Allí estaba
Inopinadamente, desnudos los dos, en un momento de descanso, mientras el sudor va enfriándose sobre la piel, ella le pregunta por lo diabólico. Kurt siente entonces sobre sí la grave responsabilidad de saber de ello, como ocurre siempre que nos preguntan algo. El diablo, le dice Kurt, son los rastros del animal que hay en el hombre, y la pasión con que los seguimos. El diablo es rastrero —sapo, culebra, fauno— no porque se arrastre, sino porque deja rastro: olores, babas, deposiciones, huellas. La historia de la civilización es la de la eliminación del rastro: aseo, saneamiento, asfalto, perfumes. Allí donde mayor es el riesgo, en el cuarto de baño, todo es blanco para delatar el más leve rastro, igual que la banda de luz que rodea las cárceles. Hace mucho que el animal ruge dentro de nosotros como un preso melancólico. Mientras habla, Kurt tiene la sensación de hacerlo al dictado. Percibe en los ojos de la mujer una luz distinta a la de antes, luego ella se yergue, lo toma de la mano y lo conduce al baño, dejando una huella caliente en las baldosas del pasillo.