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Las uvas están verdes

Kurt se cruza con una adolescente, y la examina. Va muy erguida, pierde incluso hacia atrás la verticalidad, como una pared extraplomada. Estira el cuello, se mueve de modo hierático y no mira a nadie. Kurt piensa que es actitud de quien conserva la doncellez. La joven sabe que es propietaria de un cuerpo, lo primero tal vez que tiene en su vida, y nadie le ha enseñado a administrarlo. Al tiempo ve en toda mirada masculina una codicia, y su gesto corporal, de desplante, es una afirmación radical (superficial, pues) frente a la morbidez que la rodea, como si farolas, semáforos y papeleras tuvieran tentáculos lascivos. Lleva cerrada la boca, para no perder hermetismo. Al hacerlo, se le pronuncia el hocico, sea por un artefacto de ortodoncia o porque la dentadura aún no se ha asentado, y los molares presionan el sistema hacia delante. Aunque es bella, no alza en Kurt ningún deseo, sólo ternura, y, para no desairarla, la mira con ambición que en realidad no tiene. No se perdonaría que ella percibiera indiferencia a su alrededor.