El túnel del tiempo
Al cruzarse con la mujer madura, a punto ya de perder sus formas y hacerse máscara, Kurt se siente atraído todavía por ella, y se interroga. La conoció en el esplendor; entonces su belleza discreta, ignorada por otros, era para él evidente: un rostro de sugerencias, hechuras de adolescente y talla de mujer, caderas poderosas, serias, provistas de un movimiento latente, pero ya con costumbre de aquietarse, reservadas no para alguien, para nadie. Ahora está en el borde, toda ella, a punto de perder la coherencia (esa que hace que cada movimiento esté sostenido por los otros). Si Kurt no tuviera la clave antigua de sus rasgos, la que les da sentido, no la vería ya a ella, sino a otra, pues dominan los surcos, la calavera común se insinúa, las pequeñas arrugas le anillan el hocico. Pero Kurt la sigue interpretando como una oxidación de la que fue, apoyándose en vestigios y memoria, y aún la codicia. Si la tuviera, ¿podría descubrir en ella la juventud, no la de sus formas, sino la de su intimidad secreta? ¿Y si, en tal caso, fuera él —después de los que tuvo— el primer hombre que llega a ella, a la que fue?