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El buscador

Kurt encuentra a un viejo amigo. Fue el suyo, con la mujer que tuvo, un amor largo, con apariencia de costumbre, muchos años juntos en todas partes, sin alardes de cariño pero con alegría en los ojos, formando una tranquila sociedad de secretos. Al verlos, un día y otro, año tras año, a Kurt le surgía siempre esta imagen: se bañan juntos, se enjabonan, comparten los restos que quedan en el agua, hasta que acaba de salir por el desagüe. Desde que se separaron, hace algún tiempo, el amigo de Kurt frecuenta a otras mujeres, distintas cada vez, bellas casi siempre, y se ríe con ellas, suscita la admiración de algunos, pero en ninguna se detiene. Un día hablan al borde de unos vasos, y él le cuenta su maldición: su mujer lo abandonó y desapareció para siempre, pero él conserva en la memoria el olor de su sexo, y la falta de este le sume, como una adicción, en una invencible ansiedad. Desde entonces busca en otras ese olor, o el que cure su ansia, y va así fatalmente de una a otra. Kurt piensa entonces en el nunca comprendido mito de Don Juan.