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Terrible confesión

Le hace la pregunta sin vanagloriarse del enunciado, que para ella significa lo que justamente dicen sus palabras, sin pretender construir una frase. La dirige a Kurt con una voz que es tanto la de la niña que aún lleva dentro como la de la mujer que, al borde de la primera madurez, se cree ya con derecho a no engañarse. La mirada expresa esa misma ambivalencia de la voz: tiene algo de suplicante, pero con la firmeza de quien en el fondo conoce la respuesta, y la acepta. De ningún modo contiene un reproche a Kurt, ni trasluce una sola brizna de despecho; por eso hay en frase y gesto una invitación a que el interlocutor, si se ve en apuros, pueda escaparse por la vía del humor. Tampoco se trata de un ultimátum, ni se sugiere que, según cuál sea la respuesta, seguirán consecuencias.

Se trata más bien, en fin, de una constatación casi formada, que aspira a que Kurt añada algo, y sólo si lo tiene a bien. La frase es: «Yo estoy dispuesta a hacer todo por ti; ¿estás dispuesto tú a hacer algo por mí?».