Tal vez más intrigantes para nosotros que el diseño de estos vehículos eran los hombres que los conducían.
Era evidente que en el interior de estas máquinas había hombres, pues en numerosas ocasiones habíamos visto a marcianos corrientes hablando con el conductor u otros ocupantes, y recibiendo respuestas habladas a través de un enrejado de metal colocado en el costado del vehículo. Lo que también estaba muy claro era que los conductores disfrutaban de una extraordinaria autoridad, pues cuando los marcianos se dirigían a ellos en la calle, adoptaban una actitud acobardada o respetuosa, y hablaban en tonos sumisos. No obstante, en ningún momento vimos a los conductores, pues los vehículos estaban cerrados por completo —por lo menos el compartimiento del conductor lo estaba— con sólo un panel de vidrio negro, colocado en el frente, detrás del cual era de suponerse que estaba de pie o sentado el conductor. Como estas ventanas eran similares a las que veíamos en cada torre, pensamos que las operaba el mismo grupo de personas.
Tampoco eran todos los vehículos tan prosaicos como los he hecho aparecer.
Al estar, como estábamos, frente a una multitud de espectáculos extraños, Amelia y yo tratábamos todo el tiempo de encontrar paralelos terrestres con respecto a lo que veíamos. Es posible, por lo tanto, que muchas de las suposiciones que hicimos en ese momento fueran incorrectas. Podíamos conjeturar con cierta seguridad que los vehículos que tomábamos por transportes de carga eran eso sin duda, puesto que los vimos cumpliendo funciones similares a las que conocíamos en la Tierra. Sin embargo, era imposible encontrar equivalentes terrestres para algunas de las máquinas.
Así sucedía con una máquina que los marcianos usaban en relación con las torres de vigilancia.
Directamente afuera del dormitorio que ocupábamos había una torre que podíamos ver desde nuestras hamacas. Después de vivir allí unos ocho días, Amelia comentó que parecía haber algún inconveniente con ella, pues su plataforma de observación había dejado de girar a uno y otro lado. Esa noche vimos que su reflector no estaba encendido.
Al día siguiente, uno de los vehículos se detuvo junto a la torre, y allí tuvo lugar un trabajo de reparación que sólo puedo describir como fantástico.
En ocasiones habíamos visto vehículos como la máquina en cuestión por la ciudad: una estructura larga y baja que era al parecer una masa de tubos brillantes, amontonados en desorden, sobre la plataforma de patas articuladas. Cuando el vehículo se detuvo junto a la torre, esta confusión de metal se levantó, y descubrió que poseía cinco patas peristálticas, y los apéndices restantes eran una veintena o algo más de tentáculos.
Descendió de la plataforma del vehículo, con los brazos articulados rechinando, luego caminó la corta distancia que faltaba para llegar a la base de la torre con un movimiento notablemente parecido al de una araña. Tanto Amelia como yo miramos tratando de averiguar cómo era que conducían esa cosa, pero parecía que o bien esa máquina monstruosa tenía inteligencia propia, o bien la controlaba en alguna forma increíble el conductor del vehículo, pues estaba claro que no había nadie cerca de ella. Cuando llegó a la base de la torre, uno de sus tentáculos hizo contacto con una placa de metal levantada que había en uno de los pilares, y al instante la plataforma de observación comenzó a descender. Al parecer sólo podía descender por sí misma hasta una cierta altura, puesto que cuando estaba a unos seis metros del suelo, el aparato de los tentáculos sujetó las patas de la torre en un abrazo horrible, y empezó a trepar lentamente, como una araña que subiera por un hilo de su tela.
Cuando alcanzó la plataforma de observación se colocó en posición, aferrándose con las patas, y con los tentáculos buscó a través de una cantidad de pequeñas aberturas, tratando de encontrar al parecer las partes del mecanismo que se habían descompuesto.
Amelia y yo contemplamos toda la operación, sin ser vistos, desde el interior del edificio. Desde la llegada del vehículo hasta su eventual partida, sólo pasaron doce minutos, y para cuando el monstruo de hierro volvió a su lugar en la parte posterior del vehículo, la plataforma de observación había subido a su altura anterior, y giraba hacia ambos lados como de costumbre.