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La suma final

Kurt, para justificar su tendencia a la promiscuidad, distingue entre cada mujer y la mujer. Esta no es exactamente una idea, al estilo platónico, como un universal que se materializa en seres, sino la nube de polvo que se forma en la frontera en que chocan instinto y experiencia. Kurt siente a la mujer en sus genitales, como una volición, un tropismo, una ambición, y tiene también de ella una memoria compleja, hecha de fragmentos de muchas en el recuerdo, que forman una imagen de conjunto, polisémica y cambiante. Vocación y evocación van mudando su proporción con los años: cada vez hay más de la segunda. Así la imagen se hace nítida, y es más fácil para Kurt hallar su correspondencia con una mujer concreta. Si lo logra, esa mujer y la mujer serán una, y habrá alcanzado la fidelidad. Ella no sabe aún esto, y siente celos de las historias pasadas de Kurt, sin sospechar que esa abigarrada memoria se ha encarnado en ella, que es ahora ella. Y que cuando le cuenta aquellas historias, Kurt dibuja los perfiles de su rostro.