37

Las estreñidas

Aquella mujer, a la que no veía hacía tiempo —hoy su madurez está a punto de soltarla de la rama—, fue ejemplo de una complexión frecuente entonces. Eran hembras de atractivos volúmenes, llenos de carne firme, pero en ellas todo parecía apretarse y quedar anudado en dos exactos puntos: el coño y el culo. No era, claro, un formato anatómico, sino un ejercicio tenaz de voluntad, un acto de rigor y compostura, de moral. La presura del coño entre los muslos ahondaba el vientre, lo que hacía más prominentes las nalgas. Estas, sin embargo, no eran libres en sus movimientos, pues los músculos rectales, apretando sus paredes, mantenían la tensión y el orden del conjunto. El sistema de fuerzas descrito irradiaba a todo el cuerpo y, con los años, voluntad y costumbre cristalizaban en formas y funciones. Estas mujeres iban a reuniones de parroquia, se dejaban mirar por los hombres, mostrándose castas y castizas, y solían usar ropa ceñida. A Kurt le parecía que quien lograra meterles un dedito por el culo, suave y rítmicamente, desatornillaría todo el armatoste.