LLEGAR A UN ACUERDO CON EL AUTOR DE UN LIBRO
Se habrá completado la primera etapa de la lectura analítica cuando se hayan aplicado las cuatro reglas establecidas al final del capítulo anterior, que en conjunto le permiten al lector que diga de qué trata un libro en concreto, así como que perfile su estructura. En ese momento, ya estará listo para pasar a la siguiente etapa, que también abarca cuatro reglas de lectura. Vamos a denominar a la primera llegar a un acuerdo con el autor.
Por lo general, llegar a un acuerdo, es decir, aceptar unos términos, constituye el último paso en cualquier negociación comercial. Lo único que queda por hacer es estampar la firma; pero en la lectura analítica de un libro es el último paso, y la comunicación de conocimientos del autor al lector no se produce a menos que se llegue a ese acuerdo, porque un término es el elemento básico del conocimiento comunicable.
Palabras y términos
Un término no es lo mismo que una palabra, o, al menos, no una palabra sin mayores atributos. Si términos y palabras coincidieran por completo, sólo habría que encontrar las palabras importantes de un libro para llegar a buenos términos con él. Pero una palabra puede tener múltiples significados, sobre todo si es importante. Si el autor la utiliza con un sentido determinado y el lector la entiende de otro modo, se puede decir que entre ellos ha habido un intercambio de palabras pero que no han llegado a coincidir en los términos. Allí donde existe una ambigüedad de comunicación sin resolver no puede existir comunicación alguna, o, en el mejor de los casos, ésta será incompleta.
Fijémonos precisamente en la palabra «comunicación». Su raíz guarda relación con otra palabra, «común». Nos referimos a una comunidad como un grupo de personas que tienen algo en común, y la comunicación supone el esfuerzo por parte de una persona por compartir algo con otra persona (o con un animal o una máquina): sus conocimientos, sus decisiones, sus sentimientos. Sólo lo logra cuando la acción desemboca en algo común, como una información o un conocimiento de los que participan dos partes.
Cuando se produce ambigüedad en la comunicación de los conocimientos, lo único que hay en común son las palabras que escribe o pronuncia una persona y que otra lee u oye. Mientras persiste la ambigüedad, no existe ningún significado común entre escritor y lector. Para que la comunicación se lleve a cabo satisfactoriamente, es necesario que las dos partes utilicen las mismas palabras y con los mismos significados; en definitiva, que lleguen a tener términos comunes. Cuando esto ocurre, se produce la comunicación, el milagro de dos mentes con un único pensamiento.
Podemos definir un término como una palabra exenta de ambigüedad. La definición no es realmente exacta, porque en sentido estricto no existen palabras que no sean ambiguas. Deberíamos haber dicho entonces que un término es una palabra empleada sin ambigüedad. Los diccionarios están repletos de palabras, casi todas ellas ambiguas en el sentido de que poseen diversos significados; pero una palabra con diversos significados puede emplearse en un sentido de una vez. Cuando escritor y lector logran de una vez utilizar una palabra dada con un único significado, durante el período de uso no ambiguo, llegan a un acuerdo, hablan en los mismos términos.
No encontramos términos en los diccionarios, si bien éstos contienen los materiales para formarlos. Los términos sólo se dan en el proceso de la comunicación, cuando un escritor trata de evitar la ambigüedad y el lector le ayuda intentando seguir el uso que aquél hace de las palabras. Por supuesto, existen múltiples grados en los que se puede conseguir este objetivo. Llegar a unos términos comunes constituye el ideal al que deberían tender escritor y lector, y como éste es uno de los principales logros del arte de la escritura y de la lectura, podemos considerar los términos como una destreza en la utilización de las palabras destinada al conocimiento comunicativo.
Al llegar a este punto, es posible que el lector haya comprendido que nos estamos refiriendo exclusivamente a los libros de ensayo y a sus autores. En la poesía y la narrativa no existe una preocupación tan clara por utilizar las palabras de una forma no ambigua como en los libros de ensayo, obras que transmiten conocimiento en el sentido más amplio de la palabra. En realidad, podría decirse que la mejor poesía es precisamente la más ambigua, y es opinión muy extendida que un buen poeta utiliza intencionadamente un lenguaje ambiguo, algo sobre lo que insistiremos más adelante. Salta a la vista que se trata de una de las diferencias fundamentales entre el terreno poético y el ensayístico o científico.
Ahora ya estamos preparados para exponer la quinta regla de lectura (en un libro de ensayo). En líneas generales, se trata de lo siguiente: el lector debe reconocer las palabras importantes de un libro y averiguar cómo las emplea el autor; pero podemos precisarlo un poco más: REGLA 5.a: ENCONTRAR LAS PALABRAS IMPORTANTES Y, POR MEDIACIÓN DE ELLAS, LLEGAR A UN ACUERDO, A UNOS TÉRMINOS COMUNES, CON EL AUTOR.
Obsérvese que esta regla consta de dos partes. La primera consiste en localizar las palabras importantes, las que representan una diferencia de significado, y la segunda, en determinar el significado de dichas palabras, según su utilización precisa.
Ésta es la primera regla aplicable a la segunda etapa de la lectura analítica, cuyo objetivo no consiste en perfilar la estructura de un libro sino en interpretar su contenido o mensaje. Las demás reglas de esta etapa, que expondremos en el capítulo siguiente, se asemejan a la anterior en un sentido muy importante. También requiere dos pasos: uno acerca del lenguaje como tal, y otro, posterior, que va del lenguaje al pensamiento que está oculto tras él.
Si el lenguaje fuese un medio puro y perfecto para el pensamiento, estos pasos no serían elementos distintos, separados. Si todas las palabras tuviesen un significado único, si no pudieran utilizarse de forma ambigua, si, en definitiva, cada palabra fuese un término ideal, el lenguaje constituiría un medio diáfano. El lector vería a través de las palabras del escritor el contenido de su mente. Si así ocurriese, no se necesitaría esta segunda etapa de la lectura analítica; la interpretación resultaría innecesaria.
Pero, naturalmente, no ocurre así. No hay por qué tirarse de los pelos, ni esforzarse vanamente por crear un lenguaje ideal, como trataron de hacer el filósofo Leibniz y algunos de sus discípulos. Es más: si lo hubieran logrado, no existiría la poesía. Por consiguiente, lo único que se puede hacer, con los libros de ensayo, es aprovechar el lenguaje al máximo tal como se nos presenta, y la única forma de hacer tal cosa consiste en emplearlo con la mayor destreza posible cuando queremos transmitir o recibir conocimientos.
Debido a que el lenguaje es un medio imperfecto para transmitir conocimientos, funciona como un obstáculo para la comunicación. Las reglas de la lectura interpretativa van dirigidas a superar dicho obstáculo. Es de esperar que un buen escritor haga lo más posible por llegar hasta el lector traspasando la barrera que inevitablemente erige el lenguaje, pero lo que no podemos esperar es que realice la tarea él solo. El lector debe encontrarse con él a medio camino, franquear la barrera desde su lado. La posibilidad de un encuentro de las mentes a través del lenguaje depende de la disposición del lector y del escritor para trabajar conjuntamente. Al igual que la enseñanza no nos servirá de nada a menos que exista una actividad recíproca de ser enseñado, ningún escritor, independientemente de su destreza en la escritura, logrará la comunicación si no existe una destreza recíproca por parte del lector. En otro caso, las destrezas de la escritura y la lectura no conseguirán unir las dos mentes, por muchos esfuerzos que se realicen: equivaldría a dos personas que tratan de encontrarse desde dos puntos opuestos del túnel de una montaña sin ajustar sus cálculos a los mismos principios de ingeniería.
Como ya hemos señalado, cada una de las reglas de la lectura interpretativa abarca dos pasos. Poniéndonos en plan técnico, podríamos decir que dichas reglas presentan un aspecto gramatical y otro lógico. El aspecto gramatical se ocupa de las palabras, y el lógico, de sus significados, o, para ser más precisos, de los términos. Respecto a la comunicación, ambos pasos son indispensables. Si se utiliza el lenguaje sin pensamiento, no puede comunicarse nada, y el pensamiento o el conocimiento no pueden comunicarse sin el lenguaje. Al igual que las artes, la gramática y la lógica se ocupan del lenguaje en relación con el pensamiento y del pensamiento en relación con el lenguaje. Por eso se adquiere la destreza tanto en la lectura como en la escritura mediante estas artes.
El tema del lenguaje y el pensamiento —sobre todo la diferencia entre palabras y términos— reviste tanta importancia que vamos a correr el riesgo de parecer repetitivos para asegurarnos de que el lector ha comprendido el punto fundamental. Y lo fundamental consiste en que una palabra puede ser el vehículo de múltiples términos, y un término puede expresarse con múltiples palabras. Vamos a ilustrarlo esquemáticamente de la siguiente manera. Se ha utilizado la palabra «lectura» en múltiples sentidos a lo largo de nuestra exposición, y vamos a extraer tres de esos sentidos: puede significar: 1) lectura para entretenerse; 2) lectura para informarse, y, por último, 3) lectura para obtener comprensión.
A continuación vamos a reducir la palabra «lectura» a la letra X, y los tres distintos significados a las letras a, b y c. Lo que en este esquema simboliza Xa, Xb y Xc no son tres palabras, porque X es lo mismo en todas ellas; pero son tres términos, naturalmente, a condición de que los lectores y de que nosotros, como escritores, sepamos cuándo se utiliza X en un sentido o en otro. Si escribimos Xa en un lugar concreto y el lector ve Xb, nosotros estamos escribiendo y los lectores están leyendo la misma palabra, pero no de la misma forma. La ambigüedad impide o, al menos, retrasa la comunicación. Sólo cuando escritor y lector piensan en la palabra de la misma manera se produce un intercambio de pensamiento. Las mentes de ambos no pueden coincidir en X, sino sólo en Xa o en Xb o en Xc.
Cómo hallar las palabras clave
Ya estamos preparados para poner carne sobre la regla que exige que el lector se encuentre en los mismos términos que el escritor. ¿Cómo se las ingenia para hacer tal cosa? ¿Cómo puede encontrar las palabras importantes o clave?
El lector puede estar seguro de una cosa: que no todas las palabras que utiliza un escritor son importantes. No sólo eso; también puede tener la certeza de que la mayoría de ellas no lo son. Sólo las palabras que emplea de forma especial son importantes para él, y también para los lectores. Por supuesto, no se trata de una cuestión absoluta, sino de gradación. Las palabras pueden ser más o menos importantes, y lo único que debe preocuparle al lector es el hecho de que en un libro algunas palabras tienen más importancia que otras. En un extremo se encuentran las que emplea el autor como podría emplearlas el hombre de la calle, y en tanto en cuanto el autor las emplea de esta manera, como lo hace todo el mundo en el discurso común y corriente, no tienen por qué plantearle ningún problema al lector. Está acostumbrado a su ambigüedad y a la variedad de sus significados, según se den en uno u otro contexto.
Pongamos un ejemplo: en La naturaleza del mundo físico, de A. S. Eddington, aparece la palabra «lectura», y habla de «lecturas con indicador», es decir, de la lectura de los calibradores y las esferas de los instrumentos científicos. El autor de esta obra utiliza la palabra «lectura» en uno de sus sentidos más normales, no en un sentido técnico, y, por tanto, puede confiar en que el lector comprenderá su mensaje «cotidiano». Incluso si utilizara la misma palabra en un sentido distinto en su libro —como, por ejemplo, «la naturaleza de la lectura»—, sabría que el lector comprendería el cambio de significado, porque si no fuera capaz de hacerlo, no podría hablar con sus amigos o realizar sus actividades cotidianas.
Pero Eddington no utiliza la palabra «causa» tan a la ligera. Puede encontrarse en el habla de todos los días, pero en este caso la emplea en un sentido muy especial al exponer la teoría de la causalidad, y cómo hay que entenderla supone una diferencia que tanto a él como al lector les debe preocupar. Por la misma razón, la palabra «lectura» reviste gran importancia en este libro, y no podemos conformarnos con utilizarla de la forma común y corriente.
Un escritor emplea la mayoría de las palabras tal como se hace normalmente en la conversación, con una variedad de significados, y confiando en que el contexto indique los cambios. Conocer este hecho sirve de cierta ayuda a la hora de detectar las palabras más importantes, pero no debemos olvidar que en diferentes lugares y épocas las mismas palabras no son igualmente corrientes en el uso diario. Los escritores contemporáneos emplean la mayoría de ]as palabras según su uso corriente en la actualidad, y el lector las comprenderá porque vive en el día de hoy; pero al leer libros escritos en el pasado, puede que le resulte más difícil descubrir las palabras tal como se empleaban en el tiempo y el lugar en que el autor escribió la obra. El hecho de que algunos autores utilicen intencionadamente palabras arcaicas o un sentido arcaico del lenguaje complica aún más las cosas, como ocurre con las traducciones de libros de lenguas extranjeras.
Sin embargo, sigue siendo cierto que la mayoría de las palabras de un libro pueden leerse tal como se emplearían al hablar con los amigos. Si el lector se fija en una página cualquiera de la presente obra y cuenta las palabras que utilizamos, comprobará que eso es lo que ocurre con las preposiciones, las conjunciones y los artículos, y con casi la mayoría de los verbos, sustantivos y adjetivos. Hasta el momento, en este capítulo sólo han aparecido unas cuantas palabras importantes: «palabra», «término», «ambigüedad», «comunicación» y tal vez una o dos más. De todas ellas, «término» es sin duda la más importante; las demás tienen importancia en relación con ésta.
No es posible localizar las palabras clave sin realizar un esfuerzo por comprender el párrafo en el que aparecen, situación que resulta un tanto paradójica. Naturalmente, si se comprende el párrafo se sabrá cuáles son las palabras más importantes. Si no se lo comprende plenamente, es probable que se deba a que no se sabe de qué modo está utilizando ciertas palabras el escritor. Si el lector señala las palabras que le causan problemas, posiblemente encontrará las que el autor utiliza de forma especial, ya que no debe preocuparse por las que emplea del modo más corriente.
Por consiguiente, desde el punto de vista del lector, las palabras más importantes son las que le crean problemas, y cabe la posibilidad de que también tengan importancia para el escritor, pero no siempre ocurre así.
También cabe la posibilidad de que las palabras importantes para el escritor no le preocupen al lector, precisamente porque las comprende. En tal caso, éste habrá encontrado los términos de un acuerdo con aquél.
Palabras técnicas y vocabularios especiales
Hasta ahora hemos procedido de una forma negativa, eliminando las palabras corrientes. El lector descubre algunas palabras importantes gracias a que no son corrientes para él y por eso le causan problemas; pero ¿hay alguna otra forma de localizarlas? ¿Existen algunas señales positivas que las destaquen?
Existen varias. La primera y más evidente consiste en el hincapié explícito que hace el autor en algunas palabras y no en otras. Puede hacerlo de diversas maneras: con recursos tipográficos, como comillas o cursivas; exponiendo explícitamente sus diversos significados e indicando cómo va a emplear la palabra en cuestión en las diversas partes del libro, o destacarla definiendo lo que designa dicha palabra.
No se puede leer a Euclides sin saber que palabras tales como «punto», «línea», «ángulo», «paralelo», etc., tienen importancia primordial, pues se trata de palabras que designan entidades geométricas definidas por el autor. Aparecen asimismo otras muy importantes, como «iguales», «todo» y «parte», pero no designan nada que se defina en el texto. Se sabe que son importantes por el hecho de que aparecen en los axiomas. Euclides ayuda al lector haciendo explícitas las proposiciones fundamentales desde el principio, de modo que éste puede adivinar que los términos que integran dichas proposiciones son básicos y destacan las palabras que expresan tales términos. Posiblemente, el lector no encontrará ninguna dificultad con estas palabras, porque pertenecen al habla corriente, y parece que Euclides las emplea de esa forma.
Podría argumentarse que si todos los escritores escribieran como Euclides la lectura resultaría mucho más fácil; pero, naturalmente, esto no es posible, si bien han existido autores que pensaban que cualquier tema podía exponerse como la geometría. El procedimiento —el método de exposición y prueba— que funciona en matemáticas no es aplicable a todos los campos del conocimiento. De todos modos, para el objetivo que perseguimos bastará con señalar lo que es común a todo tipo de exposición. Toda rama del conocimiento tiene su propio vocabulario técnico. Euclides deja bien claro el suyo desde el principio, y lo mismo se puede decir de cualquier autor, como Galileo o Newton, que escriben al modo geométrico. En obras escritas de otra manera, o pertenecientes a otros campos, el lector debe descubrir el vocabulario técnico.
Si el autor no destaca las palabras, el lector puede localizarlas si posee ciertos conocimientos sobre el tema antes de iniciar la lectura. Si sabe algo de biología o de economía antes de empezar a leer a Darwin o a Adam Smith, sin duda contará con ciertas pistas para distinguir las palabras técnicas. En esto pueden ayudarnos las normas para analizar la estructura de un libro. Si el lector sabe a qué categoría pertenece, sobre qué trata en conjunto y cuáles son sus partes principales, le servirá de gran ayuda separar el vocabulario técnico de las palabras corrientes. El título del autor, el encabezamiento de los capítulos y el prólogo pueden resultar útiles a este respecto.
A partir de lo anterior sabemos, por ejemplo, que «riqueza» es un vocablo técnico para Adam Smith, al igual que «especies» para Darwin. Como una palabra técnica conduce a otra, sin darnos cuenta descubriremos las demás de forma parecida. Al cabo de poco tiempo, podremos confeccionar una lista con las palabras importantes que emplea Adam Smith: trabajo, capital, tierra, salarios, beneficios, rentas, productos, precios, intercambio, productivo, improductivo, dinero, etc. Y a continuación consignamos algunas de las que encontraremos en Darwin: variedad, género, selección, supervivencia, adaptación, híbrido, mejor dotado, creación.
Cuando una rama del conocimiento tiene un vocabulario técnico bien establecido, la tarea de localizar las palabras importantes de una obra que trate sobre ese tema resulta relativamente fácil. Pueden descubrirse positivamente si se sabe algo sobre el tema, o negativamente sabiendo qué palabras deben ser técnicas, porque no son de uso corriente. Por desgracia, hay muchos campos en los que no existe un vocabulario técnico bien establecido.
Los filósofos se distinguen por su vocabulario propio. Naturalmente, hay algunas palabras con una tradición en el terreno de la filosofía, y aunque no todos los filósofos las empleen con el mismo sentido, son vocablos técnicos que aparecen en la exposición de ciertos problemas. Pero en ocasiones los filósofos consideran necesario acuñar otras nuevas, o extraer una palabra del habla corriente y convertirla en un vocablo técnico. Este último procedimiento seguramente dejará un tanto confuso al lector que cree conocer el significado de dicha palabra, quien la tomará, por consiguiente, como algo común y corriente. Pero en previsión de esta confusión, la mayoría de los buenos autores ofrecen una explicación explícita siempre que adoptan tal procedimiento.
A este respecto, algo que puede servirnos de pista para encontrar una palabra importante consiste en que el autor discuta con otros sobre ella. Cuando vemos que un escritor nos dice cómo han utilizado otros una palabra concreta y por qué ha decidido él emplearla de otra forma, podemos tener la certeza de que le atribuye gran importancia.
Hemos hecho gran hincapié en el vocabulario técnico, pero no hay que tomárselo en un sentido demasiado restringido. Lo que constituye el vocabulario especial de un autor es una serie relativamente limitada de palabras que expresan sus principales ideas, sus conceptos fundamentales. Si está transmitiendo una comunicación original, lo más probable es que emplee tales palabras de forma muy especial, si bien puede utilizar otras de un modo que ya se haya convertido en algo tradicional en su campo. En cualquiera de los dos casos, se trata de palabras sumamente importantes para él. También deberían serlo para el lector, pero para éste, cualquier otra palabra cuyo significado no resulte claro también reviste importancia.
El problema que se plantea con la mayoría de los lectores es que no prestan suficiente atención a las palabras como para descubrir sus dificultades. No distinguen entre las palabras que no comprenden lo suficiente de las que sí comprenden. No servirá de nada todo lo que hemos sugerido al lector para ayudarle a hallar las palabras importantes de un libro a menos que realice un esfuerzo deliberado y consciente por observar los vocablos sobre los que debe trabajar con el fin de encontrar los términos que los expresan. Quien no logre reflexionar sobre las palabras que no comprende, o al menos señalarlas, no conseguirá nada.
Cómo descubrir el significado
Localizar las palabras importantes no es sino el principio de la tarea: con esto simplemente sabremos sobre qué puntos del texto hemos de trabajar. En la quinta regla de la lectura hay otro apartado. Supongamos que el lector ya ha señalado las palabras que le resultan problemáticas. ¿Qué ha de hacer a continuación?
Existen dos posibilidades fundamentales: el autor está utilizando estas palabras con un único sentido en todo el texto, o lo hace con dos o más sentidos, cambiando el significado. En el primer caso, la palabra expresa un solo término. En Euclides podemos encontrar un buen ejemplo de palabras importantes con un solo significado. En el segundo caso, las palabras expresan diversos términos.
A la luz de estas alternativas, el procedimiento es el siguiente. En primer lugar, tratar de determinar si la palabra tiene uno o múltiples significados. Si tiene muchos, hemos de intentar comprender qué relación existe entre ellos. Por último, hemos de observar los lugares en los que se utiliza la palabra en uno u otro sentido, y ver si el contexto ofrece una clave clara para comprender la razón de la diferencia de significado, algo que permitirá que el lector siga dicha palabra según su cambio de significado con la misma flexibilidad que caracteriza al uso que el autor le da.
Pero el lector podría lamentarse de que todo está muy claro excepto lo principal. ¿Cómo averiguar en qué consisten los significados? La respuesta, si bien sencilla, puede parecer poco satisfactoria, pero la paciencia y la práctica demostrarán que se trata exactamente de lo contrario. La respuesta consiste en que hay que descubrir el significado de una palabra que no se conoce empleando el significado de todas las demás palabras del contexto que no se comprenden. Éste es el método, por delirante que parezca.
Vamos a ilustrar lo anterior con una definición. Una definición se expresa con palabras; si el lector no comprende ninguna de ellas, evidentemente no comprenderá el significado de la palabra que designa lo definido. «Punto» es una palabra básica en geometría, y el lector puede pensar que sabe lo que significa (en geometría), pero Euclides quiere asegurarse de que se la utiliza sólo de una manera. Nos aclara a qué se refiere empezando por definir el objeto que después va a designar con una palabra. Dice lo siguiente: «Un punto es lo que no tiene partes».
¿Cómo ayuda esto al lector a comprender al autor? Éste supone que aquél sabe con suficiente precisión qué significan todas las demás palabras de la frase. El lector sabe que lo que está compuesto de partes es un todo complejo, y que lo contrario de complejo es simple, algo que carece de partes. Sabe también que el uso de las palabras «es» y «lo que» significa que el objeto al que se refieren tiene que ser una entidad de alguna clase. De todo lo anterior se deduce que si no existen cosas físicas sin partes, un punto, como lo denomina Euclides, no puede ser algo físico.
Este ejemplo tipifica el proceso mediante el cual se adquieren los significados. Se opera, se funciona, con significados que ya se dominan. Si en una definición hubiera que definir a su vez todas y cada una de las palabras que se emplean, jamás se llegaría a definir nada. Si todas y cada una de las palabras del libro que estamos leyendo nos resultaran totalmente desconocidas, como en el caso de una obra en una lengua extranjera que no conocemos en absoluto, no podríamos realizar ningún progreso.
A eso se refieren las gentes al decir que un libro les suena a chino. Sencillamente, no han intentado comprenderlo, algo justificable si realmente estuviera escrito en chino; pero la mayoría de las palabras en su propio idioma tienen que resultarles conocidas. Estas palabras rodean a otras más extrañas, a los vocablos técnicos, que pueden plantear ciertos problemas al lector. Las palabras colindantes constituyen el contexto de las palabras a interpretar. El lector cuenta con todos los materiales que necesita para llevar a cabo su tarea.
No queremos decir que se trate de una tarea fácil; simplemente insistimos en que no es imposible. En caso contrario, nadie podría leer un libro para incrementar la comprensión. El hecho de que un libro pueda aportar nuevos conocimientos o percepciones es indicio de que probablemente contiene palabras que quizá el lector no haya comprendido de inmediato, y si no pudiera entenderlas gracias a sus propios esfuerzos, la clase de lectura de la que hablamos en el presente libro sería imposible. No se podría pasar de una menor comprensión a una mayor comprensión de un libro.
No existe ninguna regla definitiva para esto. El proceso se parece al método de tanteo que se utiliza para completar un rompecabezas. Cuantas más piezas logremos unir, más fácil resulta encajar las demás, aunque sólo sea porque quedan menos. Un libro ya llega a nuestras manos con un gran número de palabras en su sitio, y nosotros hemos de colocar el resto en el suyo, tratando de adaptarlas de una u otra manera. Cuanto mejor se comprenda el cuadro parcial que componen las palabras ya situadas en su lugar, más fácil nos resultará completar dicho cuadro convirtiendo en términos las palabras restantes. Cada palabra que consigamos poner en el lugar adecuado nos facilitará el siguiente ajuste.
Naturalmente, en este proceso se cometen errores. El lector pensará que ha conseguido ubicar una palabra y de pronto advertirá que la ubicación de otra requiere una serie de reajustes. Pero estos errores se corregirán porque, mientras no se descubran, no se podrá completar el cuadro general. En cuanto hayamos pasado por esta experiencia, seremos capaces de controlar nuestros movimientos y sabremos si hemos realizado la tarea bien o no. No creeremos que hemos comprendido si realmente no lo hemos hecho.
Al comparar un libro con un rompecabezas, hemos supuesto algo que no es cierto. Naturalmente, en un buen rompecabezas todas las piezas encajan, y el cuadro puede completarse a la perfección. Esto también es aplicable al libro ideal, pero no existe un libro de tales características. En la medida en que los libros sean buenos, sus términos estarán tan bien definidos por el autor que el lector podrá llevar a cabo la tarea de interpretación fructíferamente. En este caso, como en el de todas las demás reglas de la lectura, los malos libros son menos legibles que los buenos. Las reglas no funcionan salvo para demostrar hasta qué punto son de mala calidad. Si el autor emplea las palabras de forma ambigua, el lector no podrá comprender qué intenta decir; solamente comprenderá que el mismo no es preciso.
Pero podríamos plantearnos lo siguiente: un escritor que emplea una palabra con más de un significado, ¿no la utiliza de forma ambigua? ¿Y no es lo normal y corriente que los escritores usen las palabras con distintos significados, sobre todo las palabras más importantes?
La respuesta a la primera pregunta es negativa; a la segunda, afirmativa. Utilizar una palabra de forma ambigua equivale a utilizarla en diversos sentidos sin distinguir entre sus diferentes significados o sin relacionarlos entre sí. (Por ejemplo: posiblemente hemos empleado la palabra «importante» de forma ambigua en este capítulo, porque no siempre estaba claro si nos referíamos a si revestía importancia para el autor o para el lector). El escritor que hace semejante cosa no presenta unos términos claros a los que pueda acceder el lector; pero el que traza una distinción entre los diversos sentidos en los que emplea una palabra crítica, y permite que el lector establezca una respuesta discriminatoria sí está ofreciendo tales términos.
No hemos de olvidar que una palabra puede representar varios términos, y una forma de recordarlo consiste en establecer una distinción entre el vocabulario y la terminología del autor. Si hacemos una lista con las palabras importantes y otra con sus significados importantes, veremos la relación entre vocabulario y terminología.
Pero pueden presentarse otras complicaciones. En primer lugar, una palabra con diversos significados puede emplearse en un solo sentido o en varios. Pongamos por ejemplo la palabra «lectura», una vez más. En algunas ocasiones la hemos empleado para la lectura de cualquier clase de libro, y en otras, para la lectura de libros que sirven para instruir, no para entretener. Pero otras veces nos ha servido para referirnos a la lectura destinada a adquirir conocimientos, no información.
Si a continuación, como ya hicimos anteriormente, utilizamos los símbolos Xa, Xb y Xc para los tres significados, el primer uso que hemos mencionado sería Xabc, el segundo Xbc, y el tercero, Xc. En otras palabras, si existen varios significados que guardan relación, se puede utilizar una sola palabra que los represente a todos, a varios de ellos o sólo a uno. En tanto en cuanto cada uso sea definido, la palabra así empleada se considerará un término.
En segundo lugar, nos enfrentamos con el problema de los sinónimos. La repetición de la misma palabra resulta algo torpe y aburrido, salvo en los textos matemáticos, razón por la que los buenos escritores suelen presentar sustitutos de las palabras importantes en sus libros, si bien con el mismo significado u otro muy similar. Se trata de la situación contraria a aquélla en la que una palabra puede representar diversos términos; en este caso, el mismo término está representado por dos o más palabras utilizadas como sinónimos.
Podríamos representar lo anterior de forma simbólica como sigue. Digamos que X e Y son dos palabras distintas, como «conocimiento» y «percepción», y que la letra a representa el mismo significado que puede expresar cada una, es decir, un incremento de la comprensión. Entonces, Xa e Ya representarían el mismo término, a pesar de ser palabras distintas. Cuando hablamos de la lectura para obtener «percepción» y de la lectura para obtener «conocimiento» en realidad nos referimos a lo mismo, porque empleamos las dos expresiones con el mismo significado. Las palabras son distintas, pero el lector sólo tiene que comprender un término.
Naturalmente, todo lo anterior es muy importante. Si el lector pensara que cada vez que el autor de un libro cambia las palabras también cambia los términos, cometería un error tan garrafal como si pensara que cada vez que utiliza las mismas palabras los términos son los mismos. Esto hay que tenerlo en cuenta cuando confeccionamos una lista con el vocabulario y la terminología del autor en distintas columnas, porque encontraremos dos tipos de relaciones: por un lado, una palabra puede estar relacionada con diversos términos; por otro, un término puede estar relacionado con diversas palabras.
En tercero y último lugar, hemos de considerar las frases. Si una frase constituye una unidad, es decir, si forma un todo que puede ser el sujeto o el predicado de una oración, es como una palabra única. Al igual que ésta, puede referirse a algo de Jo que se habla de determinada forma.
Por consiguiente, de lo anterior se desprende que un término puede expresarse mediante una frase o mediante una palabra, y que todas las relaciones existentes entre palabras y términos se aplican igualmente a términos y frases. Dos frases pueden expresar el mismo término, y una frase puede expresar varios términos, dependiendo de cómo se utilicen las palabras que la integran.
En líneas generales, existen menos posibilidades de que una frase sea tan ambigua como una palabra. Dado que ella forma un grupo de palabras, cada una de las cuales está en el contexto de las demás, existen más posibilidades de que las palabras aisladas tengan significado restringido. Por este motivo, el escritor suele sustituir una frase bastante complicada por una sola palabra cuando quiere asegurarse de que el lector comprenda lo que quiere decir.
Bastará con un ejemplo. Para asegurarnos de que el lector nos comprende cuando hablamos de la lectura, sustituiremos frases como «lectura destinada al conocimiento» por una sola palabra: «lectura». Para asegurarnos por partida doble, vamos a sustituir una frase más complicada, como «el proceso de pasar de una comprensión menor a otra mayor mediante las operaciones mentales sobre un libro». Aquí sólo encontramos un término, que se refiere a la clase de lectura sobre la que trata la mayor parte del presente libro; pero este término se ha expresado con una sola palabra, una frase corta y otra más larga.
Este capítulo ha resultado difícil de escribir y probablemente difícil de leer. La razón salta a la vista. La regla de lectura que hemos expuesto no puede ser plenamente inteligible sin adentrarse en numerosas explicaciones de carácter gramatical y lógico acerca de las palabras y los términos.
De hecho, hemos ofrecido muy pocas explicaciones, y necesitaríamos varios capítulos para exponer adecuadamente todos estos temas. Nos hemos limitado a tocar los puntos esenciales; pero esperamos haber dicho lo suficiente como para que la regla resulte útil en la práctica. Cuanto más la ponga en práctica el lector, mejor comprenderá los entresijos del problema. Naturalmente, también querrá saber algo sobre el uso metafórico y literal de las palabras, sobre la diferencia entre palabras abstractas y concretas y entre nombres comunes y propios. Seguramente le interesará cómo funcionan las definiciones: la diferencia entre definir palabras y definir cosas, por qué algunas palabras son indefinibles y sin embargo poseen un significado definido, etc. Querrá comprender a qué nos referimos al hablar del «uso emotivo de las palabras», es decir, el uso de las palabras que despiertan emociones, que empujan a las personas a la acción o que les hacen cambiar de opinión, algo distinto de la comunicación de conocimientos. Y posiblemente también le interese la relación existente entre el discurso «racional» y la charla «extraña» o «delirante», el discurso de los perturbados mentales, en el que casi todas las palabras presentan connotaciones inesperadas y raras pero de todos modos identificables.
Si la práctica de la lectura analítica despierta estos intereses, el lector podrá satisfacerlos leyendo libros sobre tales temas, y obtendrá más provecho de la lectura porque planteará una serie de preguntas surgidas de su propia experiencia como lector. El estudio de la gramática y la lógica, las ciencias en las que se basan estas reglas, sólo tiene carácter práctico en la medida en que el lector sepa relacionarlo con la práctica.
Es posible que el lector no quiera llegar más allá; pero aun así, descubrirá que se incrementa considerablemente su comprensión de un libro si se toma la molestia de hallar las palabras importantes, de reconocer los cambios de significado. Raramente un cambio tan pequeño en una costumbre tiene consecuencias tan amplias.