Cuestión de gustos
Después de una larga relación compartiendo lechos confortables, a la mujer le gusta todavía hacer el amor en el automóvil. A Kurt no le desagrada, pero le incomodan las posturas grotescas a que obligan ciertas prácticas, los mandos y palancas que se inmiscuyen en el espacio erótico y, sobre todo, la constante vigilancia para evitar ser observados. Ella le dice que el asiento semiabatido impone una posición en que la penetración es honda y perfecta. Pero ha de haber algo más. La forma brutal de exhibir el sexo con la espalda apoyada contra la puerta, o el deslizamiento sutil del cuerpo junto a las palancas, revela que lo que para Kurt era ingrato para ella es incitante. Cuando la penetra y cabalga sobre ella, Kurt intenta controlar el exterior, mientras la mujer, con los ojos perdidos, discursea: Nos están mirando, lo están haciendo, ¿verdad?, ¿es que no te importa que lo hagan?, ¿qué hace ahí esa gente?, ¡lo están viendo todo! Y se hunde con esas palabras en el pozo de aguas más antiguas, rota de placer por todas partes.