Dejemos así las cosas
Kurt recuerda algo sucedido hace mucho tiempo, cuando, en medio de un largo encuentro amoroso, tuvo por primera vez un desfallecimiento. Su energía vital dejó de estar polarizada donde debía, y se fue replegando al cuerpo, por el que trabajosamente tuvo que ir reclutándola de nuevo. Ella supo hacer las cosas: dejó que el cuerpo de Kurt recuperara la confianza, sin impacientarlo, no cayó en el error de proferir teoría, pulsó en él cuerdas nuevas, y no recurrió a la ternura (compasiva) ni a la excitación (una impostura). Al final resultó un coito intenso y placentero. Ella se acariciaba con los cinco dedos la pelambre del pubis, donde algún placer remanente debía de perseverar, cuando preguntó a Kurt: ¿Te sigue gustando joder conmigo? Entonces él supo, por vez primera y para siempre, que en casos así nunca debía sentirse culpable, sino víctima, so pena de infringir unos papeles ancestrales. Esto pensaba Kurt, mucho después, mientras consolaba unos ojos que pedían perdón, sin atreverse a mirar ella lo que (y esta vez sin remedio) yacía entre las piernas de él.