Hacía catorce días que estábamos en la Ciudad Desolación, cuando se desató la epidemia. Al principio no nos dimos cuenta de que algo sucedía, aunque notamos algunas de las primeras consecuencias sin comprender la causa. Específicamente hablando, una noche nos pareció que había muchos menos marcianos en el comedor, pero tan acostumbrados estábamos a los sucesos extraños en este mundo que ninguno de los dos lo atribuyo a inconveniente alguno.
El día siguiente fue aquel durante el cual presenciamos los disparos del cañón de nieve (pues así dimos en llamarlo) y por lo tanto nuestro interés estaba orientado hacia algo diferente. Pero al cabo de aquellos días en los que la nieve caía más o menos sin obstáculo sobre la ciudad, no quedaba duda de que había algún serio problema. Vimos a muchos marcianos muertos o inconscientes en las calles, una visita a uno de los dormitorios sirvió para confirmar que había muchos enfermos, y hasta las actividades de los vehículos reflejaron un cambio, pues eran menos los que circulaban y era evidente que estaban usando uno o dos como ambulancias.
Por supuesto que, en cuanto comprendimos lo que sucedía, Amelia y yo permanecimos lejos de las zonas populosas de la ciudad. Por fortuna ninguno de los dos mostró síntoma alguno; la congestión como consecuencia de mi resfrío de sol, me duró algo más de lo que hubiera durado en la Tierra, pero eso fue todo.
Los instintos latentes de enfermera que tenía Amelia salieron a la superficie, y la conciencia de la joven le decía que su deber era ayudar a los enfermos, pero eso habría sido en extremo imprudente. Tratamos de no dejarnos dominar por la angustia, y esperamos que la enfermedad pasara pronto.
Parecía que la plaga no era virulenta. Muchos la habían contraído, de acuerdo con el número de cuerpos que vimos que transportaban en uno de los vehículos, sabíamos que muchos habían muerto. Pero luego de cinco días notamos que la vida comenzaba a normalizarse. En todo caso, había más dolor en la ciudad que antes, y había aún menos personas en la ya poco poblada ciudad, pero los vehículos volvieron a cumplir su función de vigilancia y transporte, y no vimos más muertos en las calles.
Pero entonces, justo cuando percibíamos la vuelta a la normalidad, llegó la noche de las explosiones verdes.