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El rastro

En el tiempo, administrado con cadencia, que transcurre ese día entre que se despereza y entra en la ducha, Kurt se ha empleado en buscar rastros de la mujer. Ya al despertar le llegó un efluvio de sí mismo en el que ella estaba presente (se le manifestó porque lo estaba). Siguiendo esa pista, Kurt va pasando la mano por la cara, el vientre, las ingles, los testículos, y así descubre olores mezclados, ingredientes y variantes dentro de su propio olor: un secreto y delgado barrizal que cubre la piel de algunas zonas, hecho de humores del amor (lo más real que queda de él tras él). Película fronteriza surgida de la erosión de dos cuerpos, con sus almas respectivas, que se golpean entre sí, infructuosamente, para meterse dentro uno de otro. También: a) la línea de fractura que los define al separarse; b) las cenizas, todavía calientes, de la ignición; c) la memoria química en que está impreso el encuentro (y así es: al aspirarla, surge el recuerdo pleno, intacto). Al salir de la ducha Kurt se queda, ya, a solas con su cerebro. Ella se ha ido.