Huellas en el agua
Caminando por la zona antigua de la ciudad, de estrechas calles, Kurt es sobrepasado por un autobús urbano, que va despacio. Su vista se fija en una viajera, sentada de espaldas a la marcha. Sin ser bella lo es, y Kurt descifra esta paradoja: su alma ocupa todo el espacio del cuerpo, y querría desbordarlo (como si el alma fuera la cámara hinchada que se aloja en un balón de cuero). Se pregunta por las fuentes de esa plenitud, y concluye que han de ser secretas y gozosas. El autobús se detiene en un semáforo y Kurt, que sigue andando, lo adelanta. Se cruza con la mujer de nuevo, y otra vez tropieza con sus ojos, pero ahora la mirada de él tiene un significado. Ella, al percatarse, mira a otro lugar, pero un movimiento apenas perceptible de sus labios, que no es sonrisa ni gesto, sino mera conciencia de que están en su boca, hace pensar a Kurt que ha acusado recibo. Kurt sigue caminando, y aguarda el nuevo cruce, una vez arranque el autobús. Cuando vuelve a ser adelantado, ella va mirando hacia otro lado: la historia que pudo ser ha concluido (el semáforo siguiente queda lejos).