Plus ultra
Kurt descubre poco a poco que no le basta lo que tiene del cuerpo de ella: superficie, volúmenes, tacto, gusto, olores. Desea entrar en él, y no a través de vías convencionales. Quiere sus vísceras, lo que haya debajo de la piel y la carne: primero el exterior de ellas (que es interior del cuerpo), para después meterse dentro, en la geografía profunda, hecha de filamentos, láminas, vejigas, donde nacen sus reacciones (físicas, químicas, eléctricas) y está el fondo de su alma. Quiere saberla, estar en todos sus secretos, en el origen de sus secreciones, hasta entrar en una célula, y unirse a ella allí. Al pensar en lo que piensa, Kurt sonríe: tal vez lo está haciendo por cuenta de sus espermatozoos, que alguna vez harán uso también del cerebro común. Luego ve que no es así, pues no aspira a un útero, que no deja de ser una bahía en la costa de la mujer, sino a aventurarse tierra adentro, hasta perderse. Kurt se asusta, no sabe si ha llegado a la esencia del amor o al núcleo del crimen, y piensa si no convivirán ambos también en una célula, o la constituirán.