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CÓMO LEER CIENCIAS SOCIALES

Los conceptos y la terminología de las ciencias sociales impregnan casi todo lo que se lee en la actualidad.

El periodismo moderno, por ejemplo, no se limita a informar sobre los hechos, salvo en esa especie de estilo telegráfico de «quién-qué-por qué-cuándo-dónde» que encontramos en las primeras páginas de los periódicos. Con mucha más frecuencia, los periodistas enredan los hechos a partir de interpretaciones, comentarios y análisis de las noticias, para lo cual recurren a los conceptos y la terminología de las ciencias sociales, que también se reflejan en la enorme cantidad de libros y artículos que podrían agruparse en la categoría de crítica social. Nos enfrentamos a un constante flujo de publicaciones sobre temas como los problemas raciales, la delincuencia, la aplicación de las leyes, la pobreza, la educación, la seguridad social, la guerra y la paz, los buenos y los malos gobiernos, y gran parte de estas publicaciones toman su ideología y su lenguaje de las ciencias sociales.

Las publicaciones sobre estas materias no se limitan a la no ficción, porque existe una importante categoría de la literatura contemporánea que podría denominarse sociociencia ficción. Lo que se pretende con ella es crear modelos artificiales de sociedad que nos permitan, por ejemplo, examinar las consecuencias sociales de las innovaciones tecnológicas. La organización del poder social, los tipos de propiedad y la distribución de la riqueza se describen de diversas formas, se deploran o alaban en novelas, obras teatrales, televisivas y películas. Siempre y cuando planteen tales problemas, podemos decir que revisten importancia social o que contienen «mensajes significativos», al tiempo que se inspiran en las ciencias sociales y propagan sus elementos.

Además, difícilmente existirá un problema social, económico o político que no haya sido tratado por los especialistas en estos campos, bien por iniciativa propia, bien por invitación de las personas que se encargan de tales asuntos. Los especialistas en ciencias sociales ayudan a formular los problemas y se les requiere a la hora de enfrentarse a ellos.

Lejos de representar el factor menos importante en la creciente omnipresencia de las ciencias sociales, su introducción en la enseñanza media e incluso en niveles inferiores ha supuesto un gran avance. De hecho, las matrículas en este tipo de asignaturas superan con mucho a las de las más tradicionales, como literatura y lengua, lo mismo que ocurre con las asignaturas de ciencias «puras».

¿Qué son las ciencias sociales?

Hemos hablado de las ciencias sociales como si se tratara de una sola entidad, pero no es así.

¿Cuáles son las ciencias sociales? Una forma de responder a la pregunta consistiría en ver qué departamentos y asignaturas agrupan las universidades bajo este nombre. Por lo general, en las divisiones de las ciencias sociales se incluyen los departamentos de antropología, ciencias económicas, ciencias políticas y sociología. ¿Por qué no suelen incluir también las facultades de derecho, educación, comercio, asistencia social y administración pública, todas las cuales recurren para su desarrollo a los conceptos y métodos de las ciencias sociales? La razón que suele aducirse para separar estas facultades de las de ciencias sociales estriba en que el principal objetivo de tales facultades consiste en ofrecer preparación para el trabajo profesional fuera de la universidad, mientras que los departamentos mencionados anteriormente se dedican de forma mucho más exclusiva a conseguir el conocimiento sistemático de la sociedad humana, actividad que normalmente se continúa en la universidad.

En la actualidad existe una tendencia en las universidades a establecer centros e institutos para los estudios interdisciplinarios. Tales centros no respetan los límites tradicionales de los departamentos de ciencias sociales, realizándose en ellos estudios sobre las teorías y los métodos de la estadística, la demografía, la psefología (ciencia de las elecciones y las encuestas), la política y la toma de decisiones, la contratación y el tratamiento de personal, la administración pública, la ecología humana y muchas otras disciplinas. Estos centros están desarrollando estudios que aportan hallazgos en doce o más de estas especialidades. Hay que poseer enormes conocimientos incluso para distinguir entre las diversas ramas de tales estudios, por no hablar del enjuiciamiento de la validez de los hallazgos y las conclusiones.

¿Qué podemos decir sobre la psicología? Los especialistas en ciencias sociales que interpretan su campo de forma estricta tienen tendencia a excluir la psicología, basándose en que esta disciplina se ocupa de las características individuales y personales, mientras que las ciencias sociales se centran en los factores culturales, institucionales y ambientales. Los especialistas menos estrictos, si bien admiten que la psicología fisiológica debería incluirse en las ciencias biológicas, sostienen que la psicología, tanto la normal como la anormal, debería considerarse una ciencia social basándose en la inseparabilidad del individuo y su entorno social.

La psicología constituye un ejemplo importante de ciencia social que en la actualidad goza de gran popularidad entre los estudiantes, y probablemente haya más matrículas en esta materia que en cualquier otra. La bibliografía sobre el tema, en todos los niveles, desde el más técnico hasta el más divulgativo, es enorme.

¿Qué podemos decir sobre las ciencias de la conducta? ¿Dónde encajan dentro del cuadro general de las ciencias sociales? Tal como se lo empleaba en un principio, el término ciencias de la conducta abarcaba la sociología, la antropología y los aspectos de la conducta referidos a la biología, la economía, la geografía, el derecho, la psicología y la psiquiatría y las ciencias políticas. El hincapié que se hacía en la conducta servía para destacar la conducta observable y mensurable susceptible de ser investigada sistemáticamente y de producir hallazgos verificables. En época reciente, ciencias de la conducta se ha convertido prácticamente en sinónimo de ciencias sociales, si bien hay muchos puristas que se oponen a tal uso del término.

Por último, vamos a tomar en consideración la historia. Todo el mundo reconoce que las ciencias sociales se basan en el estudio de la historia para encontrar datos y ejemplos de sus generalizaciones. Sin embargo, y a pesar de que la historia, considerada como relación de hechos y personas concretos, puede tener carácter científico en el sentido mínimo de constituir un conocimiento sistemático, no es una ciencia en el sentido de que por sí misma ofrezca un conocimiento sistemático de las pautas o leyes de la conducta y el desarrollo.

¿Es entonces posible definir a qué nos referimos con ciencias sociales? Nosotros pensamos que sí, al menos a efectos del presente capítulo. Terrenos como la antropología, la economía, la política y la sociología constituyen una especie de núcleo central de las ciencias sociales, que casi todos los especialistas incluirían en cualquier definición. Además, pensamos que la mayoría de los especialistas en la materia reconocerían que gran parte de la bibliografía, si no toda, relacionada con los temas del derecho, la educación y la administración pública, y una parte de la relacionada con el comercio y los servicios sociales, además de un porcentaje importante de la bibliografía psicológica, caben dentro de los límites de una definición razonable. Vamos a suponer que tal definición, aunque imprecisa, servirá al lector para lo que expondremos a continuación.

La aparente facilidad de leer ciencias sociales

Gran parte de la bibliografía de las ciencias sociales parece un material facilísimo de leer. En muchos casos, los datos se extraen de experiencias conocidas por los lectores —en este sentido, las ciencias sociales son como la poesía o la filosofía—, y el estilo de exposición es normalmente narrativo, también conocido por el lector gracias a la lectura de ficción e historia.

Además, todos nos hemos familiarizado con la jerga de esta materia y la utilizamos con frecuencia. Términos como cultura (contracultura y subcultura), alienación, estatus, input-output, infraestructura, étnico, conductista, consenso y docenas y docenas más aparecen en toda conversación y en casi todo lo que leemos.

Consideremos la palabra «sociedad», verdaderamente camaleónica, a la que se le pueden aplicar numerosos adjetivos y que, sin embargo, sigue expresando la amplia idea de un grupo de personas que viven juntas, no aisladas. Oímos hablar de la sociedad aberrante, de la sociedad abortiva, de la sociedad adquisitiva y podríamos continuar con las demás letras del alfabeto hasta llegar a la sociedad zimótica, la que se encuentra en continuo estado de fermentación, que presenta pocas diferencias con la nuestra.

Como adjetivo, también «social» es una palabra de usos múltiples y conocidos; por ejemplo, poder social, presión social y promesa social y, naturalmente, los omnipresentes problemas sociales, algo que constituye un buen ejemplo de la facilidad tanto de la escritura como de la lectura de las obras de ciencias sociales. Apostaríamos cualquier cosa a que en los últimos meses, por no decir en las últimas semanas, el lector ha leído o escrito la frase «problemas políticos, económicos y sociales» y que, cuando la leyó o la escribió, probablemente sabía con claridad qué significaba los problemas políticos y económicos; pero ¿qué quería decir el autor con problemas sociales?

La jerga y las metáforas de gran parte de las obras sobre ciencias sociales, junto al profundo sentimiento del que en muchas ocasiones están imbuidas, hacen que su lectura resulte engañosamente fácil. Se refieren a temas a los que el lector ya está acostumbrado, porque lee u oye hablar sobre ellos casi a diario; además, su actitud y sus sentimientos hacia dichos temas normalmente están firmemente desarrollados. También la filosofía se ocupa del mundo tal como lo conocemos corrientemente, pero por lo general no estamos «comprometidos» con las cuestiones filosóficas, mientras que en lo referente a los asuntos que tratan las ciencias sociales probablemente sí mantenemos unas opiniones firmes.

Dificultades para leer ciencias sociales

Paradójicamente, los mismos factores que acabamos de exponer, los que contribuyen a que resulte fácil leer ciencias sociales, también dificultan su lectura. Pongamos como ejemplo el último factor que hemos mencionado, el compromiso que puede tener el lector con una opinión sobre el tema que trata el autor. Muchos lectores temen que cometerían una deslealtad con su compromiso al apartarse y cuestionar impersonalmente lo que están leyendo. Sin embargo, esto es necesario siempre que se realiza una lectura analítica. Tal situación deriva de las reglas de la lectura, al menos de las reglas para el perfil estructural y la interpretación. Si queremos responder a las dos primeras preguntas que se deben plantear ante cualquier cosa que leamos, en primer lugar tenemos que guardarnos nuestras propias opiniones en el bolsillo, por así decirlo. No podremos comprender un libro si nos negamos a ver lo que dice.

Precisamente la cotidianeidad de los términos y las proposiciones de las obras de ciencias sociales constituyen un obstáculo para la comprensión, algo que reconocen muchos especialistas en la materia que se oponen vigorosamente a la utilización de términos y conceptos más o menos técnicos en el periodismo popular y en otras clases de escritura. Podríamos poner como ejemplo de tales conceptos el Producto Nacional Bruto (PNB). En las obras serias de economía, este concepto se emplea en un sentido relativamente limitado, pero, según ciertos especialistas en ciencias sociales, hay periodistas y reporteros que lo utilizan con demasiada frecuencia, sin comprender realmente qué significa. Evidentemente, si el autor de un texto tiene una idea confusa sobre la utilización de un término, también la tendrá el lector.

Vamos a intentar aclarar este punto estableciendo una diferencia entre las ciencias sociales, por una parte, y las denominadas ciencias duras —física, química, etc.— por otra. Hemos visto que el autor de una obra científica (tomando «científico» en este último sentido) deja bien claro qué presupone y qué desea demostrar, y además se asegura de que puedan descubrirse fácilmente sus términos y proposiciones. Cómo llegar a un acuerdo con el autor y descubrir las proposiciones constituye la tarea principal de la lectura de cualquier obra de ensayo; en el caso de tales libros, se le ahorra mucho trabajo al lector. De todos modos, éste puede encontrarse con dificultades por la forma matemática de presentación, y si no comprende claramente los argumentos y la base experimental o de observación de las conclusiones le resultará difícil criticar el libro, es decir, contestar a las siguientes preguntas: ¿es verdad? ¿Qué importancia tiene? Sin embargo, existe un aspecto muy importante en el que la lectura de esta clase de libros científicos es más fácil que la de la mayoría de los ensayos.

Podríamos expresar de otra manera lo que hace el científico «duro»: «estipular su uso», es decir, poner en conocimiento del lector qué términos son esenciales para su argumento y cómo va a emplearlos. Por lo general, tales estipulaciones aparecen al principio del libro, en forma de definiciones, postulados, axiomas, etc. Como la estipulación del uso constituye una característica de estos campos, se dice que son como juegos o que tienen una «estructura de juego». La estipulación del uso equivale a establecer las reglas de un juego. Si queremos jugar al póquer, no discutimos si tres cartas de un palo tienen más valor que dos pares de otro; si queremos jugar al bridge, tampoco se nos ocurre poner en tela de juicio las normas: sencillamente las respetamos. De igual modo, no cuestionamos las estipulaciones de un científico «duro» al leer un libro suyo. Las aceptamos, y procedemos a partir de ellas.

Hasta época bastante reciente, la estipulación del uso no era tan corriente en las ciencias sociales como en las «duras», consistiendo una de las razones en que aquéllas no estaban tan sometidas a las matemáticas. Otra razón estribaba en que esa estipulación del uso resulta más difícil en las ciencias sociales o de la conducta. Una cosa es definir un círculo o un triángulo isósceles, y otra muy distinta definir una depresión económica o la salud mental. Incluso si un científico social intenta definir tales términos, sus lectores tenderán a cuestionarse el uso que hace de ellos; en consecuencia, ese especialista tiene que seguir luchando con sus propios términos durante toda la obra, y su lucha le crea problemas al lector.

Las dificultades más importantes a la hora de leer ciencias sociales proceden del hecho de que este campo es un género ensayístico mixto, no puro. Ya hemos visto que la historia es una mezcla de ficción y ciencia y que hemos de leerla teniendo siempre presente esta circunstancia. Estamos familiarizados con esta mezcla, tenemos gran experiencia con ella; pero en las ciencias sociales la situación varía. Gran parte es una mezcla de ciencia, filosofía e historia, y en muchos casos también interviene la ficción.

Si siempre se diera el mismo tipo de mezcla en las ciencias sociales, podríamos familiarizarnos con ella al igual que lo hemos hecho con la de la historia; pero no ocurre así. La mezcla misma cambia de un libro a otro, y el lector se tiene que enfrentar a la rarea de identificar y unir los hilos que componen el texto que está leyendo, que pueden cambiar tanto en un solo libro como en varios de ellos.

Recordará el lector que el primer paso de la lectura analítica consiste en contestar a la siguiente pregunta: ¿qué clase de libro es? En el caso de la ficción, la pregunta tiene una respuesta relativamente fácil, como también la tiene en el caso de la ciencia y la filosofía, e incluso si la historia adopta una forma mixta, el lector suele saber que está leyendo historia; pero las diversas ramas que componen las ciencias sociales —unas veces entrelazadas de una forma, otras de forma distinta— dificultan enormemente la pregunta cuando leemos una obra perteneciente a estos campos. De hecho, el problema es precisamente tan difícil como el de definir las ciencias sociales.

Sin embargo, al realizar una lectura analítica el lector tiene que contestar a la pregunta, porque no constituye tan sólo la primera rarea que tiene que llevar a cabo sino también la principal. Si es capaz de identificar todos los hilos que conforman el libro que está leyendo, habrá recorrido un largo camino hacia su comprensión.

Perfilar un libro sobre ciencias sociales no plantea problemas especiales, pero, como ya hemos indicado, llegar a un acuerdo con el autor puede resultar sumamente difícil, debido a la relativa incapacidad de éste para estipular el uso de los términos. No obstante, normalmente se puede llegar a un entendimiento común de los términos clave. De los términos pasamos a las proposiciones y a los argumentos, algo que tampoco suele plantear problemas si se trata de un buen libro, pero la última pregunta, a saber, ¿qué importancia tiene?, requiere una actitud sumamente moderada por parte del lector. Es ahora cuando puede darse la situación que hemos descrito anteriormente, o sea, la situación en la que el lector dice: «No le encuentro defectos a las conclusiones del autor, pero de todos modos no estoy de acuerdo con él». Naturalmente, esto ocurre debido a los prejuicios que tenga el lector respecto al enfoque y las conclusiones del autor.

La lectura de obras de ciencias sociales

En el presente capítulo hemos utilizado la expresión «bibliografía de las ciencias sociales» en lugar de «obras sobre ciencias sociales» en más de una ocasión. La razón estriba en que en este terreno es costumbre leer varios libros sobre el tema, no sólo uno, y no sólo porque las ciencias sociales constituyan un campo relativamente nuevo que aún no cuenta con demasiados clásicos, sino también porque cuando leemos sobre el tema, normalmente nos fijamos en un problema o punto concretos, no en un autor o un libro concretos. Si nos interesa la aplicación de las leyes, por ejemplo, leemos media docena de obras sobre el tema, o nuestros intereses pueden consistir en las relaciones entre las razas, o la educación, o los impuestos, o los problemas de la administración local. Como no suele existir una sola obra con suficiente autoridad en ninguno de estos temas, tenemos que leer varias. Un indicio de lo que acabamos de decir es que incluso los especialistas tienen que revisar y reeditar constantemente sus libros con el fin de mantenerse al día, y las obras más recientes dejan rápidamente obsoletas a las anteriores.

Como ya hemos observado, en el terreno de la filosofía se produce una situación hasta cierto punto semejante. Para comprender plenamente a un filósofo hay que intentar leer a los filósofos que él ha leído, los que le han influido. También es esto aplicable, hasta cierto punto, al terreno de la historia, donde sugerimos que, para averiguar la verdad del pasado, se lean varios libros, no sólo uno. Pero en estos casos existen más posibilidades de encontrar una obra con autoridad. En las ciencias sociales esto no ocurre con tanta frecuencia, y por tal motivo hace más falta leer varias obras.

Las reglas de la lectura analítica no son en sí aplicables a la lectura de varias obras sobre el mismo tema. Naturalmente, sí pueden aplicarse a cada uno de los libros por separado, y hemos de seguir tales reglas si queremos leerlos debidamente; pero se requieren nuevas reglas al pasar del tercer nivel (el analítico) al cuarto (el paralelo). Ahora ya estamos preparados para acometerlo, tras haber visto su necesidad por esta característica de las ciencias sociales.

Creemos que el lector comprenderá por qué hemos relegado la exposición sobre las ciencias sociales al último capítulo de la tercera parte, y por qué la hemos organizado de esta manera. Empezamos con la lectura de libros prácticos, que presentan diferencias con todos los demás debido a una obligación especial, la de actuar si el lector está de acuerdo con ellos y acepta lo que está leyendo. A continuación tratamos la ficción y la poesía, que plantean problemas especiales, distintos a los de las obras de ensayo. Por último, tocamos los tres tipos de escritura teórica, ensayística: ciencia y matemáticas, filosofía y ciencias sociales. Por ello, el presente capítulo sirve a la vez como final de la tercera parte y como introducción a la cuarta.