Coitus interruptus
Kurt habla con la mujer por teléfono, y ella va llevando la conversación hasta un terreno ardiente, soez, lascivo. Kurt la logra seguir a duras penas, trata de salirse del cauce, que no llevará a ningún sitio, sólo a la desolación final, pero es inútil: ella tiene bien cogido el hilo del sexo, y no lo suelta. Suena el timbre de la puerta al otro lado, ella suspira, cuelga y dice que lo llamará en seguida. No han pasado dos minutos y ya lo hace. ¿Quién era?, pregunta Kurt. Una vecina. ¿De qué has hablado con ella? Del autobús escolar; han cambiado la parada. Un silencio. Luego ella empieza a lamentarse, se siente triste. Creo que sólo me buscas por el sexo, clama al final. Kurt le recuerda que ha sido ella la que ha urdido la conversación anterior, pero todo es en vano. Ella de pronto se siente utilizada, humillada, animal, carne, objeto, agujero. Lo que sientes por mí no ha sido nunca amor, es otra cosa. La mujer llora. Kurt intenta los argumentos de siempre, llenos de razones, le hace ver todo su amor, sin encontrar respuesta, hasta que al fin comprende, y calla. ¿Por qué callas ahora?, pregunta ella. Kurt le dice: No debo interrumpir tu flagelación.