Perversión
Kurt ve a la joven, con las hechuras de mujer, pero enfundada en uniforme de colegiala. Viste zapatos fuertes, medias cortas, falda plisada, camisa blanca holgada y chaqueta azul de lana. Es alta, robusta, bella y no hay en ella nada que haya de ser y no sea ya: encarna la plenitud, la completud, propia del esplendor. Se la imagina vestida de mujer, y el resultado es deslumbrante. Hay, en quienes han decidido ese atuendo, una voluntad de prorrogar la infancia, en lucha con las leyes de la vida, como si así la mujer se demorara en ella (la mujer, pues: un odioso destino de culpa y lascivia). Pero, para Kurt, el resultado del disimulo es el contrario, y entre esos dos planos de una realidad, el disfraz y lo que oculta, en el espacio que separa ambos, hay la transpiración de una batalla, un combate de edades, una tierra de nadie entre niña y mujer, una mezcla de olores, una sugestiva turbiedad. ¿Sabe esto, muy al fondo, el animal morboso de quienes la disfrazan de niña?, ¿qué arte fetichista aspira a conservar su antiguo cuerpo dentro del uniforme?