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Acto fallido

Kurt la está mirando, echada de medio lado sobre la cama, con gesto que refleja a un tiempo temor fingido, expectativa, deseo, culpa. Le acaba de decir que, si cree que ha obrado mal, puede pegarla. Kurt no sabe qué hacer. Por más que se esfuerza, no siente placer en golpearla. Tampoco quiere privarla de ese gusto; hace ya tiempo le ha dicho que hará lo que ella quiera para que goce. Pero ¿cómo medir los golpes para que colmen el deseo de sufrir, sin ir más allá de lo justo? Entonces acude a su mente una escena de hace mucho, con una joven a la que conoció: ella insinúa que quiere ser sometida, él dice entonces que va a pegarla, deja pasar algo de tiempo y le da unas bofetadas sin fuerza. La chica le da la espalda y se echa a llorar con desconsuelo. Ese día, allí acaba todo. Kurt admite, para sí, que a partir de un punto no sabe nada de mujeres. Entonces suspira, se acuesta junto a ella y con toda dulzura deja un beso en una esquina de sus labios, con la conciencia de ser un mal amante.