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Canon

En una larga secuencia, en la que los dos caminan por la alta crestería del placer, la mirada de la mujer, que Kurt tiene bajo sus ojos, refleja la conciencia plena del gozo: una lenta deglución en la que todo el cuerpo, hecho paladar, palpotea y siente. Ella percibe que su coño se ha expandido, y está por todas partes. Entonces rompe a hablar, habla de él, de su cono, y pregunta a Kurt si le gusta más que otros que haya conocido. Kurt responde que sí, pero ella quiere saber cómo eran. El hombre no sabe qué decir, pues si los describe, la hoguera puede apagarse bajo un chorro de celos. Kurt encuentra al fin un argumento: unos eran más grandes y otros más pequeños que el suyo, más mojados o secos, agrios o dulces, suaves o ásperos, hondos o cortos, anchos o estrictos, torpes o sabios, pero en todos había un más o un menos con arreglo a un patrón pensado de cono, el de ella, una idea sin carne que ahora ha encontrado sitio. La mujer ríe un poco, luego le abraza, aprieta la polla de Kurt y sube al cielo.