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Danza del vientre

Ella abre la boca y hace brotar la lengua, como un áspid. Kurt ha ido subiendo a la mujer, a las alturas en que están, moviéndose dentro de forma circular, y apretando contra él las nalgas con las manos. La lengua está erecta, y ahora le parece una cobra que baila en la cesta de mimbre. Las dos ideas tienen en su centro una serpiente. Kurt acerca su boca, la mujer se la abre con el morro, e introduce en ella su lengua, tensa como un látigo. Él sabe que es un instante superior: ha de estar lleno del poder oscuro del placer, sin decaer en él, pero, al tiempo, de las leyes del ritmo, la exactitud, la cadencia. Kurt hace un gesto singular, con su verga, sin dejar de girar en el cuenco, y aguarda. La mujer lo imita con su lengua en la boca de él. Así empieza un baile sutil, lleno de correspondencia, que sería eterno si al fondo de los cuerpos no empezara a moverse y rugir un dragón más fuerte que ellos, que al fin echa su llama y los abrasa. Siguen unidos por las dos ataduras, y por un instante Kurt piensa si el fuego las habrá soldado para siempre.