Ha de haber alguna ley
Kurt piensa que la expresión «beso» oculta más que muestra. Cierre o grado de apertura de los labios, juegos de interior, duración, proyección —o no— del beso en el resto del cuerpo, lo que hagan las manos, humedad, presión, voracidad, respiración, prólogo, epílogo, por parte de uno y otro, definen un lenguaje (nunca mejor dicho) y una interlocución. El beso es un pequeño coito, tan determinante como este del vínculo que nace o dura. Kurt especula con la idea de que el beso (y los órganos que en él actúan) sea un fractal de los genitales, sometido a comportamiento semejante (dirigido, al fin, por el mismo centro rector): ángulo de apertura, secreción, motilidad, ambición, actividad/pasividad, etc. Luego, avanzando en la sutileza, piensa que, por contra, tal vez exista entre boca y coño una relación más compleja, no de simetría, o de reproducción a distinta escala, sino de compensación entre ambas sedes. Así, la mujer que al besar entregue la boca tenderá a la cautela al separar las piernas y ofrecer el cono. Pero, rememorando, tampoco esto se verifica.