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Una grieta en la muralla

Ve a la mujer, mientras la está haciendo suya, como una geografía tenaz, en la que los caminos posibles están descritos y prescritos. El paso de las manos, boca o polla de Kurt queda reservado a unas sendas ya abiertas y acotadas, y el resto es un sistema de tabúes o resistencias. Aquella geografía de carne y jugos es un código, un repertorio moral. Kurt intenta descubrir el centro que anuda todos los tensores, para ir desliándolo hebra a hebra. Cavila, al fin, que la metáfora central de aquel sistema se organiza en posturas: las toleradas y las prohibidas por grotescas u obscenas. Varía las posiciones, con distintos pretextos, hasta que logra que la mujer se deje detener en la transición de una a otra. Tiene ahora ante su cara el sexo de ella, las piernas muy abiertas, los grandes pechos colgados sobre el vientre, mientras le mira con ojos redondos de sorpresa. Por favor, no te muevas, le dice. Hunde el hocico en el coño de ella, aguanta la protesta de su carne, la lleva a un orgasmo caudaloso y después, lleno el aire de aroma, con los ojos de la mujer absortos y encendidos, la mira bien y comprende aquel cuadro de Picasso.