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La comunión de la carne

Un momento alto del amor es desnudarse. Eran artefactos armados con esmero, hechos de carne, sí, pero también de ropas externas e interiores, pequeñas prótesis, ajustes, peinados, posturas, perfumes, perfiles, perspectivas. Ahora ya nada vale. Hay mujeres que se desnudan pronto, saben que son más por dentro que por fuera; otras se demoran, lo hacen por tramos, recurren a las sábanas, administran la luz, para ir desvelando poco a poco el secreto: desnudas no son tanto. Pero hay un momento en que otra vez todas se parecen. Kurt tiene bajo él a la mujer desnuda, con los ojos mojados y brillantes. Su cuerpo ha relajado varillas, ballenas y tensores de la estructura interna. La carne es sólo carne, blanda, húmeda, blanca. Se han ido arrugas, si las hubo, sólo quedan pliegues. Los pechos yacen, más que surgen. El cuello se ha ensanchado. No sabría distinguir su cintura de otras. Se ha esparcido en el goce, distribuido por todos sus espacios. Es ya sólo materia. La forma queda atrás, o fuera.