Prólogo moral
Kurt le explica a un amigo que la impráctica del sexo, o la aplicación de limitaciones de cualquier clase a esa práctica, es una ofensa a Dios.
—Nos ha echado al mundo sin saber qué hacemos en él. La mayor parte del tiempo la ocupamos en el trabajo y en atender enfermedades, disgustos, conflictos de toda clase, propios o ajenos. En ratos libres, en temer a la muerte. Sólo nos ha dado una cosa para compensar tanta desdicha.
—¿El amor?
—No seas tan espiritual (Dios no lo es). Además, esa palabra ha sido siempre como una barandilla, llena de mirones que le tienen miedo al gran agujero. Llamemos a las cosas por su nombre. Sexo, nos ofrece sexo para resguardarnos de las calamidades, y que cada uno le ponga el nombre que sea de su gusto. El instinto que nos lleva a él es un mandato divino para preservar los equilibrios del universo. La pureza es asunto del diablo. Por eso de ella no surgen más que maldad y perversiones. ¿No te has preguntado nunca por qué las sotanas y las togas son siempre negras? No es sólo un luto por la vida. En cambio, cuando te llega y empiezas a deshacerte, ¿qué es lo que dices?: Dios.