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El deseo siempre es oscuro

En la mañana del domingo Kurt contempla desde el balcón a la joven vecina de una casa próxima. Lleva pijama blanco, bajo el que tiemblan, al moverse junto a la ventana, dos pechos consistentes y del tamaño justo. El espacio entre ellos es un territorio de tacto y de olor que le gustaría explorar. Parece bella, y ha sido razonablemente respetada por la noche: muestra sus huellas, pero sin descomponerla. Kurt querría amarla ahora, tal cual, antes de la ducha, y se imagina historias. Ella se retira de la escena. Kurt busca, desde el balcón, otras secuencias vecinales, y, al volver luego a la ventana de la joven, ve a un hombre en pantalón de pijama, de cuerpo descuidado y aspecto vulgar, que desliza una mano bajo la cintura y se rasca los genitales mientras bosteza. Kurt destruye las historias iniciadas y se dispone a archivar el asunto, con música de ángeles caídos sonando en la cabeza. Pero entonces, inesperadamente, ella vuelve a su mente bajo otra forma, ahora más dura y consistente, como percibe Kurt entre las piernas.