—Mira el reloj de la pared, Edward.
—¿Qué hiciste con la máquina? —dije.
—Eso no importa… ¿qué hora es en el reloj?
Me fijé.
—Las diez menos dieciocho.
—Muy bien. Exactamente a las diez menos dieciséis, la máquina reaparecerá.
—¿De dónde volverá? —pregunté.
—Del pasado… o, para mayor precisión, del presente. Ahora está viajando a través del tiempo hacia un momento en el futuro, a dos minutos más allá de su partida.
—¿Pero por qué desapareció? ¿Dónde está ahora?
—Dentro de la Dimensión Temporal atenuada.
Amelia se adelantó hacia el lugar donde había estado la máquina y caminó por el espacio vacío, agitando los brazos. Miró el reloj.
—Mantente lejos, Edward. La máquina reaparecerá en el mismo lugar donde estaba.
—Entonces tú también debes alejarte —dije. La tomé del brazo, la atraje hacia mí y la sostuve así a unos metros de donde había estado la máquina. Ambos miramos el reloj. El segundero giraba con lentitud… y exactamente a las diez horas menos dieciséis minutos y cuatro segundos la Máquina del Tiempo reapareció.
—¡Ahí está! —exclamó Amelia triunfante—. Tal como dije.
Yo miraba la máquina boquiabierto. El gran volante seguía girando despacio como antes.
Amelia tomó mi mano de nuevo.
—Edward… debemos subirnos a la máquina.
—¿Qué? —exclamé, atónito ante la idea.
—Es absolutamente indispensable. Verás, mientras probaba la máquina, Sir William le incorporó un mecanismo de seguridad automático, el cual regresa la máquina al momento de la partida. Se activa exactamente tres minutos después de que la máquina ha llegado a destino, y si no estamos a bordo, la máquina se perderá en el pasado, para siempre.
Me preocupé un poco, pero dije:
—¿Podrías desconectarlo, sin embargo?
—Sí… pero no lo haré. Quiero probar que la máquina no es una locura.
—Creo que estás ebria.
—Tú también. ¡Vamos!
Antes de que pudiera detenerla, Amelia había corrido hasta la máquina y pasado debajo del barrote de bronce y estaba sentada en el asiento de cuero. Para hacerlo, tuvo que recoger su falda un poco por sobre los tobillos, y debo confesar que este espectáculo me resultó mucho más tentador que cualquier expedición a través del tiempo.
Amelia continuó:
—La máquina regresará en menos de un minuto, Edward. ¿Tendré que dejarte?
No titubeé. Fui hasta donde ella estaba y me subí a su lado. Siguiendo sus instrucciones, puse los brazos alrededor de su cintura, y apoyé el pecho contra su espalda.
Entonces ella dijo:
—Mira el reloj, Edward.
Lo miré con atención. Ahora eran las diez menos trece. El segundero marcó un minuto, siguió adelante hasta marcar otros cuatro segundos.
Se detuvo.
Entonces comenzó a retroceder… con lentitud al principio, más rápido después.
—Estamos viajando hacia atrás en el Tiempo —explicó Amelia, un poco sin aliento—. ¿Puedes ver el reloj, Edward?
—Sí —repuse, observándolo con toda atención—. ¡Sí, puedo!
El segundero se movió hacia atrás durante cuatro minutos, luego comenzó a moverse más despacio. Al acercarse a los cuatro segundos después de las diez menos dieciocho perdió toda su velocidad y se detuvo por completo. Poco después comenzó a moverse hacia adelante normalmente.
—Estamos de vuelta en el momento en que tiré de la palanca —dijo Amelia—. ¿Ves ahora que la Máquina del Tiempo no es un fraude?
Yo permanecía sentado con los brazos alrededor de su cintura, y nuestros cuerpos estaban apretados uno contra otro de la manera más íntima que se pueda imaginar. El cabello de Amelia caía suavemente sobre mi cara, y yo no podía pensar en otra cosa que no fuera su cercanía.
—¡Muéstrame otra vez! —dije, deseando que ese contacto durara una eternidad—. ¡Llévame al futuro!