Decidí irme del Parque en ese mismo momento… pero en seguida cambié de parecer. Fui hacia ella; luego me volví otra vez y me alejé.
Pensaba en Dorynne, pero tratando de olvidarla; pensaba en Estyll, pero obsesionado otra vez.
Caminé hasta que ella ya no podía verme y me quité el sombrero y me sequé la frente transpirada. Era un día caluroso, pero mi transpiración tenía otro motivo. Necesitaba tranquilizarme, encontrar un sitio donde sentarme un rato, y reflexionar… Pero el Parque era un paseo, y cuando me encaminé hacia el restaurante al aire libre a beber un vaso de cerveza, el espectáculo de toda aquella alegría atolondrada me pareció molesto e intempestivo.
Me detuve en la zona de césped no cortado aún, observando al hombre de la segadora y tratando de dominarme. Había ido al Parque para satisfacer una vieja curiosidad, no para caer otra vez en la trampa de un enamoramiento pueril. Era inconcebible que una chiquilla de dieciséis años pudiera trastornar una vida estable como la mía. Había sido un error, un estúpido error regresar al Parque.
Pero más allá de mis intentos de sensatez había, como era inevitable, un profundo sentimiento de predestinación. Sabía, sin que pudiera decir por qué, que Estyll, allí sentada, me esperaba a mí, y que en última instancia estábamos destinados a encontrarnos.
Esa espera tenía que terminar mañana, un mañana que se encontraba a pocos pasos, en el otro extremo del Puente de Mañana.