Junio de 1903

El porvenir de Waring, cuando se lo comparaba con el de Thomas, parecía opaco y sin relieve; sin embargo, si se lo juzgaba con un criterio común, era bastante promisorio. Por consiguiente, la señora Carrington, que fuera del círculo inmediato de la familia conocía mejor que nadie la distribución de la fortuna de los Lloyd, acogió a Waring con amabilidad.

Les ofreció a los dos jóvenes un vaso de té frío con limón y les preguntó qué opinaban de un cantero de césped en el jardín. Thomas, habituado a la charla insustancial de la señora Carrington, contestó con unas pocas palabras, pero la respuesta de Waring, que deseaba mostrarse simpático, fue larga y prolija. Peroraba aún con erudición sobre siembras y trasplantes cuando aparecieron las muchachas. Salieron de la casa por la puerta-ventana y se encaminaron hacia ellos cruzando el jardín.

Viéndolas juntas, no se podía negar que eran hermanas, pero para Thomas, que las miraba con ansiedad, la belleza de una de ellas eclipsaba a la otra. Charlotte parecía más seria, y más práctica. Sarah tenía un aire de recato y timidez (aunque Thomas sabía que era mera afectación), y la sonrisa con que se le acercó y le estrechó la mano bastó para convencerlo de que a partir de ese momento viviría siempre en un eterno verano.

Veinte minutos pasaron mientras los cuatro jóvenes y la madre de las muchachas recorrían el jardín.

Thomas, impaciente al principio por poner el plan a prueba, pronto logró dominarse. Había advertido que la conversación de Waring entretenía tanto a la señora Carrington como a Charlotte, y esa era una ganga inesperada. Al fin y al cabo, tenía toda la tarde por delante, y valía la pena haber perdido esos pocos minutos.

Las cortesías acabaron por fin y los cuatro jóvenes se alejaron iniciando el proyectado paseo.

Las dos jóvenes llevaban sombrillas: la de Charlotte era blanca, la de Sarah rosada. Cruzaron los prados hacia la rambla de la costa, entre pastos altos que les rozaban los vestidos, aunque Charlotte se recogía un poco la falda, asegurando que las hierbas manchaban el algodón.

Ya en las cercanías del río oyeron los ruidos de la otra gente: gritos de niños, una muchacha y un hombre de la ciudad que reían a coro y los ocho remeros de un bote de regatas que se movían juntos a las órdenes del timonel. Al llegar al paseo de la costa, mientras los dos jóvenes ayudaban a las muchachas a saltar una tapia, un perro mestizo emergió bruscamente del agua unos veinte metros más allá y sacudió alrededor una nube de gotas diminutas.

Como el sendero no era bastante ancho como para que los cuatro pudieran caminar juntos, Thomas y Sarah se adelantaron unos pasos.

En cierto momento Thomas consiguió echar una mirada de reojo a su primo, quien asintió con un casi imperceptible movimiento de cabeza.

Unos minutos después, Waring retuvo a Charlotte con el pretexto de mostrarle los cisnes pequeños que nadaban con la madre en un cañaveral, mientras Thomas y Sarah se alejaban lentamente.

Ya estaban a cierta distancia de la ciudad y los prados se extendían a ambos lados del río.