El juego eterno
En la relación con la mujer, Kurt va encontrando sucesivas restricciones, que se manifiestan de diversas formas. En ocasiones se trata de algo que ella no quiere, otras que ella hace mal, o no sabe, algunas que consiente pero no siente. De pronto ve su cuerpo, y cuanto hay bajo él, como una ruta llena de direcciones prohibidas, un gran espacio abierto en apariencia, pero con zonas baldías, o arenosas, o inhóspitas, o bloqueadas. Se lo hace ver, pues ella dice practicar la libertad sexual, y entonces ella le replica que para abrirse del todo al tránsito precisa de un tiempo de conocimiento. Kurt se maravilla de la astucia con que renace en una mujer de hoy la mujer de siempre. Para esta su cuerpo es un territorio de lenta ocupación, un castillo de fosos, murallas, patios interiores y estancias secretas que el invasor habrá de ir conquistando combate a combate, hasta llegar exhausto al último reducto, ya con costumbre de esa mujer, hecho a sus hechuras, rendido a ella.