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EL CUARTO NIVEL DE LECTURA: LA LECTURA PARALELA

Hasta el momento no hemos dicho nada en concreto sobre la lectura de dos o más libros sobre el mismo tema. Sí hemos intentado sugerir que cuando se discuten ciertos temas hay que leer más de un libro, y también hemos mencionado, de modo un tanto informal, obras y autores relacionados en diversos campos. Saber que más de un libro tiene relevancia respecto a un tema en concreto constituye el primer requisito para cualquier proyecto de lectura paralela, siendo el segundo requisito saber qué libros hay que leer, en líneas generales. El segundo requisito resulta mucho más difícil de cumplir que el primero.

La dificultad se pone de manifiesto en cuanto examinamos la frase «dos o más libros sobre el mismo tema». ¿A qué nos referimos cuando decimos «el mismo tema»? Quizá resulte claro cuando se trata de un solo período o acontecimiento histórico, pero no se encuentra tal claridad prácticamente en ninguna otra esfera. Tanto Lo que el viento se llevó como Guerra y paz son novelas sobre una gran guerra, pero sólo en ese punto se asemejan. La cartuja de Parma, de Stendhal, «trata» el mismo conflicto, a saber, las guerras napoleónicas, o más bien la guerra como tal, en general. La guerra proporciona el contexto o telón de fondo —como ocurre con gran parte de la vida de los seres humanos—, pero los autores centran la atención de los lectores en las narraciones. Podemos aprender algo sobre la guerra —de hecho, Tolstói dijo en una ocasión que había aprendido gran parte de lo que sabía sobre las batallas en la narración de Stendhal sobre la batalla de Waterloo—, pero no recurrimos ni a éstas ni a otras novelas si el objetivo fundamental que perseguimos consiste en estudiar la guerra.

El lector podría haber anticipado que esta situación se aplica al caso de la ficción, factor inherente a la misma por el hecho de que el novelista no se comunica al modo del autor de ensayos, pero la situación también se aplica a esta clase de obras.

Supongamos, por ejemplo, que nos interesa leer sobre la idea del amor. Como la bibliografía sobre el tema es muy extensa, no nos veríamos en demasiadas dificultades a la hora de confeccionar una lista de obras al respecto. Supongamos también que la obtenemos pidiendo consejo a diversas personas, buscando en una buena biblioteca y examinando títulos en un buen tratado sobre el tema. Por último, supongamos además que nos limitamos a los ensayos, a pesar del indudable interés de novelistas y poetas en el tema. (Más adelante explicaremos por qué consideramos aconsejable tal actitud). Empezamos a examinar los títulos de la bibliografía reunida, y ¿qué encontramos?

Incluso con un examen superficial veríamos una amplia gama de referencias. Apenas existe acción humana que no se haya denominado, de una u otra forma, acto de amor, no limitándose éste a la esfera de los seres humanos. Si llegamos lo bastante lejos en la lectura, descubriremos que se ha atribuido amor a casi todo lo que existe en el Universo.

Hasta de las piedras se dice que aman el centro de la tierra, y del movimiento ascendente del fuego, que es una función de su amor. La atracción de las limaduras de hierro hacia un imán se describe como un efecto del amor. Se han escrito tratados sobre la vida amorosa de las amebas, de la de los paramecios, los gusanos y las hormigas, por no hablar de los denominados animales superiores, de los que se piensa que quieren a sus amos y que también se quieren entre sí. Cuando se trata de seres humanos, vemos que los autores hablan y escriben sobre su amor por hombres, mujeres, un hombre, una mujer, los niños, ellos mismos, la humanidad, el dinero, el arte, los principios, una causa, una ocupación o profesión, la aventura, la seguridad, las ideas, la vida campestre, el hecho mismo de amar, un filete o una clase de vino. En ciertos tratados muy sesudos se dice que los movimientos de los cuerpos celestes están inspirados por el amor; en otros, ángeles y demonios se distinguen por las cualidades de su amor. Y, naturalmente, Dios es amor.

Ante tal cantidad de datos, ¿cómo establecer el tema de nuestra investigación? ¿Podemos tener la certeza de que existe un solo tema? Aunque empleando otro verbo, cuando una persona dice «Adoro el queso», y otra «Adoro el fútbol», y una tercera «Adoro a la humanidad», ¿están utilizando esa palabra con un significado común? Al fin y al cabo, el queso se come, pero no el fútbol ni la humanidad, y cualquiera que sea el significado de «Adoro a la humanidad», no parece aplicable ni al queso ni al fútbol. Y, sin embargo, las tres personas han utilizado la misma palabra. ¿Existe una razón profunda para ello, una razón que no resulta evidente a primera vista? Difícil como es la pregunta, ¿podemos decir que hemos identificado «el mismo tema» hasta haberla contestado?

Ante tan caótica situación, el lector puede decidir limitarse a investigar el amor humano, el amor entre seres humanos, del mismo o de los dos sexos, de la misma edad o de edades diferentes, y así sucesivamente. Con eso excluiría los tres enunciados anteriores, pero de todos modos, incluso leyendo una pequeña parte de los libros disponibles sobre el tema, aún tendría mucho que consultar. Descubriría, por ejemplo, que según algunos escritores, el amor es un simple nombre para la atracción que casi todos los animales sienten por los miembros del sexo contrario, pero también que otros autores sostienen que el amor propiamente dicho no contiene ningún deseo adquisitivo y que consiste en pura generosidad. ¿Tienen algo en común el deseo adquisitivo y la generosidad, considerando que el primero siempre supone querer algún bien para uno mismo, mientras que la generosidad supone querer un bien para otro?

Al menos, el deseo adquisitivo y la generosidad tienen en común una tendencia, el deseo en un sentido muy abstracto del término; pero la investigación de la bibliografía sobre el tema revelará al poco tiempo la existencia de escritores que conciben la esencia del amor como algo cognitivo, no apetitivo. Según tales escritores, el amor es un acto intelectual, no emocional, o, en otras palabras, saber que otra persona es admirable siempre precede desearla, en uno de los dos sentidos del deseo. No niegan que intervenga el deseo, pero sí que se denomine amor al deseo.

A continuación vamos a suponer —creemos que puede hacerse tal cosa— que el lector sabe identificar un significado común a las diversas concepciones del amor. Aun así, no habrá resuelto todos los problemas planteados. Consideremos las formas de manifestarse que tiene el amor entre los seres humanos. ¿Es igual el amor entre un hombre y una mujer durante el noviazgo que en el matrimonio cuando tienen veinte años que cuando tienen setenta? ¿Es el amor que siente una mujer por su marido igual al que profesa a sus hijos? ¿Cambia el amor de una mujer por sus hijos cuando éstos se hacen mayores? ¿Es el amor de un hombre por su hermana igual que el que siente por su padre? ¿Cambia el amor de un niño por sus padres a medida que va creciendo? El amor que siente un hombre por una mujer, ya sea su esposa o no, ¿es igual que la amistad que mantiene con otro hombre, y supone alguna diferencia la clase de relación que tenga con él, es decir, si va con él a tomar copas, si son compañeros de trabajo o si disfruta de su compañía intelectual? El hecho de que «amor» y «amistad» sean palabras distintas, ¿significa que difieren las emociones que designan (si es esto en realidad lo que designan)? ¿Pueden ser amigos dos hombres de distintas edades? ¿Pueden ser amigos si tienen marcadas diferencias en otros aspectos, como en cuanto a riqueza se refiere, o a grado de inteligencia? ¿Pueden mantener una relación de amistad las mujeres? ¿Pueden ser amigos hermanos y hermanas, o dos hermanos o dos hermanas? ¿Puede mantenerse la amistad con una persona a la que se presta dinero o a la que se le pide prestado? Caso contrario ¿por qué? ¿Puede un muchacho querer a su profesor? ¿Supone una diferencia que el profesor sea hombre o mujer? Si existieran autómatas humanoides, ¿podrían quererlos los seres humanos? Si descubriésemos seres inteligentes en Marte u otro planeta, ¿podríamos quererlos? ¿Podemos querer a alguien a quién no conocemos, como una estrella de cine o al presidente del gobierno? Si sentimos que odiamos a alguien, ¿se trata en realidad de una expresión de amor?

Éstas son tan sólo algunas de las preguntas que surgirían a partir de la lectura de una pequeña parte de las obras de ensayo sobre el amor, pero podrían plantearse muchas otras. Sin embargo, creemos haber dejado suficientemente en claro lo que queríamos decir. Cualquier proyecto de lectura paralela conlleva una curiosa paradoja. Aunque definimos este nivel como la lectura de dos o más libros sobre el mismo tema, lo que significa que antes de iniciarla lo hemos identificado, en cierto sentido es verdad que tal identificación debe seguir a la lectura, no precederla. En el caso del amor, quizá se hayan leído doce o cien obras antes de poder decidir sobre qué hemos leído, y una vez hecho esto, quizá se llegue a la conclusión de que la mitad de las obras leídas no tienen nada que ver con el tema.

La función de la inspección en la lectura paralela

Hemos señalado en más de una ocasión que los niveles de lectura son acumulativos, que un nivel superior abarca todos los que lo preceden o se encuentran por debajo de él. Ha llegado el momento de explicar qué significa esto en el caso de la lectura paralela.

Recordará el lector que al exponer la relación entre la lectura de inspección y la analítica, decíamos que los dos pasos de la primera —la prelectura y la lectura superficial— anticipaban los dos primeros pasos de la segunda. La prelectura ayuda a prepararse para el primer paso de la lectura analítica, en el transcurso de la cual se identifica el tema de lo que se está leyendo, se enuncia la clase de libro que es y se perfila la estructura. La lectura superficial, aunque también resulta útil en el primer paso de la lectura analítica, constituye sobre todo una preparación para el segundo paso, a la hora de interpretar el contenido de una obra llegando a un acuerdo con el autor, reconociendo sus proposiciones y siguiendo sus argumentos.

Análogamente, tanto la lectura de inspección como la analítica pueden considerarse anticipación o preparación para la paralela, y de hecho es en este punto donde la primera se convierte en un instrumento fundamental para el lector.

Supongamos una vez más que éste cuenta con una bibliografía de unos cien títulos, todos los cuales parecen tratar el tema del amor. Si dedica una lectura analítica a todos y cada uno de ellos, no sólo acabará con una idea bastante clara sobre el tema que está investigando —el «mismo tema» del proyecto de lectura paralela—, sino que también sabrá qué obra, de entre todas las leídas, no versa sobre dicho tema, y, por consiguiente, carece de relevancia para sus necesidades; pero para leer cien libros analíticamente necesitaría diez años, e incluso si pudiese dedicar todo su tiempo al proyecto, tardaría muchos meses. Salta a la vista que tendrá que tomar un atajo, ante la paradoja de la lectura paralela que ya hemos mencionado.

El atajo se lo proporcionará la destreza en la lectura de inspección. Lo primero que hay que hacer una vez reunida toda la bibliografía es inspeccionar todos los libros de la lista. No debe realizar una lectura analítica de ninguno de ellos antes de haberlos inspeccionado todos. La lectura de inspección no le familiarizará con todas las complejidades del tema, ni con todas las ideas de los autores, pero sí desempeñará dos funciones esenciales. En primer lugar, le ofrecerá una idea suficientemente clara del tema, de modo que resulte productiva la posterior lectura analítica de algunos libros, y, en segundo lugar, le permitirá recortar un tanto la bibliografía. No se nos ocurre otro consejo que pueda tener mayor utilidad para los estudiantes, sobre todo para licenciados e investigadores, que el que acabamos de sugerir. Según nuestra experiencia, hay estudiantes de estos niveles avanzados con cierta capacidad para leer activa y analíticamente. Tal vez no sean muy numerosos, ni lectores perfectos, pero al menos saben cómo llegar al núcleo de un libro, formular enunciados razonablemente inteligibles sobre él y encajarlo en un plan para desarrollar el tema elegido. Sin embargo, se esfuerzan en vano, porque no comprenden que hay que leer unos libros con mayor rapidez que otros. Dedican el mismo tiempo y los mismos esfuerzos a todos y cada uno de los libros o artículos, y, en consecuencia, no leen los que realmente merecen una buena lectura todo lo bien que deberían hacerlo, desaprovechando el tiempo con obras que merecen menos atención.

La persona que ha logrado destreza en la lectura de inspección hace algo más que clasificar un libro mentalmente y obtener un conocimiento superficial de su contenido. En el escaso tiempo que tarda en llevar a cabo la inspección, también descubre si el libro en cuestión dice algo importante sobre el tema que le interesa, o no. Quizá no sepa todavía en qué consiste con precisión ese algo, y probablemente tendrá que esperar a otra lectura para realizar tal descubrimiento, pero sí habrá aprendido uno de los dos aspectos siguientes: bien se trata de un libro al que debe volver, bien, por informativo o ameno que sea, éste no contiene nada esclarecedor, y, por consiguiente, no tiene que volver a leerlo.

Existe una razón para que con mucha frecuencia no se siga este consejo. En el caso de la lectura analítica, decíamos que el lector diestro da a la vez una serie de pasos que el principiante tiene que considerar distintos. Por analogía, podría parecer que esta preparación para la lectura paralela —la inspección de todos los libros de la lista antes de iniciar la lectura analítica de cualquiera de ellos— debería realizarse al mismo tiempo que la otra, pero no creemos que ningún lector sea capaz de hacerlo, por mucha destreza que haya logrado. Y en esto consiste precisamente el error que cometen muchos investigadores jóvenes. Al pensar que pueden reunir los dos pasos en uno solo, acaban leyéndolo todo a la misma velocidad, o demasiado deprisa o demasiado despacio para una obra en concreto, pero en cualquier caso inadecuado para la mayoría de ellas.

Una vez identificados mediante la inspección los libros relevantes para el tema que ocupa al lector, éste puede proceder a realizar una lectura paralela. Obsérvese que no hemos dicho «proceder a realizar una lectura analítica», como sería de esperar. Por supuesto, en cierto sentido tiene que leer cada una de las obras individuales que, en conjunto, constituyen la bibliografía del tema, con las destrezas adquiridas al aplicar las reglas de este tipo de lectura, pero sin olvidar jamás que el arte de la lectura analítica se aplica a la lectura de un solo libro, cuando el objetivo a conseguir consiste en comprender dicho libro. Como veremos más adelante, el objetivo de la lectura paralela es distinto.

Los cinco pasos de la lectura paralela

Ya estamos preparados para explicar cómo se lleva a cabo la lectura paralela. Vamos a dar por sentado que el lector, mediante la inspección de una serie de libros, se ha formado una idea bastante clara del tema que tratan al menos algunos de ellos, y que, además, es el tema que desea investigar. ¿Qué tiene que hacer?

En la lectura paralela hay que dar cinco pasos. No los denominaremos reglas, aunque bien podrían serlo, porque si no se da alguno de ellos, este tipo de lectura se complica mucho más o incluso se hace imposible. Los expondremos a grandes rasgos, según el orden en el que deben sucederse, aunque en cierto sentido tienen que producirse todos para que se manifieste cualquiera de ellos.

PRIMER PASO DE LA LECTURA PARALELA: DESCUBRIR LOS PASAJES RELEVANTES. Como damos por supuesto que el lector sabe realizar una lectura analítica, también damos por supuesto que podría leer concienzuda y cuidadosamente todos y cada uno de los libros relevantes si lo deseara, pero esto supondría situar las obras individuales en el primer lugar de su orden de prioridades, y su problema en segundo lugar. De hecho, el orden se invierte. En la lectura paralela, lo fundamental son el lector y sus intereses, no los libros que lee.

Por tanto, el primer paso en este nivel de lectura consiste en otra inspección de todas las obras cuya relevancia ha descubierto el lector, y el objetivo estriba en encontrar los pasajes que guarden una relación más estrecha con sus necesidades. Es bastante improbable que la totalidad de cualquiera de estas obras trate directamente el tema elegido, pero, incluso en tal caso, se debe leer rápidamente. No hay que perder de vista el hecho de que se está leyendo para cumplir un fin posterior, a saber, la luz que puede arrojar sobre el problema planteado, no por sí misma.

Puede parecer que es posible dar este paso al mismo tiempo que la inspección del libro anteriormente descrita, cuyo objetivo consistía en descubrir si tenía relevancia para los intereses del lector. En muchos casos así ocurre, pero no conviene pensar que siempre es posible. Hemos de recordar que uno de los objetivos de la primera inspección consistía en identificar el tema del proyecto de lectura paralela, y ya hemos dicho que no siempre se comprende plenamente el problema hasta haber realizado una lectura de inspección de muchos de los libros de la lista original. Por consiguiente, tratar de identificar los pasajes relevantes al mismo tiempo que las obras relevantes puede entrañar riesgos y, a menos que el lector haya adquirido gran destreza o que se haya familiarizado lo suficiente con el tema, conviene que dé los dos pasos por separado.

Lo importante aquí es reconocer la diferencia entre los primeros libros que se leen en el transcurso de la lectura paralela y los que siguen tras haber leído otros muchos sobre el tema. En el caso de estos últimos, el lector probablemente ya se habrá formado una idea bastante clara del problema que se le plantea, y entonces sí pueden fundirse los dos pasos; pero al principio, éstos deben mantenerse rigurosamente separados. De otro modo, es muy probable que se cometan graves errores a la hora de identificar los pasajes relevantes, errores que habrá que subsanar después, con la consiguiente pérdida de tiempo y esfuerzos.

Por encima de todo, el lector debe recordar que su tarea no estriba tanto en conseguir una comprensión global del libro en concreto que tiene en las manos cuanto en averiguar si puede resultarle útil en una conexión que quizá esté muy lejos del propósito que perseguía el autor cuando lo escribió; es algo que carece de importancia en esta etapa. El autor puede ayudar a resolver los problemas del lector sin tener intención de hacerlo. Como hemos señalado, en la lectura paralela los libros sirven al lector, no al revés. En este sentido, tal lectura es la más activa que se puede llevar a cabo. Naturalmente, también lo es la lectura analítica, pero, en este caso, entre lector y libro se establece la relación de discípulo y maestro, mientras que en la lectura paralela el lector debe ser el dueño de la situación.

Debido a lo expuesto anteriormente, hay que llegar a un acuerdo con los diversos autores de forma un tanto diferente.

SEGUNDO PASO DE LA LECTURA PARALELA: LOGRAR QUE LOS DIVERSOS AUTORES LLEGUEN A UN ACUERDO. La primera regla de la lectura interpretativa (segunda etapa de la lectura analítica) requiere que el lector llegue a un acuerdo con el autor, es decir, que identifique las palabras clave y descubra cómo las utiliza, pero ahora se enfrenta con diversos autores, y resulta bastante improbable que todos hayan utilizado las mismas palabras, o incluso los mismos términos. Por tanto, es el lector quien debe establecer los términos y hacer que los acepten los autores, no al revés.

Probablemente sea éste el paso más difícil de la lectura paralela; en realidad, equivale a obligar a un autor a utilizar el lenguaje del lector en lugar de que el lector utilice el del autor, algo a lo que se oponen todos los hábitos normales de lectura. Como ya hemos señalado en diversas ocasiones, damos por supuesto que el autor de un libro que deseamos leer es mejor que nosotros, algo especialmente cierto si se trata de una gran obra. Tenemos tendencia a aceptar los términos del autor y la organización que ha dado al tema, aunque hayamos adoptado una actitud muy activa a la hora de intentar comprenderle. Sin embargo, en la lectura paralela nos perderemos inmediatamente si aceptamos la terminología de cualquier autor. Podemos comprender su libro, pero no lograremos comprender a los demás, y acabaremos viendo que no se arroja mucha luz sobre el tema que nos interesa.

No sólo debemos negarnos resueltamente a aceptar la terminología de cualquier autor, sino que, además, debemos estar dispuestos a enfrentarnos a la posibilidad de que no nos resulte útil la terminología de ninguno. En otras palabras, hemos de aceptar el hecho de que la coincidencia de la terminología de cualquiera de los autores incluidos en la lista y la nuestra sea puramente accidental. Con frecuencia, tal coincidencia no será conveniente, porque si utilizamos un término o una serie de términos de un autor, quizá sintamos la tentación de utilizar otros, algo que nos perjudicará en lugar de ayudarnos.

En definitiva, la lectura paralela consiste, en gran medida, en un ejercicio de traducción, en el que no traducimos de una lengua a otra, pero sí imponemos una terminología común a una serie de autores a quienes, cualquiera que sea la lengua que hayan compartido, quizá no les haya preocupado específicamente el problema que estamos tratando de resolver, y, por consiguiente, tal vez no hayan creado la terminología ideal para tratarlo.

Esto significa que, a medida que avanzamos en el proyecto de lectura paralela, hemos de empezar a construir una serie de términos que, en primer lugar, nos ayuden a comprender a todos los autores elegidos, no sólo a uno o a unos cuantos, y, en segundo lugar, que nos ayuden a resolver nuestro problema.

TERCER PASO DE LA LECTURA PARALELA: ACLARAR LAS PREGUNTAS. La segunda regla de la lectura interpretativa requiere que descubramos las oraciones clave y que a partir de ellas comprendamos las proposiciones, que están integradas por términos. Naturalmente, debemos hacer algo similar con las obras a las que dedicamos una lectura paralela, pero como en este caso es el propio lector quien establece la terminología, se enfrenta con la tarea de establecer también una serie de proposiciones neutrales. La mejor forma de hacerlo consiste en formular una serie de preguntas que arrojen luz sobre el problema planteado y al que da respuesta cada uno de los autores elegidos.

También esto resulta difícil. Hay que formular las preguntas de una forma y siguiendo un orden tales que nos ayuden a resolver el problema con el que empezamos, pero también hay que plantearlas de tal modo que pueda interpretarse que todos los autores, o la mayoría de ellos, ofrecen respuestas. La dificultad estriba en que tal vez los autores no hayan considerado como tales las preguntas para las que deseamos respuestas, en que su visión del tema puede ser muy distinta.

En ocasiones, tenemos que aceptar el hecho de que el autor no ofrezca ninguna respuesta a una de nuestras preguntas, en cuyo caso hemos de considerar que guarda silencio o que mantiene una actitud de indeterminación al respecto, pero incluso si no expone el asunto explícitamente, a veces encontramos una respuesta implícita. Podemos concluir, por tanto, que si se hubiera planteado la pregunta, habría respondido de tal y tal manera. Aquí hemos de ser prudentes; no podemos poner pensamientos en la mente de los autores que estamos leyendo, ni palabras en su boca, pero tampoco podemos depender por completo de lo que digan explícitamente sobre el problema, porque si pudiéramos depender de esa forma de alguno de ellos, probablemente no tendríamos ningún problema que resolver.

Hemos indicado que tenemos que colocar las preguntas en un orden que nos ayude en la investigación, que, naturalmente, variará según el tema que nos ocupe, pero podemos sugerir unas directrices generales. Las primeras preguntas suelen estar relacionadas con la existencia o el carácter del fenómeno o la idea que estamos investigando. Si un autor dice que existe tal fenómeno o que la idea en cuestión tiene un carácter determinado, podremos formular más preguntas sobre su libro, que quizá se refieran a cómo se conoce el fenómeno o cómo se manifiesta la idea, y la serie final de preguntas podría estar relacionada con las consecuencias de las respuestas a las preguntas anteriores.

No debemos esperar que todos los autores que estamos leyendo contesten a nuestras preguntas de la misma manera. Si así fuera, no tendríamos ningún problema que resolver; se habría solucionado por consenso. Como los autores diferirán entre sí, tendremos que dar el siguiente paso de la lectura paralela.

CUARTO PASO DE LA LECTURA PARALELA: DEFINICIÓN DE LAS CUESTIONES. Si una pregunta es clara y si podemos tener una certidumbre razonable de que los autores responden a ella de diferentes maneras —tal vez a favor y en contra—, entonces se habrá definido una cuestión, la que se plantea entre los autores que responden a la pregunta de una manera y los que responden de forma contraria.

Cuando todos los autores examinados dan sólo dos respuestas, se trata de una cuestión relativamente fácil, pero con frecuencia se ofrecen más de dos soluciones alternativas, en cuyo caso hay que ordenar las respuestas contrarias relacionándolas entre sí y clasificar a los respectivos autores según sus puntos de vista.

Se dan dos soluciones realmente opuestas cuando dos autores que comprenden una pregunta de la misma manera responden de forma contraria o contradictoria, pero esto no ocurre con la frecuencia que sería de desear. Por lo general, hay que atribuir las diferencias en las respuestas a las distintas concepciones de la pregunta con tanta frecuencia como a los diferentes puntos de vista sobre el tema. La tarea a realizar con la lectura paralela consiste en definir las cuestiones de tal modo que se opongan de la mejor manera posible, lo que a veces obliga al lector a formular la pregunta de una manera que no emplea explícitamente ningún autor.

Pueden intervenir muchas cuestiones en la exposición del problema que tratamos, pero probablemente se dividirán en grupos. Las preguntas sobre el carácter de la idea que examinamos, por ejemplo, pueden generar una serie de cuestiones relacionadas entre sí, y una serie de puntos en torno a una serie de preguntas que guardan estrecha relación puede denominarse la controversia sobre ese aspecto del tema, que a veces resulta muy complicada. Entonces, la tarea consistirá en disponerla ordenada y claramente, incluso si no ha logrado hacerlo ninguno de los autores. Esta ordenación de las controversias, así como de los puntos integrantes, nos lleva al último paso de la lectura paralela.

QUINTO PASO DE LA LECTURA PARALELA: ANÁLISIS DE LA EXPOSICIÓN. Hasta el momento, hemos descubierto los párrafos relevantes de las obras examinadas, creado una terminología neutral que se aplica a todos los autores leídos, o a la mayoría de ellos, y formulado y ordenado una serie de preguntas y definido y dispuesto los temas surgidos como consecuencia de las distintas respuestas a las preguntas. ¿Qué nos queda por hacer?

Los cuatro primeros pasos corresponden a los dos primeros grupos de reglas para la lectura analítica, que, cuando se aplican a cualquier libro, nos permiten responder a lo siguiente: ¿qué dice? Y ¿cómo lo dice? Al llegar a este punto del proyecto de lectura paralela, también somos capaces de contestar a las mismas preguntas relativas a la exposición de nuestro problema. En el caso de la lectura analítica de una sola obra, aún quedaban por responder dos preguntas, a saber, ¿es verdad? Y ¿qué importancia tiene? En el de la lectura paralela, ya estamos preparados para formular interrogantes similares sobre la exposición.

Supongamos que no empezamos con un problema sencillo, sino con uno de esos perennes con el que los pensadores llevan siglos luchando y sobre el que los buenos intelectos difieren y probablemente seguirán haciéndolo. Sobre tal suposición, deberíamos reconocer que nuestra tarea en la lectura paralela no se limita a responder a las preguntas, las que hemos formulado y ordenado tan cuidadosamente para esclarecer la exposición del tema y el tema mismo. No se encuentra fácilmente la verdad sobre un problema de esta clase; es más, seguramente pecaríamos de presuntuosos si pensáramos que se puede encontrar la verdad en una serie de respuestas a las preguntas planteadas. Si acaso, se encontrará en el conflicto entre las respuestas contrapuestas, muchas de las cuales, si no todas, pueden contener pruebas persuasivas y razones convincentes que las respalden.

Por tanto, en la medida en que se la puede hallar, la verdad —la solución al problema, también en la medida en la que podemos acceder a ella— consiste en la propia exposición ordenada, no en una serie de proposiciones o asertos sobre ella. Con el fin de presentar esta verdad a nuestra mente —y a la de otros—, tenemos que hacer algo más que limitarnos a formular las preguntas y responderlas. Hemos de plantearlas con cierto orden y ser capaces de defender éste, demostrar las distintas respuestas e intentar expresar por qué y señalar los textos de los libros examinados sobre los que se apoya nuestra clasificación de las respuestas. Sólo una vez realizado todo lo anterior podremos decir que hemos analizado la exposición de nuestro problema, y sólo entonces podremos asegurar que lo hemos comprendido.

Incluso es posible que hayamos hecho algo más. Un análisis concienzudo de la exposición de un problema puede proporcionar las bases de un trabajo posterior, productivo, sobre el problema que realizarán otras personas: eliminar elementos inútiles y preparar el camino para que un pensador original haga un descubrimiento importante, algo imposible sin el análisis, pues quizá no se hubieran apreciado las dimensiones del problema.

La necesidad de objetividad

Un análisis adecuado de la exposición de un problema o tema identifica y deja constancia de las cuestiones fundamentales u oposiciones intelectuales básicas de dicha exposición, lo que no significa que la desavenencia constituya siempre su rasgo dominante. Por el contrario, en la mayoría de los casos, avenencia y desavenencia van unidas, es decir, en la mayoría de las cuestiones varios autores, en ocasiones muchos, comparten los puntos de vista u opiniones que presentan extremos opuestos de la disputa. Raramente se encuentra un único exponente de una postura controvertida.

La avenencia de los seres humanos en torno a la naturaleza de las cosas en cualquier campo de investigación establece una suposición de la verdad de las opiniones que mantienen, pero la desavenencia establece la contrasuposición, que ninguna de las opiniones en conflicto, compartidas o no, puede ser cierta en su totalidad. Desde luego, entre diversas opiniones contrapuestas, una puede ser cierta en su totalidad y las demás completamente falsas, pero también cabe la posibilidad de que cada una de ellas exprese una parte de toda la verdad, y, salvo las contradicciones aisladas (escasas en la exposición de la clase de problemas que estamos tratando en estas páginas), incluso es posible que todas las opiniones en conflicto sean falsas, o que lo sea la opinión sobre la que todos parecen coincidir. Quizá una que aún no se ha expresado sea la verdadera o la más próxima a la verdad.

Lo anterior es otra forma de decir que el objetivo de un proyecto de lectura paralela no consiste en dar respuestas definitivas a las preguntas que se desarrollan mientras se lleva a cabo tal proyecto, ni la solución definitiva del problema con el que se inició, algo especialmente aplicable al informe que quizá intentemos hacer de tal lectura que resultaría dogmático, no dialéctico, si asegurase o tratase de demostrar la verdad o falsedad de cualquier opinión sobre cualquiera de las cuestiones importantes que se han identificado y analizado. En tal caso, el análisis paralelo dejaría de serlo; se convertiría simplemente en una voz más en la discusión, y, por consiguiente, perdería su carácter objetivo e imparcial.

No se trata de que una voz más carezca de fuerza en el foro de la discusión humana sobre cuestiones importantes, sino de que puede y debe hacerse un tipo distinto de contribución a la búsqueda de la comprensión. Tal contribución consiste en mantener una actitud resueltamente objetiva e imparcial; de hecho, la cualidad especial que se intenta conseguir con un análisis paralelo podría resumirse en las palabras «objetividad dialéctica».

En definitiva, con la lectura paralela se intenta mirar todos los aspectos y no tomar partido por ninguno. Naturalmente, el lector no alcanzará un ideal tan exigente. La objetividad dialéctica perfecta no queda garantizada por el hecho de evitar los juicios explícitos sobre la verdad de las opiniones en conflicto. La parcialidad puede entrar en juego de formas muy diversas y sutiles: el modo de resumir los argumentos, los matices de énfasis u omisiones, el tono de una pregunta o de un comentario de pasada y el orden en que se presentan las diferentes respuestas a las preguntas clave.

Con el fin de evitar algunos de estos riesgos, el lector concienzudo puede acudir a un recurso evidente y utilizarlo lo más posible: remitirse constantemente al texto de los autores, leer los párrafos relevantes una y otra vez y, al presentar los resultados de su trabajo ante un público más amplio, citar la opinión o el argumento de un autor con las mismas palabras con las que éste lo escribió. Aunque pueda parecer lo contrario, esto no se contradice con lo que señalábamos antes sobre la necesidad de hallar una terminología neutral con la que analizar el problema. Tal necesidad se mantiene, y cuando se presentan resúmenes de los argumentos de un autor, debe hacerse esto con ese lenguaje y no con el del autor, pero las palabras de éste, cuidadosamente citadas para no desgajarlas del contexto, deben acompañar al resumen, de modo que el lector pueda juzgar por sí mismo si es correcta la interpretación del escritor.

Sólo la firme determinación de evitarlo por parte de quien realiza una lectura paralela impedirá que se desvíe de la objetividad dialéctica. Este ideal requiere un esfuerzo deliberado por sopesar las preguntas, por renunciar a cualquier comentario que pueda estar cargado de prejuicios, por refrenar la tendencia al énfasis innecesario, tanto por exceso como por defecto. En última instancia, y aunque un lector puede ser el juez de la eficacia de un informe escrito de una exposición dialéctica, sólo quien lo ha escrito —quien ha realizado una lectura paralela— sabrá si ha satisfecho estos requisitos.

Modelo de ejercicio de lectura paralela: el concepto de progreso

Un ejemplo resultará útil para explicar el funcionamiento de la lectura paralela. Consideremos la idea de progreso, tema que no hemos elegido al azar, ya que hemos llevado a cabo extensas investigaciones sobre él[13]. En otro caso, el modelo no tendría tanta utilidad para el lector.

Las investigaciones sobre esta idea filosófica e histórica tan importante se prolongaron durante varios años. La primera tarea consistió en confeccionar una lista de obras en las que había que descubrir los pasajes relevantes, en recoger bibliografía, que finalmente ascendió a más de 450 títulos. Realizamos esta tarea mediante una serie de lecturas de inspección de ese número de libros, artículos y otros materiales. Hemos de señalar que en el caso de la idea del progreso, al igual que en el de la mayoría de las ideas importantes, muchos de los títulos que al final se consideraron relevantes se encontraron más o menos por casualidad, o al menos con la ayuda de conjeturas. En algunas ocasiones, saltaba a la vista por dónde había que empezar, porque en el título de muchos libros recientes aparece la palabra «progreso», pero en otros no, y la mayoría de los libros más antiguos, aunque relevantes para el tema, ni siquiera la emplean.

Leímos algunas novelas y obras poéticas, pero en conjunto decidimos centrarnos en los ensayos. Ya hemos observado que resulta difícil incluir novelas, poemas y obras teatrales en un proyecto de lectura paralela, por diversas razones. En primer lugar, la columna vertebral o esencia de una narración es la trama, no las proposiciones. En segundo lugar, incluso los personajes más locuaces raramente adoptan posturas claras respecto a una cuestión: suelen hablar de otros asuntos, sobre todo de las relaciones emocionales. En tercer lugar, incluso si un personaje hace un discurso de este tipo, como, por ejemplo, Settembrini respecto al progreso en La montaña mágica, de Thomas Mann, no podemos tener la certeza de que lo que se representa es la opinión del autor. ¿Mantiene éste una actitud irónica al permitir que el personaje trate así el tema? ¿Consiste su intención en hacer ver al lector lo absurdo, no lo acertado, de semejante postura? Por lo general, se requiere gran esfuerzo de interpretación sintética para situar una obra de ficción en uno u otro extremo de una cuestión, un esfuerzo de tales dimensiones y con unos resultados tan dudosos que es más prudente abstenerse.

La exposición sobre el progreso en las muchas obras que aún quedaban por examinar parecía caótica, como suele ocurrir. Ante este hecho, la tarea consistía, como ya hemos señalado, en desarrollar una terminología neutral, empresa compleja, pero un ejemplo contribuirá a explicar qué hicimos.

Los escritores emplean la palabra «progreso» de diversas maneras, la mayoría de las cuales no reflejan más que matices de significado que pueden manejarse en el análisis, pero algunos la utilizan para denotar cierto tipo de movimiento hacia adelante en la historia que no representa una mejora. Como la mayoría denota con ella un cambio de la condición humana para mejor, y como la mejora pertenece a la esencia misma del concepto, no podíamos aplicar la misma palabra a ambos puntos de vista. En este caso, venció la mayoría y hubo que referirse a la minoría como autores que defienden «el avance sin mejora» en la historia. El problema radicaba en que al exponer los puntos de vista de la minoría no podíamos emplear la palabra «progreso», aunque la hubiesen utilizado los autores en cuestión.

Como hemos señalado, el tercer paso de la lectura paralela consiste en aclarar las preguntas. La intuición que habíamos tenido sobre la pregunta básica en el caso del progreso resultó acertada tras el examen. La primera pregunta que hay que plantear, cuyas diversas respuestas podemos considerar que ofrecerán los autores, es la siguiente: ¿se produce el progreso en la historia? ¿Es un hecho que la dirección general que sigue el cambio histórico apunta hacia la mejora de la condición humana? Existen tres respuestas distintas a este interrogante que plantea la bibliografía sobre el tema: 1) sí; 2) no, y 3) no podemos saberlo. Sin embargo, hay diferentes formas de responder sí; lo mismo ocurre con la respuesta negativa, y al menos existen tres formas distintas de decir que no podemos saber si se produce el progreso humano o no.

La diversidad e interrelación de las respuestas a esta pregunta básica constituye lo que decidimos denominar controversia general sobre el progreso, general en el sentido de que todos los autores que estudiamos tienen algo significativo que decir sobre el tema y toman partido en las diversas cuestiones identificables en él; pero hay asimismo una controversia especial sobre el progreso, integrada por cuestiones a las que sólo se oponen los autores del progreso, es decir, los que sostienen que sí se produce tal cosa. Estas cuestiones guardan relación con el carácter o las propiedades del progreso que todos ellos, al ser autores del progreso, sostienen como hecho histórico. Aquí sólo se plantean tres cuestiones, pero su discusión reviste gran complejidad. Pueden formularse bajo la forma de las siguientes preguntas: 1) ¿es el progreso necesario o depende de otros acontecimientos?; 2) ¿continuará produciéndose indefinidamente o llegará a un punto muerto?, y 3) ¿existe progreso en la naturaleza humana así como en las instituciones creadas por el hombre, en el animal humano como tal, o solamente en las condiciones externas de su vida?

Por último, hay una serie de cuestiones subordinadas, como las denominamos nosotros, sólo entre los autores del progreso, sobre los aspectos en los que se produce aquél. Encontramos seis campos en los que, según algunos autores, sí se da, aunque otros lo niegan en uno o más de dichos campos, si bien nunca en todos (puesto que, por definición, son autores que sostienen que se da bajo una u otra forma). Son los siguientes: 1) progreso en el conocimiento; 2) progreso tecnológico; 3) progreso económico; 4) progreso político; 5) progreso moral, y 6) progreso en las bellas artes. La discusión del último punto plantea problemas especiales, ya que, en nuestra opinión, ningún autor sostiene realmente que se dé tal progreso estético, si bien algunos niegan que se produzca.

La estructura del análisis del progreso que acabamos de describir ejemplifica los esfuerzos que realizamos para definir las cuestiones de la discusión sobre el tema y analizar la discusión en sí; en otras palabras, para dar el cuarto y quinto pasos de la lectura paralela. Y siempre hay que hacer algo parecido en esta clase de lectura aunque, naturalmente, el lector no siempre tiene que escribir un largo libro sobre sus investigaciones[14].

El Syntopicon y su utilización

Quien haya leído cuidadosamente este capítulo habrá observado que, aunque hemos dedicado bastante tiempo a su exposición, realmente no hemos resuelto lo que denominamos paradoja de la lectura paralela, que podría definirse como sigue: a menos que sepamos qué libros hemos de leer, no podremos realizar una lectura paralela, pero a menos que pueda llevarse a cabo este tipo de lectura, no sabremos qué leer. Otra forma de enunciar la paradoja consistiría en lo que podríamos llamar el problema fundamental de la lectura paralela: si no sabemos por dónde empezar, no podremos realizar tal lectura, e incluso si tenernos una idea aproximada de por dónde empezar, el tiempo necesario para encontrar los libros y los pasajes relevantes quizá supere al que se requiere para dar todos los demás pasos en conjunto.

Naturalmente, existe al menos una solución teórica de la paradoja y del problema. En teoría, el lector puede conocer tan bien las obras más importantes de nuestra tradición que posea nociones de dónde se discute cada una de las ideas, pero en tal caso no necesitará ayuda de nadie, y nosotros no podemos decirle nada sobre la lectura paralela que no sepa ya.

Por otra parte, incluso si no posee tales conocimientos, quizá pueda recurrir a alguien que sí los tenga, pero debe comprender que, si lo hace, el consejo de esa persona puede resultar tanto un obstáculo como una ayuda. Si se trata de un tema sobre el que ha llevado a cabo investigaciones especiales, le costará trabajo limitarse a decirle al lector qué pasajes relevantes debe leer sin explicarle también cómo leerlos, circunstancia que seguramente entorpecerá la tarea de éste; pero si no ha llevado a cabo investigaciones especiales sobre el tema, quizá no sepa mucho más que el lector, aunque posiblemente los dos creerán lo contrario.

Por tanto, lo que se necesita es un libro de consulta que diga dónde encontrar los pasajes relevantes de gran número de temas de interés, que no indique al mismo tiempo cómo deberían leerse, que no prejuzgue su significado o su importancia. El denominado Syntopicon constituye un ejemplo de esta clase de obra. Escrito en la década de los 40, es un índice temático de la serie de libros titulada Great Books of the Western World (Grandes libros del mundo occidental). Bajo cada uno de los temas o materias ofrece una lista de referencias a las páginas de los libros del grupo en las que se exponen aquéllos, algunas a pasa}es que ocupan páginas enteras, otras a párrafos o incluso partes de párrafos clave. No se necesita más tiempo para encontrarlos que para coger la obra indicada y consultarla.

Naturalmente, tiene un defecto importante: que es un índice de un solo grupo de libros (si bien extenso), y únicamente da indicaciones muy aproximadas de dónde buscar pasajes de otros libros que no están incluidos en él. Sin embargo, también proporciona al menos un punto en el que empezar un proyecto de lectura paralela, y, además, cualquiera querría leer la mayoría de las obras incluidas en el grupo en el transcurso de un proyecto de este tipo. Por ello, debería ahorrarle al estudioso maduro, o al lector que empieza a investigar un problema en concreto, gran parte de la labor preliminar de la investigación y hacerle avanzar rápidamente hasta el punto en el que pudiera comenzar a pensar por su cuenta sobre el tema.

Si bien el Syntopicon resulta útil para esa clase de lector, lo es mucho más para el principiante, porque le ayuda de tres maneras: como iniciación, como sugerencia y como instrucción.

Cumple la primera función al superar la dificultad inicial a la que se enfrenta cualquier persona ante las obras clásicas de nuestra tradición, que pueden parecer un tanto imponentes. Quizá desearíamos haberlas leído, pero en muchas ocasiones no lo hacemos. Por todos lados nos aconsejan que las leamos y nos dan programas de lectura que empiezan con las más fáciles y continúan con las más difíciles. Sin embargo, todos estos programas requieren la lectura de libros enteros, o al menos la lectura integral de largos pasajes, y, según la experiencia general, esta solución raramente da los —resultados deseados—.

La lectura paralela de estas grandes obras con la ayuda del Syntopicon ofrece una solución radicalmente distinta: inicia en su lectura permitiendo que se descubran algunas obras en concreto sobre los temas que interesan, pudiéndose leer pasajes relativamente cortos de numerosos autores sobre dichos temas.

La lectura paralela de estas obras con la ayuda del Syntopicon también puede servir como sugerencia. Comenzando por el interés que ya tiene el lector por un tema en concreto, puede crear o despertar otros en temas relacionados con el primero, y una vez que el lector se ha iniciado en un autor, difícilmente dejad de explorar el contexto. Cuando quiera darse cuenta, habrá leído buena parte del libro.

Por último, también sirve de instrucción, de tres maneras distintas, lo que constituye una de las mayores ventajas de este nivel de lectura.

En primer lugar, el tema relacionado con el pasaje que se está leyendo ofrece unas directrices para interpretar dicho pasaje, pero no dice qué significa, puesto que puede ser relevante para el tema de varios modos. Por consiguiente, el lector tiene que descubrir exactamente por qué es relevante, y aprender a hacer esto equivale a adquirir una destreza fundamental en el arte de la lectura.

En segundo lugar, la serie de pasajes sobre el mismo tema, pero de diferentes obras y autores, sirve para agudizar la interpretación que hace el lector de cada pasaje leído. En ocasiones, cuando se leen consecutivamente varios pasajes de la misma obra y en el contexto recíproco, se aclara cada uno de ellos. Otras veces, se acentúa el significado de cada serie de pasajes opuestos o en conflicto de libros distintos cuando se los confronta; y también puede ocurrir que los pasajes de un autor, al ampliar o comentar los de otro, ayuden materialmente a comprender a este último.

En tercer lugar, si se lleva a cabo una lectura paralela sobre una serie de temas diferentes, el hecho de que con frecuencia se encuentre el mismo pasaje citado en el Syntopicon y referido a dos o más temas resultará instructivo, porque tiene una amplitud de significado que el lector percibirá al interpretarlo de diversas maneras según los diferentes temas. Esta interpretación múltiple no sólo constituye un ejercicio básico en el arte de la lectura, sino que además tiende a hacer que la mente se mantenga constantemente alerta ante los múltiples significados que puede contener un pasaje complejo.

Como creemos que el Syntopicon puede ser de utilidad para la persona que quiera leer según la descripción que hemos dado en este capítulo, ya se trate de un lector principiante o de un investigador y estudioso maduro, nos hemos tomado la libertad de adoptar su nombre como otra de las denominaciones de este nivel de lectura, la sintópica, con la esperanza de que el lector nos perdone el exceso. A cambio de su perdón, quisiéramos destacar un hecho importante. Existe una diferencia considerable entre la lectura sintópica, con «s» minúscula, y la lectura Sintópica, esta última referida a la lectura de grandes obras con la ayuda del Syntopicon. En el último sentido, puede constituir una parte de cualquier proyecto de lectura paralela o sintópica cuando se emplea el término en el primer sentido, y quizá siempre se debería empezar así.

Sobre los principios que rigen la lectura paralela

Hay quienes sostienen que la lectura paralela o sintópica (en el sentido más amplio que acabamos de mencionar) es imposible. Aseguran que se comete un error al imponer una terminología, incluso «neutral» (si existe tal cosa), a un autor. Su propia terminología se considera sacrosanta, porque los libros nunca deben leerse «fuera de contexto», y, además, la traducción de una serie de términos a otra siempre entraña riesgos, porque no se puede ejercer un control sobre las palabras como si se tratase de símbolos matemáticos. Por si fuera poco, la lectura paralela supone leer a autores separados en el espacio y en el tiempo y que difieren radicalmente en cuanto a estilo y enfoque, como si fueran miembros del mismo universo de discurso, como si hablasen entre sí, circunstancia que deforma los hechos. Cada autor es un pequeño universo en sí, y aunque pueden establecerse conexiones entre diferentes obras escritas por el mismo autor en épocas distintas (e incluso aquí hay riesgos, aseguran quienes ponen objeciones a este tipo de lectura), no existen conexiones claras entre un autor y otro. Por último, sostienen que los temas tratados por los escritores, como tales, no revisten tanta importancia como la manera de tratarlos. Según ellos, el estilo es la persona, y si no tenemos en cuenta cómo dice algo un autor, en el proceso de intentar descubrir qué dice acabaremos por no comprender ninguno de los dos aspectos.

Salta a la vista que no coincidimos con todas estas acusaciones y que, por consiguiente, procede darles respuesta. Las presentaremos por separado.

En primer lugar, el punto referente a la terminología. Negar que pueda expresarse una idea con más de una serie de términos es similar a negar que pueda traducirse de una lengua a otra, postura que, naturalmente, mantienen algunas personas. Por ejemplo, hace poco leímos la introducción a una nueva traducción del Corán que comenzaba por decir que traducir este libro es imposible, pero como a continuación el autor explicaba cómo la había llevado a cabo, lo único que podemos suponer es que se refería a que la traducción resulta especialmente difícil en el caso de un libro considerado santo por muchas personas. En eso coincidimos, pero difícil no equivale a imposible.

De hecho, la opinión que sostiene que los términos de un autor deben tratarse como algo sacrosanto probablemente no sea sino otra forma de decir que resulta difícil traducir de una terminología a otra. También estaríamos de acuerdo en este punto, pero, una vez más, insistimos en que difícil no equivale a imposible.

En segundo lugar, el punto concerniente al carácter único de los autores. Esto supondría decir que si Aristóteles, por ejemplo, entrase en nuestro despacho, ataviado sin duda con una túnica y acompañado por un intérprete que conociese nuestra lengua y griego antiguo, no podríamos comprenderle, ni él a nosotros. Sencillamente, no lo creemos. Desde luego, el filósofo se quedaría perplejo ante algunas de las cosas que viera, pero nos consta que al cabo de diez minutos podríamos, si quisiéramos, enfrascarnos en una discusión filosófica de problemas compartidos. Quizá surgieran dificultades en repetidas ocasiones, pero en cuanto las reconociésemos como tales, las resolveríamos.

Si eso es posible (y no creemos que nadie pueda negarlo), entonces no es imposible que un libro «hable» con otro por mediación de un intérprete, a saber, la persona que lleva a cabo una lectura paralela. Desde luego, hay que tener mucho cuidado, y el lector ha de conocer ambos «idiomas», es decir, ambos libros, lo mejor posible, pero el problema no es insuperable.

Por último, el punto concerniente a la manera o el estilo. A nuestro juicio, equivale a decir que no existe comunicación racional entre los seres humanos, que sólo pueden comunicarse en el nivel emocional, el mismo en el que se comunican con sus perros o sus gatos. Si el lector le dice a su perro «Te quiero» en tono colérico, el animal se encogerá de miedo, pero sin comprender lo que le ha dicho. ¿Puede alguien sostener seriamente que no existe nada más que el tono de voz o el gesto en las comunicaciones verbales entre dos seres humanos? Lo primero es importante, sobre todo cuando las relaciones emocionales constituyen el contenido fundamental de la comunicación, y probablemente el lenguaje corporal tiene cosas que decirnos si estamos dispuestos a escucharlas (¿a mirarlas?), pero en la comunicación humana hay algo más. Si le preguntamos a alguien por la puerta de salida y nos indica que sigamos el pasillo B, no importa qué tono de voz emplee. O tiene razón o se equivoca, o dice la verdad o miente, pero de lo que se trata es de que lo averiguaremos enseguida si seguimos por el pasillo B. Hemos comprendido lo que ha dicho además de reaccionar, sin duda de muchas maneras, ante cómo lo ha dicho.

Por tanto, al creer que la traducción es posible (porque es algo que se hace continuamente), que los libros pueden «hablarse» mutuamente (porque lo hacen los seres humanos) y que existe un contenido racional, objetivo, en la comunicación entre éstos cuando intentan ser racionales (porque podemos aprender y aprendemos unos de otros), también creemos que la lectura paralela es posible.

Resumen de la lectura paralela

Puesto que ya hemos concluido la exposición de la lectura paralela, a continuación vamos a señalar los diversos pasos que hay que dar en este nivel para trazar un perfil.

Como hemos visto, existen dos etapas principales en la lectura paralela, una preparatoria, y otra, la lectura paralela o sintópica propiamente dicha. Examinemos todos estos pasos.

I. Examen del terreno preparatorio para la lectura paralela

  1. Elaborar una bibliografía provisional sobre el tema que interese recurriendo a catálogos de bibliotecas, asesores y bibliografías que aparezcan en libros.
  2. Examinar todos los libros de la bibliografía provisional para averiguar cuáles están relacionados con el tema, y también para hacerse una idea más clara del mismo.

Nota. Estos dos pasos no son, en sentido estricto, cronológicamente distintos, es decir, que los dos se influyen mutuamente, y sobre todo que el segundo sirve para modificar al primero.

II. Lectura paralela de la bibliografia recogida en la etapa I

  1. Examinar los libros cuya relevancia para el tema se conoce desde la primera etapa con el fin de descubrir los pasajes más sobresalientes.
  2. Hacer que los autores lleguen a un acuerdo construyendo una terminología neutral del tema, e interpretando que la emplean todos los autores, o la gran mayoría, tanto si utilizan las palabras como si no.
  3. Establecer una serie de proposiciones neutrales para todos los autores formulando una serie de preguntas, e interpretando que todos o la mayoría de los autores las contestan, tanto si tratan las preguntas explícitamente como si no.
  4. Definir las cuestiones, las más y las menos importantes, clasificando las respuestas contrapuestas de los autores a las diversas preguntas en uno u otro extremo de la cuestión. El lector debe recordar que no siempre existe una cuestión explícita a debatir entre los autores, sino que a veces hay que construirla mediante la interpretación de las opiniones de éstos sobre puntos que quizá en principio no constituían su principal preocupación.
  5. Analizar la discusión ordenando las preguntas y las cuestiones de modo que se arroje la mayor cantidad de luz posible sobre el tema. Las cuestiones más generales deben preceder a las menos generales, y hay que indicar claramente las relaciones entre las distintas cuestiones.

Nota. Idealmente, habría que mantener la imparcialidad u objetividad dialéctica de principio a fin. Una forma de garantizar tal actitud consiste en acompañar la interpretación de los puntos de vista de un autor sobre una cuestión con citas de su texto.