A los pocos días de nuestra llegada, Amelia puso a nuestro nuevo hogar el nombre de Ciudad Desolación, por razones que deberían ser ya evidentes.
La Ciudad Desolación estaba situada en la intersección de dos canales. El primero de ellos, junto a cuyas márgenes habíamos llegado al principio, corría directamente de Norte a Sur. El segundo venía del Noroeste, y luego de la confluencia —donde había un complicado sistema de esclusas— continuaba hacia el Sudeste. La ciudad estaba construida en el ángulo obtuso que formaban ambos canales, y a lo largo de sus orillas Norte y Sur había varios muelles.
Según el cálculo más aproximado que pudimos hacer, la ciudad cubría unos veinticinco kilómetros cuadrados, pero una comparación con ciudades terrestres basada en esto es engañosa, pues la Ciudad Desolación era casi por completo circular. Más aún, los marcianos habían tenido la ingeniosa idea de separar la zona industrial de la zona residencial de la ciudad, pues los edificios estaban diseñados para satisfacer las necesidades cotidianas de los habitantes, mientras la labor fabril se realizaba en las zonas industriales más allá de los límites de la ciudad.
Había dos complejos industriales: el mayor, que habíamos visto desde el tren, se extendía hacia el Norte, y el menor, junto al canal, hacia el Sudeste.
En lo que a población residente se refiere, la Ciudad Desolación era muy pequeña en verdad, y había sido esta característica la que había inducido a Amelia a ponerle ese nombre.
El hecho de que habían construido la ciudad para albergar a muchos miles de habitantes era bastante obvio, puesto que había muchos edificios y pocos espacios abiertos; también parecía que sólo una fracción de la ciudad estaba ocupada en el presente, y había varias zonas abandonadas. En estas secciones los edificios estaban en pésimo estado y las calles cubiertas de mampostería y vigas oxidadas.
Descubrimos que sólo las partes habitadas de la ciudad tenían iluminación, pues, cuando explorábamos la ciudad de día, a menudo encontramos áreas abandonadas, donde no había ninguna torre. Nunca nos aventuramos en estas secciones por la noche, pues aparte de ser oscuras y amenazadoras por lo solitarias, estaban patrulladas por veloces vehículos que recorrían las calles con una sirena ululante y un haz de luz en constante exploración.
Este siniestro patrullaje de la ciudad fue la primera indicación de que los marcianos se habían impuesto a sí mismos un régimen de represión draconiana.
Con frecuencia reflexionábamos sobre las causas que determinaban tan poca población. Al principio supusimos que la escasez de personas era tan sólo aparente, y se debía a la muy prodigiosa cantidad de esfuerzo que se volcaba en los procesos industriales. De día podíamos ver las zonas industriales más allá del perímetro de la ciudad, arrojando un denso humo por cientos de chimeneas, y de noche, veíamos las mismas zonas brillantemente iluminadas pues el trabajo continuaba; por ello pensamos que la mayoría de los habitantes de la ciudad estaba trabajando, cumpliendo con su labor las veinticuatro horas del día mediante turnos. No obstante, a medida que nos acostumbramos a vivir en la ciudad, comprobamos que no muchos de los marcianos de la clase gobernante salían alguna vez de sus confines, y que, por lo tanto, la mayoría de los trabajadores industriales debían ser esclavos.
He dicho que la ciudad era circular. Descubrimos esto por accidente y al cabo de un período de varios días, y lo confirmamos más tarde subiendo a uno de los edificios más altos de la ciudad.
Nuestro primer descubrimiento surgió así. Al segundo o tercer día completo de nuestra llegada a la Ciudad Desolación, Amelia y yo caminábamos hacia el Norte, con la intención de ver si podíamos cruzar los dos kilómetros más o menos de desierto que había entre nosotros y el más grande de los complejos industriales.
Llegamos a una calle que llevaba directamente hacia el Norte y parecía terminar en el desierto. Esta calle se encontraba en una de las áreas habitadas de la ciudad, y las torres de vigilancia abundaban. Noté, a medida que nos acercábamos, que la torre más cercana al desierto había dejado de girar hacia ambos lados, y se lo comenté a Amelia. Meditamos durante unos instantes sobre si continuar o no, pero Amelia dijo que no veía ningún mal en ello.
De todos modos al pasar junto a la torre se hizo evidente que el hombre o los hombres que se hallaban en su interior estaban haciendo girar la plataforma de observación para mirarnos, y la oscura ventana ovalada que estaba en el frente seguía en silencio nuestro avance. No se tomó ninguna medida en contra nuestra, de modo que continuamos, pero con una sensación inequívoca da temor.
Tan preocupados estábamos por esta vigilancia silenciosa que nos topamos de pronto con el verdadero perímetro de la ciudad; se trataba de una pared invisible, o casi invisible, que se extendía de un extremo a otro del camino. Como era natural, pensamos al principio que la substancia era vidrio, pero en este caso no podía ser así. En realidad, tampoco era ningún otro tipo de material que conociéramos. Lo más que pudimos conjeturar fue que se trataba de algún tipo de campo de energía producido mediante electricidad. Era, sin embargo inerte por completo, y bajo la mirada vigilante de la torre, hicimos algunos intentos rudimentarios para atravesarla. Todo lo que pudimos sentir fue la barrera invisible e impermeable, fría al tacto.
Vencidos, nos volvimos sobre nuestros pasos.
En una ocasión posterior, caminamos a través de una de las secciones vacías de la ciudad, y descubrimos que allí también estaba la pared. Pronto nos dimos cuenta que la pared se extendía todo alrededor de la ciudad, y no sólo atravesaba las calles sino que también pasaba detrás de los edificios.
Más tarde, por el aspecto del techo, comprendimos que muy pocos, si acaso algunos de los edificios estaban fuera de este círculo.
Fue Amelia la primera que propuso una solución, al relacionar este fenómeno con aquel otro indudable de que la densidad del aire y la temperatura en general de la ciudad eran mayores que afuera. Amelia sugirió que la barrera invisible no era sólo una pared sino una semiesfera que cubría toda la ciudad. Debajo de ella, según Amelia, la presión del aire se podía mantener a un nivel aceptable, y el efecto del sol al atravesarla sería semejante al de un invernadero.