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La cara oculta de la luna

A Kurt le excita rebuscar en la trastienda del amor cortés, romper con el relato literario que la mujer construye (o toma prestado del relato global), y por el que luego pretende transitar, como un libreto. Ella en cambio diluye el sexo en ese relato, como un principio activo en un excipiente, o un olor primario en las sustancias que lo eleven a perfume. Pretende que el sexo crezca en ella con el amor, o, al menos, con sus gestos, palabras, entregas y transportes. En última instancia, es la expresión de una idea moral: el sexo se justifica por el amor, pasa así de acto obsceno a acto sagrado, a sacramento. A Kurt este culto le aburre, pero, gracias a que lo hay, existe también la categoría de lo soez, lo lúbrico, lo procaz, lo obsceno, que es su transgresión, y al tiempo su siniestro trasdós, el soporte de todo sentimiento. Kurt husmea en esos fondos, los remueve, con posturas, palabras, prácticas, ironías, pero se pregunta si esto no será también un culto, otro culto.