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EL SEGUNDO NIVEL DE LECTURA: LA LECTURA DE INSPECCIÓN

La lectura de inspección constituye un auténtico nivel de lectura, muy distinto del precedente (la lectura primaria) y del subsiguiente (la analítica); pero, como ya apuntábamos en el capítulo 2, dichos niveles tienen carácter acumulativo, por lo que la lectura primaria está contenida en la de inspección, al igual que ésta en la lectura analítica y ésta a su vez en la paralela.

En la práctica, esto significa que no se puede leer en un nivel de inspección a menos que se lo pueda hacer en un nivel primario. Hay que ser capaz de leer un texto sin necesidad de concentrarse en buscar el significado de muchas palabras ni de quedarse perplejo ante la gramática y la sintaxis. Aunque no se comprenda del todo el texto, hay que comprender la mayoría de las frases. Entonces, ¿qué supone la lectura de inspección? ¿Cómo debemos llevarla a cabo?

Lo primero que hemos de tener en cuenta es que existen dos clases de lectura de inspección, que, aunque constituyen aspectos distintos de una misma destreza, el lector principiante debe considerar como dos pasos o actividades diferentes. El lector experimentado aprende a dar ambos pasos al mismo tiempo, pero de momento los trataremos como si fueran totalmente distintos.

La lectura de inspección I: lectura extensiva o prelectura

Volvamos a la situación básica que hemos descrito anteriormente, en la que tenemos un libro u otro material para leer y la mente del lector. Planteado el caso, ¿qué es lo primero que hemos de hacer?

Supongamos que existen otros dos elementos en tal situación, elementos muy corrientes. En primer lugar, una persona no sabe si quiere leer el libro que tiene entre manos, ni si merece una lectura analítica, pero sospecha que sí, o al menos que contiene información y conocimientos que le resultarán útiles si es capaz de comprenderlos plenamente.

En segundo lugar, supongamos que sólo se dispone de un tiempo limitado para averiguarlo, como ocurre en tantas ocasiones. En tal caso, lo que hay que hacer es realizar una lectura extensiva del libro o, como también podría denominarse, una prelectura, lo que constituye el primer subnivel de la lectura de inspección. Entonces, el principal objetivo consiste en descubrir si el libro requiere una lectura más detenida. En segundo lugar, una prelectura nos revelará muchas cosas sobre el libro, incluso si decidimos no volver a leerlo con más detenimiento.

Dedicar a un libro este repaso rápido supone un proceso de criba que ayuda a separar la paja del auténtico grano gracias al cual quizá se descubra que, al finalizarlo, es lo único que realmente merece la pena del libro por el momento, pero al menos se conocerán los argumentos principales del autor, y también de qué clase de libro se trata, de modo que el tiempo empleado en esta lectura no se habrá desperdiciado.

No se debería tardar mucho en adquirir el hábito de la lectura extensiva, y a continuación ofrecemos diversas sugerencias para ello.

1. MIRAR LA PÁGINA DEL TÍTULO Y, SI EL LIBRO LO TIENE, EL PRÓLOGO. Leer ambas cosas rápidamente, fijándose sobre todo en los subtítulos u otras indicaciones del objetivo o alcance del libro o del punto de vista del autor sobre el tema. Antes de finalizar este paso, el lector debería haberse hecho una idea del tema; si lo desea, puede detenerse unos momentos a clasificarlo mentalmente en el lugar que le corresponda. ¿A qué categoría, que ya abarca otros libros, pertenece éste?

2. ESTUDIAR EL ÍNDICE DE MATERIAS para hacerse una idea general de la estructura del libro, como si consultase un mapa de carreteras antes de iniciar un viaje. Resulta sorprendente que haya tanta gente que ni siquiera le da un vistazo al índice de materias de los libros a menos que quiera buscar algo concreto. Muchos escritores dedican un tiempo considerable a prepararlo, y es una lástima que sus esfuerzos no sirvan de nada.

Antes era bastante normal, sobre todo en los libros de ensayo pero también en novelas y los de poemas, presentar un índice completo, con los capítulos divididos en múltiples subtítulos que indicaban los temas tratados. Milton, por ejemplo, escribió encabezamientos o «argumentos», como él los denominaba, más o menos largos, para cada libro de El Paraíso perdido, y Gibbon publicó Historia de la decadencia y caída del Imperio romano con un amplio índice de materias para cada capítulo, algo que prácticamente ha caído en desuso, si bien de vez en cuando el lector tropieza con algo parecido. Una de las razones de que se haya abandonado esta costumbre podría ser que la gente no suele leer los índices, además de que, en opinión de los editores, un índice menos exhaustivo resulta más tentador que otro totalmente claro y evidente, y de que los lectores se sienten más atraídos hacia un libro en el que los títulos de los capítulos ocultan cierto misterio, porque así desearán leerlo para averiguar de qué trata cada uno. Aun así, un índice de materias puede resultar útil y valioso y debería leerse cuidadosamente antes de continuar con el resto del libro.

Al llegar a este punto, el lector podría volver al índice de materias del presente libro, si aún no lo ha leído. Hemos hecho todo lo posible para que fuera extenso e informativo, y examinarlo dará una buena idea de los objetivos que tratamos de conseguir.

3. CONSULTAR EL ÍNDICE, en caso de que el libro lo tenga, como ocurre en la mayoría de los ensayos. Sopesar rápidamente el alcance de los temas y la clase de obras y autores citados. Cuando se vean términos que parezcan cruciales, se deben consultar al menos algunos de los párrafos citados. (Añadiremos mucho más sobre los términos cruciales en el apartado segundo. De momento, conviene juzgar su importancia basándose en el sentido general del libro derivado del primero y el segundo pasos). Es posible que los párrafos que se lean contengan lo esencial, el punto en torno al cual gira el libro o el nuevo enfoque que constituye la clave de la actitud del autor.

Como en el caso del índice de materias, al llegar aquí el lector puede consultar el otro y verá que existen varios términos cruciales que ya hemos expuesto. Por ejemplo, ¿podría identificar, por el número de referencias, otros que también parezcan importantes?

4. Si se trata de un libro nuevo que simplemente lleva una sobrecubierta, CONVIENE LEER LA PROPAGANDA PUBLICITARIA DE LA EDITORIAL. Muchas personas creen que se trata de puro autobombo, pero en muchos casos esto no es cierto, sobre todo en el de los libros de ensayo. En muchas ocasiones, la escribe el autor del libro, con la ayuda del departamento de relaciones públicas de la editorial. No es raro que los autores traten de resumir con la mayor exactitud posible los puntos principales de su obra, esfuerzo que el lector no debería pasar por alto. Naturalmente, si la propaganda no es más que puro autobombo, por lo general se lo descubre con una simple ojeada, pero ella puede ofrecer cierta información acerca del libro. Quizá la obra en cuestión no contenga nada de importancia, y entonces la publicidad tampoco dirá nada.

Una vez finalizados estos cuatro primeros pasos quizá contemos con suficientes datos acerca del libro como para saber si deseamos leerlo más detenidamente o si no deseamos ni necesitamos leerlo. En cualquiera de los dos casos, podemos abandonarlo, pero de lo contrario estaremos preparados para realizar una lectura extensiva en el pleno sentido de la palabra.

5. Partiendo del conocimiento general y todavía bastante vago del libro, A CONTINUACIÓN DEBEMOS CONSULTAR LOS CAPÍTULOS QUE PARECEN FUNDAMENTALES PARA SU ARGUMENTACIÓN. Si contienen resúmenes en las páginas iniciales o finales, como ocurre tantas veces, habrá que leerlos detenidamente.

6. Por último, DEBEMOS PASAR LAS PAGINAS, DETENIÉNDONOS AQUÍ Y ALLÁ, LEYENDO UNO O DOS PÁRRAFOS, A VECES VARIAS PÁGINAS SEGUIDAS, PERO NO MÁS. Conviene hojear el libro de esta forma, en busca de las claves del argumento fundamental. Hay que leer las dos o tres páginas del final, o, si éstas se encuentran en el epílogo, las últimas páginas de la sección principal. Pocos autores resisten la tentación de resumir en ellas lo que consideran nuevo e importante en su obra, algo que no debe pasarse por alto, si bien el propio autor podría haberse equivocado al juzgar su importancia.

Ya hemos realizado una lectura extensiva de forma sistemática, es decir, el primer tipo de lectura de inspección. A estas alturas ya deberíamos saber bastante sobre el libro, tras haberle dedicado no más de unos minutos, una hora como máximo. Deberíamos saber si contiene materia en la que queremos profundizar o si ya no merece más tiempo o atención, además de ser capaces de situarlo de forma más exacta que antes en nuestro catálogo mental para tomarlo como referencia en un futuro si se presenta la ocasión.

Esta lectura tiene carácter muy activo. Resulta imposible realizar una lectura de inspección de un libro sin mantener una actitud alerta, con todas las facultades mentales bien despiertas y en pleno funcionamiento. ¿Cuántas veces nos despreocupamos y no prestamos suficiente atención durante varias páginas de un buen libro, y al volver a la realidad advertimos que no tenemos ni idea de lo que hemos leído? Eso no puede ocurrir si seguimos los pasos que hemos expuesto anteriormente, es decir, si tenemos un sistema para seguir el hilo de una obra.

El lector podría imaginar que es un detective en busca de las pistas del tema o la idea general de un libro, siempre atento a cualquier elemento que pueda aclararlas. Seguir minuciosamente las sugerencias le ayudará a mantener esta actitud, y se sorprenderá al comprobar que ahorra mucho tiempo cuanto más comprende, sintiéndose aliviado al ver que todo le resulta mucho más fácil de lo que pensaba.

La lectura de inspección II: lectura superficial

Hemos de reconocer que con este título tratamos de provocar un tanto al lector, porque normalmente el adjetivo «superficial» tiene una connotación negativa. Sin embargo, utilizamos este término con fines muy serios.

Todo el mundo ha tenido la experiencia de debatirse vanamente con un libro difícil que empezó a leer con grandes esperanzas. Es natural llegar a la conclusión de que se cometió un error al intentar leerlo, pero el error no consistió en eso, sino en esperar demasiado del primer repaso de un libro difícil. Enfocado de la forma adecuada, ningún libro destinado al lector medio, por difícil que sea, tiene que ser motivo de desesperación.

¿En qué consiste el enfoque correcto? La respuesta reside en una regla tan importante como útil que suele pasarse por alto: al enfrentarse por primera vez a un libro difícil, se lo debe leer por entero sin detenerse a buscar de inmediato los aspectos que no se entienden, o a reflexionar sobre ellos.

Lo que hay que hacer es prestar atención a lo que se entiende y no detenerse por lo que no se comprende de inmediato. Si se continúa leyendo más allá de lo que nos plantea dificultades, al poco tiempo toparemos con aspectos que sí comprenderemos y en los que debemos concentrarnos. Hay que leer el libro hasta el final, sin dejarse desanimar por los párrafos, notas a pie de página, comentarios y citas que escapen a nuestra comprensión, pues de lo contrario no se obtendrá ningún resultado. En la mayoría de los casos no será posible resolver las dificultades con el simple empeño, sino que resultará mucho más fácil entenderlas en una segunda lectura, pero esto requiere haber leído el libro de principio a fin al menos una vez.

Lo que se entiende al leer la obra hasta el final, incluso si sólo es el 50% o menos, nos ayuda cuando realizamos el esfuerzo de retornar a los párrafos que nos hemos saltado en la primera lectura e incluso, si no lo hacemos, comprender la mitad de un libro realmente complicado es mucho mejor que no comprenderlo en absoluto, lo que ocurrirá si consentimos que nos detengan los primeros párrafos difíciles con los que nos encontremos.

A la mayoría de las personas se les ha enseñado a prestar atención a lo que no entienden, a recurrir al diccionario cuando topan con una palabra desconocida, a una enciclopedia u otro libro de consulta cuando encuentran una frase o una alusión incomprensible, a consultar notas a pie de página, comentarios u otras fuentes secundarias como ayuda pero cuando esto se hace prematuramente, ocurre que se obstaculiza la lectura en vez de contribuirse a ella.

El enorme placer que puede derivar de leer a Shakespeare, por ejemplo, fue destruido durante generaciones enteras de estudiantes que se veían obligados a desentrañar Julio César, Como gustéis o Hamlet escena a escena buscando palabras extrañas en un glosario y examinando notas a pie de página, con el resultado de que en realidad nunca leían una obra del dramaturgo inglés. Cuando llegaban al final, habían olvidado el principio y habían perdido de vista el conjunto. En lugar de obligarles a adoptar una actitud tan pedante, habría que haberles alentado a leer la obra de una vez y a comentar lo que sacaban en limpio de esa primera lectura. Sólo así habrían estado preparados para estudiar la obra cuidadosa y minuciosamente, porque habrían comprendido lo suficiente de ella como para seguir aprendiendo.

Esta norma también puede ser aplicada a los libros de ensayo. Precisamente la mejor prueba de su sensatez —la de hacer una primera lectura superficial— es lo que ocurre cuando no se la sigue. Pongamos por ejemplo un libro básico de economía, como el clásico de Adam Smith Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. (Elegimos esta obra porque es algo más que un libro de texto o una obra para especialistas en el tema). Si el lector se empeña en comprender todo el contenido de una página hasta pasar a la siguiente no llegará muy lejos. En el esfuerzo de dominar los matices pasará por alto los puntos fundamentales que Smith señala con tanta claridad acerca de los factores de los salarios, las rentas, los beneficios e intereses que forman parte del coste de las cosas, el papel del mercado en los precios, los males del monopolio, las razones del libre comercio, y no leerá bien a ningún nivel.

Sobre las velocidades de lectura

En el capítulo 2 describíamos la lectura de inspección como el arte de sacar el mayor provecho posible de un libro en un tiempo limitado, y al ampliar la descripción en el presente capítulo no hemos cambiado en absoluto la definición. Los dos pasos que requiere este tipo de lectura son rápidos y se pueden dominar con celeridad, independientemente de la longitud o la complejidad del libro en cuestión.

Inevitablemente, la anterior definición plantea las siguientes preguntas: ¿qué ocurre con la lectura rápida? ¿Cuál es la relación entre los niveles de lectura y los múltiples cursos de lectura rápida, tanto académica como comercial, que se ofrecen en la actualidad?

Ya hemos indicado que este tipo de cursos tienen carácter fundamentalmente correctivo, es decir, que si no exclusiva, sí fundamentalmente proporcionan instrucción lectora al nivel más elemental, pero hemos de añadir algo más.

Quisiéramos aclarar que consideramos necesario que la mayoría de las personas fuera capaz de leer con mayor rapidez. Ocurre con mucha frecuencia que tenemos que leer cosas a las que realmente no merece la pena dedicar muchos esfuerzos, y si no somos capaces de realizar una lectura rápida, ello nos supondrá una terrible pérdida de tiempo. Es cierto que muchas personas leen algunas cosas con demasiada lentitud y que deberían leerlas más rápidamente, pero también hay personas que leen demasiado deprisa y que deberían hacerlo con más lentitud. Por consiguiente, un curso de velocidades de lectura resultaría muy conveniente para enseñarnos a leer a diferentes velocidades, no sólo a una más rápida que no dominamos actualmente. Este curso debería capacitar al lector para cambiar la velocidad a la que realiza la lectura dependiendo del carácter y la complejidad del material.

Lo que tratamos de decir es sumamente sencillo: hay muchos libros que realmente no merecen una prelectura, otros que deberían someterse a una lectura rápida y unos cuantos que deberían leerse a cierto ritmo, por lo general bastante lento, que permitiese una comprensión total. Es una pérdida de tiempo leer lentamente un libro que sólo merece una lectura rápida, y las destrezas de velocidad lectora pueden ayudar a resolver este problema, que constituye uno de los muchos que pueden presentarse en la lectura. Los obstáculos que impiden la comprensión de un libro difícil no son por lo general, ni quizá tampoco en primer lugar, de carácter fisiológico o psicológico. Tales obstáculos surgen sencillamente porque el lector no sabe qué hacer con un libro difícil y que merece la pena ser leído. No conoce las normas por las que se rige la lectura ni sabe cómo organizar sus recursos intelectuales para esta tarea concreta. Como ocurre en tantas ocasiones, de poco le servirá leer muy deprisa si no sabe qué está buscando ni cuándo lo encuentra.

Por tanto, respecto a los ritmos de lectura lo ideal no consiste únicamente en ser capaz de leer más rápido, sino de hacerlo a distintas velocidades y saber cuándo resulta más conveniente cada una de ellas. La lectura de inspección se domina rápidamente, pero no sólo porque se lea más deprisa, si bien así ocurre, sino también porque se lee menos de un libro cuando se realiza una lectura de este tipo y porque se la lleva a cabo de forma distinta, con objetivos igualmente distintos en mente. Por lo general, la lectura analítica es mucho más lenta que la de inspección, pero incluso cuando se lleva a cabo una lectura analítica no habría que efectuarla en su totalidad a la misma velocidad. Cualquier libro, por difícil que sea, contiene un material en sus intersticios que puede y debe leerse rápidamente, y todo buen libro contiene asimismo material difícil que debe leerse con suma lentitud.

Fijaciones y regresiones

Los cursos de lectura rápida contribuyen a descubrir —es algo sabido desde hace cincuenta años o más— que la mayoría de las personas siguen subvocalizando durante años después de haber aprendido a leer. Además, las películas realizadas sobre los movimientos de los ojos vienen a demostrar que los de los lectores jóvenes o sin experiencia «se quedan fijos» hasta cinco o seis veces en el transcurso de cada renglón leído. (El ojo es ciego mientras se mueve; sólo ve cuando se detiene. Por eso leemos al tiempo sólo palabras aisladas o, a lo sumo, frases de dos o tres palabras, a saltos en el renglón). Pero hay algo incluso peor: que los ojos de los lectores incompetentes sufren una regresión con una frecuencia de una vez cada dos o tres renglones, es decir, que regresan a frases u oraciones que ya han leído.

Todos estos hábitos suponen una pérdida de tiempo y evidentemente reducen la velocidad de la lectura, porque la mente, a diferencia del ojo, no necesita «leer» sólo una palabra o una frase breve por vez. La mente, ese instrumento humano tan fascinante, puede aprender una frase o incluso un párrafo anterior de una sola «ojeada», siempre y cuando los ojos le proporcionen la información que necesita. Por ello, la tarea básica —algo reconocido por todos los cursos de lectura rápida— consiste en corregir las fijaciones y regresiones que retrasan la lectura de tantas personas, tarea que, por suerte, puede llevarse a cabo fácilmente. Una vez realizada el estudiante leerá con tanta rapidez como le permita su mente no con la lentitud a la que le obliguen sus ojos.

Existen diversos recursos para romper las fijaciones de los ojos, algunos de ellos complicados y caros, pero por lo general no hace falta emplear ningún recurso más sofisticado que la propia mano, que el lector puede aprender a seguir por sí mismo mientras se mueve con creciente rapidez por la página. Se trata de lo siguiente: unir el pulgar, el índice y el corazón y deslizar esta especie de «puntero» por un renglón, un poco más rápido de lo que resulte cómodo a los ojos. Hay que forzarse a seguir el movimiento y la velocidad de la mano, y al poco tiempo seremos capaces de leer las palabras mientras las seguimos con ella. Si se continúa practicando este método, a la velocidad creciente de la mano, casi sin darnos cuenta habremos duplicado o incluso triplicado la velocidad de lectura.

El problema de la compresión

Pero ¿qué habremos obtenido exactamente si logramos incrementar de forma significativa la velocidad de lectura? Desde luego, habremos ahorrado tiempo, pero ¿qué podemos decir respecto a la comprensión? ¿También se ha incrementado, o, por el contrario, se ha resentido?

No existe ningún curso de lectura rápida que no asegure que puede incrementar la comprensión al mismo tiempo que la velocidad, y, en líneas generales, es posible que tal afirmación tenga cierto fundamento. Utilizada como marcador, la mano (u otro recurso) tiende no sólo a incrementar el ritmo de lectura, sino también a mejorar la concentración en lo que se está leyendo. Mientras se sigue el movimiento de la mano resulta mucho más difícil quedarse dormido, fantasear o despreocuparse de la lectura. Muy bien; pero la concentración es otra denominación para lo que antes hemos llamado actividad en la lectura, porque el buen lector lee activamente, con concentración.

Ahora bien, la concentración a solas no ejerce demasiada influencia sobre la comprensión, tomada ésta en su sentido más apropiado. La comprensión requiere mucho más que contestar a preguntas sencillas sobre el texto. Esta clase limitada de comprensión en realidad no es sino la capacidad básica para responder a la siguiente pregunta sobre un libro u otro material de lectura: ¿qué dice? En los cursos de lectura rápida, raras veces se plantean las múltiples cuestiones que, si se responden correctamente, suponen niveles superiores de comprensión, y también raras veces se enseña a contestarlas.

Para aclarar este punto, tomemos un ejemplo de lectura: la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Ocupa menos de tres páginas impresas. ¿A qué velocidad deberíamos leerla?

El segundo párrafo de la declaración termina con la siguiente frase: «Para demostrarlo, dejemos que los hechos se sometan a un mundo sincero». Las dos páginas de «hechos», algunos de los cuales son un tanto dudosos, pueden leerse rápidamente. No hace falta más que una idea general de la clase de hechos que cita Jefferson, a menos, naturalmente, que el lector sea especialista en el tema y le interesen las circunstancias históricas en las que escribió el presidente. Incluso el último párrafo, que acaba con la célebre declaración de que los firmantes «comprometemos nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor», puede leerse con rapidez. Se trata de un recurso retórico y se merece lo que se merece la mera retórica, pero los dos primeros párrafos requieren algo más que una primera lectura rápida.

Dudamos que haya alguien capaz de leer estos dos primeros párrafos a un ritmo muy superior a 20 palabras por minuto. Valdría la pena reflexionar detenidamente sobre una serie de palabras del famoso segundo párrafo, como derechos, inalienables, libertad, felicidad, consentimiento o poderes justos. Debidamente leídos, con el fin de obtener una comprensión completa, estos dos primeros párrafos de la Declaración pueden requerir días, semanas e incluso años.

Por consiguiente, el problema de la lectura rápida radica en la comprensión, que en la práctica se concreta en definir la comprensión a niveles superiores al primario, algo que no se intenta en la mayoría de los cursos de lectura rápida. Por tanto, quisiéramos destacar que el objetivo del presente libro consiste precisamente en mejorar la comprensión en la lectura. No se puede comprender un libro sin leerlo analíticamente: como ya hemos apuntado, la lectura analítica se acomete fundamentalmente para comprender.

Resumen de la lectura de inspección

Añadiremos unas palabras como resumen del capítulo. No existe una sola velocidad adecuada a la que se deba leer un libro, siendo lo ideal poseer la destreza de leer a diversas velocidades y saber cuál es la más adecuada en cada momento. Una gran velocidad supone un logro un tanto dudoso, y sólo tiene valor si el material a leer no merece realmente la pena. Vamos entonces a ofrecer una fórmula mejor: todo libro debe leerse a una velocidad no inferior a la que se merece y no superior a la que puede alcanzar el lector para su satisfacción y comprensión. De todos modos, la velocidad de lectura, ya sea lenta o rápida, tan sólo representa una mínima parte del problema que se les plantea a la mayoría de los lectores.

Siempre es aconsejable la prelectura o lectura extensiva de un libro, necesaria cuando no se sabe, como ocurre en tantas ocasiones si el libro que tenemos en las manos merece ser leído con atención, algo que averiguaremos precisamente con una prelectura. Por lo general, es deseable realizar tal tipo de lectura incluso con un libro que vamos a leer con detenimiento, para hacernos una idea de su forma y estructura.

Por último, no se debe intentar entender todas y cada una de las palabras o páginas de un libro complicado desde el principio, constituyendo ésta la regla más importante, la esencia misma de la lectura de inspección. No hay que tener miedo de ser o parecer superficial; conviene recorrer rápidamente incluso el libro más difícil, y al final se estará preparado para leerlo bien la segunda vez.

Al llegar a este punto hemos terminado la exposición inicial del segundo nivel de lectura, la lectura de inspección. Volveremos a tocar el tema en la cuarta parte, donde mostraremos el importante papel que desempeña en la lectura paralela, el nivel más elevado.

Sin embargo, en el transcurso de la exposición del tercer nivel de lectura —la analítica—, que se describe en la segunda parte, no debemos olvidar que la lectura de inspección también cumple una función importante en ese nivel. Podemos considerar las dos etapas de la lectura de inspección como una anticipación de los pasos que se dan en la lectura analítica. La primera etapa de la lectura de inspección —la que hemos denominado prelectura sistemática— sirve para preparar al lector que lleva a cabo una lectura analítica con el propósito de que conteste a las preguntas que debe plantearse en la primera etapa de ese nivel; en otras palabras, anticipa la comprensión de la estructura de un libro. La segunda etapa de la lectura de inspección —que hemos denominado lectura superficial— le sirve al lector cuando llega a la segunda etapa del nivel analítico. La lectura superficial es el primer paso necesario para la interpretación del contenido de un libro.

Antes de adentrarnos en la lectura analítica quisiéramos detenernos unos momentos para volver a reflexionar sobre el carácter de la lectura como actividad. Existen ciertos actos que debe realizar todo lector activo o exigente si desea leer bien, tema que exponemos en el siguiente capítulo.