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Regreso del cielo

Kurt hace el amor de pie, en el baño. Vamos a la ventana, le dice la mujer. Se acercan, desnudos; le pide que la abra y hagan el amor ante ella. A la misma altura que ellos, en la casa de enfrente, hay unas viviendas en terraza. Kurt quiere satisfacer el ardiente deseo de la mujer, aunque teme la reacción de los vecinos. Le excita esta pequeña perversión, un exhibicionismo que, en el fondo, piensa Kurt, aspira a que el éxtasis en que ella está sumida no se quede entre los dos, salga de las paredes de sus cuerpos, vuele, como una nube de polen, o una onda de calor, y llegue a otros. Se ponen en la ventana, ella levanta una pierna y la apoya en el quicio, él la penetra. Están moviéndose cuando un vecino en camiseta sale a regar las plantas. Los ve, vuelve al interior y sale otra vez con su mujer y una hija, que les insultan (¡guarros!). Ella llega al orgasmo, y, tras caer muy al fondo de él, se percata de los gritos, cierra la cortina, vuelve a la cama, se mete bajo las sábanas y aparta de un manotazo a Kurt, mientras dice: ¡Cómo has podido hacerme esto!