La Ciudad Desolación no era, sin embargo, una prisión. Abandonarla era tan fácil como lo había sido para nosotros entrar la primera vez. Durante nuestros viajes de exploración encontramos varios lugares donde era posible cruzar una abertura artificial en la pared y entrar en la atmósfera enrarecida del desierto.
Una de estas aberturas era la serie de puertas y corredores de la terminal del ferrocarril; había otras similares en los muelles construidos sobre los canales, y algunas de ellas eran enormes estructuras a través de las cuales se podía introducir en la ciudad materiales del exterior. Varias de las calles principales que llevaban a las zonas industriales, tenían edificios de tránsito por donde se podía cruzar con libertad.
Lo más interesante de todo, no obstante, era el hecho de que los vehículos de la ciudad podían atravesar la pared directamente sin vacilación ni pérdida perceptible en la atmósfera artificial. Presenciamos estos pasajes muchas veces.
Ahora debo dirigir la atención de este relato hacia la naturaleza de tales vehículos, pues de las muchas maravillas que Amelia y yo vimos en Martes, éstas figuraban entre las más sorprendentes.
La diferencia fundamental residía en el hecho de que, al contrario de los ingenieros terrestres, los inventores marcianos habían prescindido por completo de la rueda. Al ver la eficiencia de los vehículos marcianos, me vi forzado a preguntarme, de hecho, hasta qué punto estaban atrasados los inventos terrestres en este campo ¡debido a la obsesión con la rueda! Más aún, los únicos vehículos con ruedas que vi en Marte eran las carretillas que usaban los esclavos; ¡esto indica lo inferiores que consideraban los marcianos tales métodos!
El primer vehículo marciano que vimos (sin contar el tren en el que habíamos llegado, aunque supusimos que éste tampoco tenía ruedas) fue aquel que corría por las calles esa primera noche aciaga en la Ciudad Desolación. El segundo lo vimos a la mañana del día siguiente; ése también se movía con tal rapidez que nos dejó una confusa impresión de velocidad y ruido. Más tarde sin embargo, vimos uno que se desplazaba más despacio, y después observamos varios detenidos.
Decir que los vehículos marcianos caminaban sería inexacto, aunque no se me ocurre ningún verbo que se acerque más. Debajo del cuerpo principal (el cual de acuerdo con su función, estaba diseñado en una forma más o menos convencional para nosotros) había hileras de patas metálicas largas o cortas, según el uso que se le daba al vehículo. Estas patas estaban dispuestas en grupos de tres, conectadas por un mecanismo de transmisión al cuerpo principal y accionadas desde el interior por medio de alguna fuente de energía oculta.
El movimiento de estas patas era a la vez de una rigidez mecánica y una curiosa naturalidad: en cada momento sólo una de las tres patas de cada grupo estaba en contacto con el suelo. Avanzaban con un movimiento ondulatorio, casi peristáltico, primero las dos patas levantadas se extendían hacia adelante para recibir el peso, luego se levantaba y extendía hacia adelante la tercera.
El vehículo más grande que vimos de cerca fue un transporte de carga, con dos hileras paralelas de dieciséis grupos de patas. Las máquinas más pequeñas, que se usaban para patrullar la ciudad, tenían dos hileras de tres grupos.
Cada pata, examinada de cerca, estaba formada por varias docenas de discos fabricados con cuidado, balanceados uno arriba del otro como una columna de peniques, y sin embargo activados de alguna manera por medio de una corriente eléctrica. Como cada una de las patas estaba encerrada en una envoltura trasparente, era posible ver el mecanismo en funcionamiento, pero cómo se controlaba cada movimiento no sabíamos. De cualquier modo, la eficiencia de estos vehículos quedaba fuera de duda: con frecuencia veíamos vehículos de vigilancia desplazándose por las calles a una velocidad que superaba en gran escala la de cualquier vehículo tirado por caballos.