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Sólo es cuestión de tiempo

La mujer es hermosa sin discusión, está en la larga plenitud de la condición adulta (que debe distinguirse de la plenitud del esplendor, que tiene la vida de un insecto), y no se adivina en su cuerpo por dónde empezará a averiarse la tersura y coherencia. Pero ella coincide, en la parada de autobús, con la que sin duda es su madre. Kurt constata que el culo de esta se ha ido derramando hacia abajo, como si el efecto de la gravedad, actuando sobre materia inconsistente, impusiera una ley inexorable: pierde perímetro la cadera, lo gana la parte alta de los muslos, y el peso de la voluta inferior de las nalgas empieza a ser una cornisa amenazante. Kurt examina entonces con atención a la hija, buscando una arruga en la falda, algo que anuncie un futuro igual, como una leve brisa horas antes de la tormenta, y nada ve. No importa: ambos cuerpos tienen correspondencia, y Kurt ve en la hija el propio pasado de la madre, y a esta tirando de aquella hacia sí, segura de que antes o después dejarán la misma huella en el camino.