Gente que está en ello
Kurt se tropieza con frecuencia, en el lugar en que hace ciertas compras, con una mujer de mediana edad, pequeña de tamaño y carente de belleza, pero que al saludarle abre un paréntesis brevísimo en la mirada, una detención de apenas décimas de segundo, pero suficiente para preguntarse acerca de lo que hay dentro de ella. Otra de las personas con las que allí se cruza, a hora distinta, es una joven, de rara serenidad en el gesto, la que sólo otorga la sabiduría, natural o adquirida, de quien está en el secreto de las cosas. Un día las ve juntas, y advierte que son madre e hija. Indaga acerca de ellas, mujeres las dos de vida familiar, y averigua que ambas tienen amantes, el de la madre un joven, el de la hija un hombre maduro. Al verlas otro día, y saludarle, y observar o intuir que hablan entre ellas, Kurt piensa que ambas comparten sus secretos, y quizás sus amantes. Desde entonces las mira como cómplices, pues al fin son compañeras suyas de aventura en el gran río subterráneo, en el que hay que bañarse para sentirse libre de pecado.