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La antimateria del orgasmo

La naturaleza de los celos es misteriosa. ¿O no lo es tanto? Sabemos con certeza que surgen siempre en la ausencia del ser al que se ama y se desea. En tal momento querríamos estar con él, unidos a su cuerpo, y en la desolación de que no ocurra se forma un espejismo, como un palacio en medio del desierto, al que vamos colocando torres, puertas, ventanas, cúpulas, defensas, detalles. ¿Amamos a la amada a través de quien en esa pérfida fantasía la posee?, ¿hay sólo sufrimiento en esas imágenes enervantes, o hay también gozo? Tras una descarga de celos, cuando otra vez sale el sol, queda atrás un fuerte gasto de energía, consumida en el ser amado. Si al final del orgasmo, doblando su última curva, decimos «Dios», podríamos nombrar al diablo cuando salimos de un ataque de celos. El ser amado está en el centro de la tormenta en los dos casos, poseído por nosotros o por un ser fantástico en el que delega su furor el ángel malo que llevamos dentro.