los músculos comenzaba a restablecerse. Probé mover la cabeza, y aunque me produjo mareo descubrí que la podía levantar del piso.
En cuanto pude mover el brazo, me llevé la mano al cuello y verifiqué la seriedad de la herida. Podía sentir un tajo largo y feo, pero la sangre había dejado de salir, y yo sabía que la herida debía ser superficial pues de otro modo habría muerto a los pocos segundos.
Luego de varios intentos logré sentarme, y poco después comprobé que podía ponerme de pie. Dolorido, miré a mi alrededor.
Yo era la única criatura viviente en aquella calle. En el suelo cerca de mí había varios marcianos; no los examiné a todos, pero aquellos a los que me acerqué estaban sin duda muertos. Del otro lado de la calle se encontraban el vehículo destrozado y su espantoso ocupante. Y a pocos metros de donde estaba yo, yacía el bolso de Amelia conmovedoramente abandonado.
Caminé hasta él con el corazón abatido, y lo recogí. Miré en su interior, con la sensación de estar invadiendo su intimidad, pero el bolso contenía las únicas posesiones materiales que teníamos, y era importante saber si todavía estaban allí. Todo parecía intacto y cerré el bolso con rapidez. Había demasiados objetos en su interior que me recordaban a Amelia.
El cuerpo del monstruo todavía ocupaba mis pensamientos, a pesar de mi temor y repulsión. Casi en contra de mi propia voluntad caminé hasta los despojos, con el bolso de Amelia en mi mano.
Me detuve a un par de metros del horrible cadáver, fascinado por el horrendo espectáculo.
Retrocedí, sin haber descubierto nada nuevo, pero aun así había algo extrañamente familiar con respecto al monstruo que me mantenía a distancia. Desvié mi atención del cadáver al despojo metálico que lo contenía. Había supuesto que se trataba de uno de los vehículos invasores, pero entonces, al mirarlo por segunda vez, recordé el vehículo de vigilancia destrozado con la explosión y me di cuenta de que debía ser éste.
Repentinamente consciente de ello, comprendí el horror oculto detrás de los anónimos seres que conducían los vehículos de la ciudad… y me aparté de los despojos espantado y sorprendido, más asustado que nunca en toda mi vida.