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Sólo fue una ayuda

Gracias por subirme a la ola, dice ella. Kurt entonces cae en la cuenta. Ve la ola acercarse a la costa como un poder solemne, creciendo sin perder la trama de sus formas, hasta que una ladera se hace abrupta, luego vertical, después anuncia una cornisa, sin rastro aún de espuma —la piel antigua tensa hasta su límite—, hasta que se dobla sobre sí, rompe y se va precipitando. Es primero cascada, luego tropel de agua, espuma en muchas direcciones pero entre leyes ciertas, torbellino, masa que busca espacio y hace saltar las angosturas, después se extiende como un borde de lava, efervescente y blanca, y se recuesta en una orilla amable. Ahora lo que era fuerza se ha vuelto infinidad de sensaciones; en los confines de las ultimas (más allá está la arena del universo inerte) surgen pequeños orificios, burbujas, grumos, espuma que se apaga. Después la ola regresa a su dominio, y se restituye, en lo que fue orilla, el mundo cierto y yerto. Kurt recuerda la frase: «Gracias por subirme a la ola». Así pues, lo que siguió a la altura a que logró llevarla estaba ya en el vientre de ella.