Intrusismo profesional
A ambos les gustaba hacer el amor en días de menstruación. Al principio esta experiencia tenía la excitación de la conquista de un nuevo territorio de intimidad, un universo de olores, fluidos, manchas y utensilios que la mujer resguarda con celo excrementicio. Luego fue un ceremonial lleno de complicidades, inmiscuido en el encuentro amoroso: rito de lavado, precauciones para no manchar las sábanas, impureza de la sangre en los genitales de él, pañuelos de papel empapando cada poco la efusión, con clínica minuciosidad, como de doctor que trata una herida y la limpia, empezando por los bordes. Si la medicina es sacerdocio, o así se quiere, pensaba Kurt, es porque siempre infringe el territorio del sexo: el cuerpo, la desnudez, la palpación, los humores, los accesos.
—«Abra la boca» es siempre el comienzo del acto médico, los abscesos. Exige, por eso, una impostura de casta, que ejerce el privilegio al precio de estar exenta de emociones. La indiscreción del confesor y la erección en el ejercicio médico no tienen perdón, pensó. Luego Kurt la penetró, con otra temperatura y otro tacto, más áspero, en el interior de la mujer, y el olor de la sangre en sus dedos.