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CÓMO LEER LIBROS DE CARACTER PRÁCTICO

En cualquier arte o terreno práctico, las reglas tienden a ser demasiado generales, y, naturalmente, cuanto más generales, menos numerosas, lo que supone una ventaja. Además, resultan más inteligibles, pues cuesta menos trabajo comprenderlas; pero también es cierto que cuanto más generales, más se alejan de las complejidades de la situación real en las que intentamos cumplirlas.

Hemos formulado las reglas de la lectura analítica en líneas generales, de tal modo que puedan aplicarse a cualquier obra de ensayo, a cualquier libro que transmita conocimientos en el sentido en que hemos empleado este término, pero no se puede leer un libro en general, sino uno en concreto de una clase también concreta. Puede ser de historia o de matemáticas, un opúsculo político, una obra de ciencias naturales o un tratado filosófico o teológico, por lo que hemos de tener cierta flexibilidad y capacidad de adaptación a la hora de seguir las reglas. Por suerte, el lector notará poco a poco cómo funcionan éstas en diferentes tipos de libros a medida que vaya aplicándolas.

Reviste gran importancia observar que las quince reglas de la lectura, bajo la forma en la que las presentábamos al final del capítulo 11, no se aplican a la lectura de ficción y poesía. El perfilado de la estructura de un libro literario difiere del de un ensayo. Los poemas, las novelas y las obras de teatro no funcionan mediante términos, proposiciones y argumentos; en otras palabras, su contenido fundamental no es lógico y la crítica de tales obras se basa en diferentes premisas. Sin embargo, cometeríamos un error al pensar que no se pueden aplicar reglas a la lectura de la literatura imaginativa. De hecho, existe una serie paralela de normas que describiremos en el siguiente capítulo y que resultan útiles por sí mismas, pero su examen y el de sus diferencias respecto a las que se aplican a la lectura de las obras de ensayo también arrojará luz sobre ellas.

Que no tema el lector tener que aprender una nueva serie de quince o más reglas para leer ficción y poesía, porque la relación entre las dos clases se aprecia fácilmente. Consiste en un hecho que afecta a ambas y que ya hemos repetido en numerosas ocasiones: hay que plantear preguntas a medida que se va leyendo, concretamente cuatro, aplicables a cualquier libro, de literatura o de ensayo, ya se trate de ciencia, historia, filosofía o poesía. Hemos visto que las normas que rigen la lectura de las obras de ensayo están relacionadas con estas cuatro preguntas y que derivan de ellas. Pues bien, también las que rigen la lectura de la literatura se desarrollan a partir de ellas, aunque el distinto carácter de los materiales da lugar a ciertas diferencias en el desarrollo.

A partir de ahora haremos mayor hincapié en estas preguntas que en las reglas de la lectura. De vez en cuando presentaremos una nueva norma o una revisión o adaptación de otra anterior, pero en la mayoría de los casos, a medida que vayamos sugiriendo enfoques para la lectura de las diversas clases de libros y otros materiales, destacaremos las distintas preguntas que se deben plantear y las respuestas que se pueden esperar.

En el terreno del ensayo, hemos observado que la división básica consiste en lo práctico y lo teórico, entre los libros que tratan problemas de acción y los que tratan un tema que se puede aprender. Lo teórico puede dividirse a su vez en historia, ciencia (y matemáticas) y filosofía. La división práctica traspasa todas las barreras, por lo que nos proponemos examinar el carácter de tales obras con más detalle y apuntar una serie de directrices y precauciones para su lectura.

Los dos tipos de libros prácticos

Lo más importante que hay que recordar acerca de cualquier libro práctico es que no puede resolver los problemas, también de carácter práctico, que trata. Un libro teórico sí puede resolver sus propios problemas, pero un problema práctico sólo se soluciona mediante la acción misma. Cuando el problema práctico consiste en cómo ganarse la vida, no lo solucionará un libro que explique cómo hacer amigos e influir sobre las personas, si bien puede sugerir unos pocos elementos al respecto. Sólo la acción misma resolverá cómo ganarse la vida.

Pongamos como ejemplo el presente libro, que tiene un carácter práctico. Si al lector le interesa como tal (naturalmente puede interesarle de una forma sólo teórica), querrá resolver el problema de aprender a leer y no considerará que haya solucionado éste hasta haber aprendido. El libro no resolverá el problema en su lugar; únicamente le servirá de ayuda. El lector tiene que llevar a cabo la actividad de la lectura, no sólo de la obra que ahora tiene en las manos, sino de muchas otras. A eso nos referimos al decir que únicamente la acción resuelve los problemas prácticos, y la acción se desarrolla en el mundo, no en los libros.

Toda acción tiene lugar en una situación concreta, siempre en el aquí y el ahora y bajo una serie de circunstancias determinadas. No se puede actuar en general. La clase de juicio práctico que precede inmediatamente a la acción es también concreto y puede expresarse con palabras, pero raramente ocurre así. Casi nunca se lo encuentra en los libros, porque el autor de una obra práctica no puede prever las situaciones prácticas concretas en las que tendrán que actuar sus lectores. Por mucho que intente ayudar, no puede ofrecerles consejos prácticos y precisos, ya que sólo otra persona que se encuentre exactamente en la misma situación puede hacerlo.

Sin embargo, los libros prácticos sí pueden establecer reglas más o menos generales aplicables a numerosas situaciones del mismo tipo. Quien desee utilizar tales libros debe aplicar las reglas a casos determinados, y, por consiguiente, ejercer un juicio práctico al hacerlo. En otras palabras, el propio lector debe añadir algo al libro con el fin de que resulte aplicable en la práctica, añadir su conocimiento de la situación en cuestión y su juicio acerca de la aplicación de la norma al caso que le ocupa.

Se puede reconocer inmediatamente el carácter práctico de cualquier libro que contenga reglas, es decir, normas, máximas o algún tipo de directrices generales, pero una obra de este tipo puede contener algo más que reglas, como los principios que las hacen inteligibles. Por ejemplo, en el presente libro hemos intentado explicarlas mediante breves exposiciones de principios de gramática, retórica y lógica. Los principios en los que se basan las reglas suelen ser científicos, es decir, temas de conocimiento teórico. Tomados en conjunto, constituyen una teoría, como cuando hablamos, por ejemplo, de la teoría de la construcción de puentes. Nos referimos a los principios teóricos que hacen que las reglas para proceder correctamente sean lo que son.

Los libros prácticos se dividen en dos grupos principales. Algunos, como el presente, o un recetario de cocina, o un código de circulación, consisten fundamentalmente en una formulación de reglas, y cualquier otro elemento de exposición que contengan está destinado a aclararlas. No existen muchos grandes libros de este tipo. El otro grupo se ocupa sobre todo de los principios que generan las reglas, y a él pertenece la mayoría de las grandes obras de economía, política y ética.

Esta división no es definitiva y absoluta, porque se pueden encontrar reglas y principios en el mismo libro. Es una cuestión de énfasis relativo, y el lector no topará con ninguna dificultad a la hora de asignar las obras a una u otra categoría. El carácter práctico del libro de reglas sobre cualquier materia se reconoce inmediatamente. El de principios prácticos puede parecer teórico al principio, y en cierto sentido así es, como ya hemos visto, porque trata sobre la teoría de un tipo concreto de práctica. Sin embargo, siempre se sabe que es práctico, porque lo delata el carácter de los problemas que expone, siempre acerca de una esfera del comportamiento humano en la que las personas pueden actuar mejor o peor.

Naturalmente, al leer un libro que sobre todo contiene reglas, éstas son las principales proposiciones que hay que buscar. La forma más directa de expresarlas consiste en una sentencia imperativa, no declarativa. «Ahórrese nueve puntadas dando una de cada vez», por ejemplo, también podría expresarse del siguiente modo: «Una puntada por vez ahorra nueve». Ambos enunciados sugieren —el imperativo un poco más enfáticamente— que vale la pena actuar con diligencia.

Tanto si se la enuncia de forma declarativa como en forma de orden, siempre puede reconocerse una regla porque recomienda hacer algo con el fin de alcanzar un objetivo. Así, la norma de lectura que ordena llegar a un acuerdo con el autor también puede enunciarse como recomendación: la buena lectura supone llegar a un acuerdo con el autor. La palabra «buena» es la clave, y que conviene llevar a cabo esa clase de lectura va implícito en la oración.

Los argumentos de un libro práctico de este tipo supondrán tentativas de demostrar al lector que las reglas son válidas. El autor quizá tenga que recurrir a los principios para convencerle, o tal vez se limite a ilustrar su validez mostrando cómo funcionan los mismos en casos concretos. Hay que buscar ambas clases de argumentos. El recurso a los principios suele resultar menos persuasivo, pero tiene una ventaja: que puede explicar la razón en que se basan las reglas mejor que los ejemplos de su utilización.

Naturalmente, en otro tipo de libros prácticos, los que hablan sobre todo de los principios en los que se basan las reglas, los argumentos y las proposiciones principales parecen exactamente iguales que los de una obra teórica. Las proposiciones dirán que algo es así o así, y los argumentos tratarán de demostrarlo.

Pero existe una importante diferencia entre leer un libro de tales características y otro puramente teórico. Dado que, en última instancia, los problemas a resolver son prácticos —problemas de acción, en terrenos en los que las personas pueden desenvolverse mejor o peor—, el lector inteligente de obras sobre «principios prácticos» siempre lee entre líneas o en los márgenes, tratando de ver unas normas que quizá no estén explícitas pero que de todos modos pueden derivar de los principios, y avanza un poco más para intentar averiguar cómo habría que aplicar las reglas en la práctica.

A menos que se lo lea así, no se considerará práctico un libro de este tipo, lo que equivale a decir que se lo lee mal, que no se lo entiende y que no se lo puede criticar debidamente. Si la inteligibilidad de las normas reside en los principios, no es menos cierto que o significativo de los principios prácticos reside en las normas a las que conducen, a las acciones que recomiendan realizar.

Esto indica qué hay que hacer para comprender ambas clases de libros, prácticos, y también los criterios a seguir para emitir un juicio crítico. En el caso de las obras puramente teóricas, los criterios para la avenencia o la desavenencia guardan relación con la verdad de lo que se dice, pero la verdad práctica difiere de la teórica. Una norma de conducta es verdadera en la práctica con dos condiciones: una, que funcione; otra, que su funcionamiento lleve al objetivo correcto, al objetivo deseado.

Supongamos que el objetivo que un autor cree que debe perseguir el lector no le parece a éste correcto. En tal caso, incluso si las recomendaciones son válidas desde el punto de vista práctico porque llevan a la consecución del objetivo, el lector no coincidirá con él en última instancia y enjuiciará la veracidad o falsedad práctica del libro según esta opinión. Si alguien piensa que no merece la pena leer cuidadosa e inteligentemente, el presente libro contendrá muy poca verdad práctica para esa persona, por válidas que sean las reglas.

Obsérvese qué significa lo que acabamos de decir. Al juzgar un libro teórico, el lector debe apreciar la coincidencia o discrepancia entre sus propios principios básicos y los del autor. Al juzgar un libro práctico, todo se dirige hacia los objetivos o fines. Si una persona no comparte el entusiasmo de Marx por la justicia económica, su doctrina económica y las reformas que propone podrán parecerle prácticamente falsas o irrelevantes. Quizá piense, como Edmund Burke, por ejemplo, que el objetivo más deseable consiste en mantener el statu quo, que, considerado en conjunto, es más importante que eliminar las desigualdades del capitalismo. En tal caso, seguramente pensará que el Manifiesto comunista es pura falsedad. El juicio principal se expresará siempre en relación con los fines, no con los medios, porque nadie tiene intereses prácticos en unos medios, por buenos que sean, encaminados a alcanzar unos fines que no aprueba o que no le preocupan.

El papel de la persuasión

Esta breve exposición dará al lector una pista para descubrir las dos preguntas principales que debe plantear cuando lee cualquier libro práctico. La primera es como sigue: ¿cuáles son los objetivos del autor?, y la segunda: ¿qué medios propone para conseguirlos? Puede resultar más difícil responder en el caso de un libro sobre principios que en el de otro sobre reglas, porque probablemente fines y medios parecerán menos evidentes. Sin embargo, hay que contestar en ambos casos para comprender y criticar un libro práctico.

También le recordará un aspecto de la escritura práctica que hemos señalado anteriormente. En todo libro práctico existe un elemento de oratoria o, incluso, demagogia. No hemos leído ningún libro de filosofía política —por teórico que pudiera parecer, por «abstractos» que fueran los principios que presentaba— que no intentase persuadir al lector de «la mejor forma de gobierno». De igual modo, los tratados morales intentan persuadir al lector sobre «la buena vida» y le dan consejos para vivirla, y los autores del libro que tiene ahora en las manos hemos intentado persuadirle de que lea de cierta forma, con el fin de que llegue a una mejor comprensión.

No costará ningún trabajo ver por qué el escritor de libros prácticos debe tener algo de orador o propagandista. Como el juicio que emitirá el lector sobre su obra se dirigirá a su aceptación del fin para el que el autor propone unos medios, depende de éste convencerle. Para ello, el autor tendrá que presentar sus argumentos de tal forma que se gane los sentimientos y la mente del lector, con cuyas emociones quizá tenga que jugar para hacerse con el control de su voluntad.

Esta actitud no es incorrecta ni cruel. Forma parte del carácter mismo de los asuntos prácticos persuadir a las personas de que piensen y actúen de una forma determinada. Ni el pensamiento ni la acción práctica son asuntos puramente mentales, porque no se pueden dejar a un lado las emociones. Nadie emite juicios prácticos serios ni realiza acciones sin ciertos sentimientos. Quizá el mundo sería mejor si ocurriese de otra manera, pero también diferente. El autor de libros prácticos que no comprenda este hecho resultará ineficaz, y al lector de estas obras que tampoco lo comprenda probablemente le tomarán el pelo.

La mejor protección contra la demagogia de cualquier índole consiste en reconocer lo que acabamos de decir. Sólo la oratoria oculta es realmente insidiosa. Lo que llega al corazón sin pasar por la mente seguramente se volverá contra ella y la dejará fuera de servicio. La propaganda así considerada es como una droga que tomamos sin darnos cuenta: tiene un efecto misterioso, y después no comprendemos por qué pensamos o nos sentimos de una manera determinada.

La persona que lee un libro práctico inteligentemente, que conoce sus términos, proposiciones y argumentos básicos, siempre podrá detectar su oratoria. Descubrirá sin esfuerzo los lugares en los que se hace un «uso emotivo de las palabras» y, consciente de que tiene que estar dispuesto a ser persuadido, hará algo para sopesar los argumentos. Se resistirá al atractivo de comprar en las rebajas, pero no necesariamente por completo. Resistirse al atractivo de las rebajas es bueno cuando nos impide comprar precipitada e inconscientemente, pero el lector que piensa que debe prestar oídos sordos a todos los atractivos de un texto, en realidad no debería leer libros prácticos.

Hemos de hacer otra observación. Debido al carácter de los problemas prácticos y al elemento de oratoria que contiene toda obra práctica, la «personalidad» del autor reviste mayor importancia en el caso de los libros prácticos que en el de los teóricos. No hace falta saber nada sobre el autor de un tratado de matemáticas; sus razonamientos son buenos o malos y no importa qué clase de persona es, pero para comprender y juzgar un tratado moral, un opúsculo político o un libro de economía, hay que saber algo sobre el carácter del autor, sobre su vida y su época. Al leer Política, de Aristóteles, por ejemplo, es muy importante saber que la sociedad griega estaba cimentada en el esclavismo. Del mismo modo, conocer la situación política de Italia en la época de Maquiavelo y la relación de éste con los Médicis arroja luz sobre su obra El príncipe, o, en el caso de Leviatán, de Hobbes, es muy significativo que el filósofo viviera durante las guerras civiles inglesas y que la violencia y los desórdenes sociales le provocaran una angustia casi patológica.

Qué conlleva la avenencia con el autor en el caso de los libros prácticos

Estamos seguros de que el lector comprenderá que las cuatro preguntas que debe plantearse ante cualquier libro varían ligeramente en el caso de una obra práctica. Intentaremos especificar las variaciones.

La primera pregunta, a saber, ¿sobre qué trata el libro?, no cambia mucho. Como una obra práctica tiene carácter de ensayo, sigue siendo necesario, en el transcurso de la respuesta, perfilar la estructura.

Sin embargo, y aunque siempre hay que intentar averiguar en qué consisten los problemas del autor (Regla 4), en el caso de los libros prácticos este requisito es el dominante. Hemos dicho que hay que tratar de descubrir los objetivos del autor, o, en otras palabras, saber qué problemas trata de resolver. Es necesario saber qué desea hacer porque, en el caso de las obras prácticas, saberlo equivale a saber qué desea que haga el lector, algo que, evidentemente, reviste gran importancia.

Tampoco la segunda pregunta cambia demasiado. Con el fin de responder a la pregunta sobre el contenido del libro, hay que descubrir los términos, proposiciones y argumentos del autor, pero también es el último aspecto de aquella tarea (cubierta por la Regla 8) el que ahora debe ocuparnos en primer lugar. El lector recordará que la regla 8 recomienda averiguar cuáles de entre los problemas planteados en el libro ha logrado resolver el autor, y cuáles no. Ya hemos explicado cómo se adapta esta regla a los libros prácticos: descubrir y comprender los medios que recomienda el autor para alcanzar lo que propone. En otras palabras, si la Regla 4 adaptada a los libros prácticos consiste en AVERIGUAR QUÉ DESEA EL AUTOR QUE HAGA EL LECTOR, la adaptación de la regla 8 sería como sigue: AVERIGUAR CÓMO PROPONE HACERLO.

La tercera pregunta, ¿es verdad?, es la que experimenta mayores cambios. Si, tras haber leído un libro teórico, la opinión del lector sobre el tema ha cambiado en mayor o menor grado, debe realizar ciertos ajustes en su visión general de las cosas. (Si no se requieren reajustes significa que no habrá aprendido mucho, o nada, del libro). Pero tales reajustes no tienen por qué ser enormes, y no necesariamente desembocarán en la acción por su parte.

Sin embargo, si se está de acuerdo con un libro práctico, éste sí desemboca en acción por parte del lector. Si el autor le ha convencido o persuadido de que los fines que propone tienen mérito, y si ha ocurrido lo mismo con los medios que recomienda para alcanzar esos fines, difícilmente podrá negarse a actuar de la forma que el autor desea.

Naturalmente, reconocemos que esto no siempre sucede, pero queremos que el lector comprenda qué significa cuando no sucede: que a pesar de su aparente avenencia con los fines del autor y de la aceptación de sus medios, en realidad ni se aviene ni acepta. Si hiciera las dos cosas, no habría razón para que no actuase.

Vamos a ofrecer un ejemplo. Si, después de haber terminado la segunda parte del presente libro, el lector 1) está de acuerdo en que la lectura analítica merece la pena, y 2) ha aceptado las reglas de la lectura por considerarlas un apoyo sustancial para alcanzar el objetivo propuesto, habrá empezado a intentar leer de la forma que hemos descrito. El caso contrario no se deberá únicamente a la pereza o al cansancio, sino a que en realidad no cumple el punto 1) o el 2).

Puede existir una excepción a lo anterior. Supongamos, por ejemplo, que una persona lee un artículo que explica cómo hacer mousse de chocolate. A esa persona le gusta tal postre y está de acuerdo con el autor del artículo en que el fin que se persigue es bueno. También acepta los medios que se proponen para obtener el fin, es decir, la receta, pero se trata de un lector, no de una lectora, que nunca se mete en la cocina y no llega a hacer el dulce. ¿Invalida esta circunstancia lo que acabamos de decir?

Claro que no, pero sí señala una importante diferencia entre los tipos de libros prácticos. Respecto a los fines propuestos por los autores de dichos libros, en ocasiones éstos son generales, aplicables a todos los seres humanos, y en otras sólo a cierto número de ellos. Si el fin es general —como en el caso del presente libro, que sostiene que todas las personas deberían leer mejor, no sólo unas cuantas—, las derivaciones de este capítulo se aplican a todos los lectores. Si el fin es selectivo y se aplica sólo a ciertos seres humanos, el lector debe decidir si pertenece o no a esa categoría. Si es así, las derivaciones también se le aplican a él, y está más o menos obligado a actuar según lo que especifique el autor. En el caso contrario, quizá no esté tan obligado.

Hemos dicho «quizá no esté tan obligado» porque existe una posibilidad de que el lector se esté engañando a sí mismo o de que no comprenda sus propias motivaciones al decidir que no pertenece a la categoría humana para la que el fin tiene relevancia. En el caso del lector del artículo sobre la mousse de chocolate, probablemente exprese, mediante su inactividad, la opinión de que, aunque todo el mundo sabe que ese dulce es delicioso, otra persona —quizá su mujer— debería hacerlo. Y en muchas ocasiones admitimos lo deseable de un fin y la viabilidad de los medios, pero de una u otra forma expresamos renuencia a llevar a cabo la acción. Que lo haga otro, decimos, más o menos explícitamente.

Desde luego, esto no constituye un problema fundamental de la lectura, sino de la psicología. Sin embargo, el factor psicológico influye en la eficacia a la hora de leer un libro práctico, razón por la cual lo hemos expuesto en estas páginas.