¿Habrá algo dentro?
Aquella mujer, de alta escuela y buena clase, tiene crédito como devoradora de hombres. Kurt descubre que todo su ardor y sexualidad están codificados bajo una estructura de orden rigurosa, construida sobre un sistema de tabúes. Desde ese hallazgo, todo el afán de Kurt es indagar cuáles son las puertas que están cerradas para abrirlas una a una: he ahí el programa que asegura un asedio lento y sugestivo. Están primero las posturas. Luego viene la luz, hasta llegar a la plenitud, a la invasión de luz, que permite el pormenor, clínico casi, de quirófano. Después inicia otro camino: el del olor. Llega un día sin aviso y, cuando ella se excusa para un aseo previo, se interpone: Por favor, no te laves, le pide. Otro día deja que vaya al baño, pero le dice: ¿Puedo entrar? Luego, ya ojos de la cara, que llega al cerebro de la mujer por una vía desconocida, como si, de célula en célula, se fueran diciendo las cosas: una larga digestión al revés, que recorre todo el intestino. Luego piensa que el cerebro tal vez sea una metáfora de lugar, y esté en realidad por todas partes, al menos cuando el cuerpo llega a la incandescencia.