Formas de ver las cosas
Lo que más atraía a Kurt era, precisamente, lo que ella tanto se empeñaba en disimular. Debajo de una figura madura y bien torneada por atuendo y lencería, se debatían formas que, liberadas las sujeciones, escapaban a todo control: grandes y largos pechos todavía consistentes, que iban cada uno por su lado, amenazando llevarla tras ellos en la inercia de un bamboleo, tres o cuatro cinturas, sobrenadando el vientre tan pronto se sentaba, en las nalgas una morfología que nunca estaba quieta, una querencia de cornisa cayendo de las axilas hacia la cintura. Pero era bella, el rostro preservaba todos sus equilibrios, y esa cierta desazón que mostraba hacia su cuerpo, como si estuviera pendiente en todo instante por aquello que se escapaba de ella, y a veces pareciera a punto de correr detrás, no hacía sino añadir interés. Y esto, aún antes de explorar los mil pliegues posibles, los hilos de humedad que se formaban, la potencia de un jadeo sobre anatomía tan inestable, la plenitud del descontrol en un cuerpo insumiso. Cuerpo de geometría variable, solía decir Kurt.