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Celo justiciero

Los celos, para Kurt, no necesitan mucho fundamento. Su fertilidad fabuladora es infinita e inagotable. A partir de esta construye, sin que se lo mande nadie, ni él mismo quiera, abigarradas historias de pasión y traiciones a propósito del ser amado, sin un solo indicio en que basarlas. En un momento de sinceridad, apabullado por la obsesión, y revolviéndose frente a ella, se pregunta si en realidad desea que las historias lleguen a ocurrir, y es el deseo, y no el miedo, el que las alimenta. Frente a los celos, que en el fondo sabe que son infundados, Kurt reacciona siempre igual: con la infidelidad, y, a ser posible, con una infidelidad nueva. Al regreso, cuando encuentra a la mujer que en verdad ama, sin que en el rostro de ella haya un apunte siquiera de traición, se siente bien, y, recordando el olor del coño de la sustituta, que todavía pasea por su hocico, aún piensa que no sería tan grave prescindir de la que ama. Se comporta con arrogancia, tiene un brillo equívoco en los ojos, y ella entonces desea ser más suya que nunca.