Amelia llamó a Hillyer, y el sirviente encendió las lámparas de la habitación. Aunque todavía había sol, lo tapaban los árboles que crecían alrededor de la casa, y las sombras se acercaban. Mrs. Watchets volvió para retirar el servicio de té. Vi que había tomado sólo la mitad de mi taza de té, y bebí el resto rápidamente. La excursión en bicicleta me había dejado sediento. Cuando estuvimos solos pregunté:
—¿Está loco?
Amelia no contestó; al parecer estaba escuchando. Me indicó con una seña que hiciera silencio… y unos segundos después la puerta volvió a abrirse de golpe y apareció Sir William vestido con un sobretodo.
—Amelia, me voy a Londres. Hillyer puede llevarme en el coche.
—¿Volverá a tiempo para la cena?
—No… Estaré afuera toda la noche. Dormiré en el club. —Se volvió hacia mí—. Inesperadamente, Turnbull, nuestra conversación me ha dado una idea. Se lo agradezco.
Salió con prisa de la habitación tan bruscamente como había entrado, y poco después oímos su voz en el vestíbulo. Algunos minutos más tarde oímos un coche de caballos sobre el camino de grava.
Amelia fue hasta la ventana, y observó el carruaje que se alejaba, conducido por el sirviente, luego volvió a su asiento y dijo:
—No, Sir William no está loco.
—Pero se comporta como un demente.
—Tal vez da esa impresión. Yo creo que es un genio; las dos cosas no son del todo distintas.
—¿Entiendes su teoría?
—Comprendo la mayor parte. El hecho de que no pudieras seguirlo, Edward, no significa que no seas inteligente. Sir William conoce tanto su teoría que cuando la explica a otros omite una gran parte. Además, eres un extraño para él, y Sir William rara vez se siente cómodo a menos que lo rodeen personas conocidas. Tiene un grupo de amigos del Linnaean —su club de Londres— y son las únicas personas con las que lo he oído conversar con naturalidad y fluidez.
—Entonces, quizá no debí preguntarle.
—No, es su obsesión; si no hubieras demostrado interés, él hubiera hablado espontáneamente de su teoría. Todos a su alrededor tienen que soportarlo. Hasta Mrs. Watchets lo ha escuchado todo dos veces.
—¿Lo entiende?
—Creo que no —dijo Amelia, sonriendo.
—Entonces no podré esperar una aclaración de su parte. Tú tendrás que explicarme.
—No hay mucho que decir. Sir William ha construido una máquina del tiempo. La ha probado, yo he estado presente durante algunas de las pruebas, y los resultados han sido concluyentes. Sir William no lo ha dicho aún, pero sospecho que planea una expedición al futuro.
Sonreí un poco, y oculté mi sonrisa con la mano.
Amelia continuó:
—Sir William lo toma muy en serio.
—Sí… pero no puedo imaginar a un hombre de su tamaño entrando en un dispositivo tan pequeño.
—Lo que has visto es tan sólo un modelo en miniatura. Sir William tiene una versión en tamaño natural. —De pronto se rió—. ¿No creerás que me refería al modelo que él te mostró?
—Sí, lo creí.
Cuando Amelia reía, su belleza se acentuaba, y no me importó haber entendido mal.
—¡Pero grande o pequeña, no puedo creer que sea posible construir semejante máquina! —exclamé.
—Mírala tú mismo. Está sólo a unos diez metros de donde te encuentras.
Me puse de pie de un salto.
—¿Dónde está?
—En el laboratorio de Sir William. —Amelia parecía haberse contagiado de mi entusiasmo, pues ella también se había levantado con presteza—. Te la mostraré.