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La más odiosa reciprocidad

De un tiempo acá, Kurt percibe que una mujer a la que ama se proyecta en las otras, como si estas tuvieran su atractivo en semejarse (en un gesto, un olor, un gusto sexual concreto, un movimiento, algo) a aquella. Estar con la mujer, a la que sólo ve de cuando en cuando, no le calma el deseo: le hace buscarla en otras. Ya que la ama, a Kurt le asombra esta infidelidad. Luego medita en que tal vez la mujer imaginada siempre es la referencia de las reales, y por aquella interpretamos las palabras de estas, ideamos su pasión y sentimientos, damos forma a sus deseos y hasta a sus cuerpos: una entidad equidistante entre lo que son y el ideal abstracto de mujer. A veces este ideal aspira o inspira a una mujer concreta: la hace suya, la infunde (a través de las manos, casi siempre: las que ponemos en su cuerpo un día y otro), se confunde con ella; es entonces cuando de verdad es nuestra, o también al revés, nosotros somos de ella, pues ocupa el espacio imaginado. ¿No será, pues, buscar en otras sus fragmentos una buena manera de adorarla y amarla? De pronto a Kurt le sobrecoge un pensamiento: que ella haga lo mismo; y un escalofrío lo recorre.