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La lengua ha de ocuparse de él

Algunas cosas sólo disponen de una palabra para expresarlas en plenitud. Esto complica su incorporación a los diversos segmentos en que se manifiesta el lenguaje: vulgar, culto, hablado, escrito, secreto, familiar, público, etc. Ocurre, por ejemplo, con aquello que denominamos con la palabra «cono». No es equiparable a vagina (el interior del cono), ni a vulva (el exterior del cono), ni a pubis (la antesala del cono), ni a sexo (el género del que es especie el cono), e incluso expresiones más complejas, como «órganos genitales femeninos», integran otros elementos (v. g.: las trompas de Falopio, o los ovarios) que no forman parte propia del cono. De otro lado, el coño no describe una mera anatomía, sino un ser animado, con voliciones propias, o, al menos, influencia determinante en la volición agregada del sujeto, del que, en circunstancias, llega a ser portavoz, como la polla en el varón. Esta palabra ha de aflorar de una vez para siempre al lenguaje, en todas sus funciones y empleos (del lenguaje).